viernes, 27 de junio de 2008

El tren a Burdeos

Un cuento que da fe del erotismo de Marguerite Duras.


Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias y los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño. Este hombre me hacía preguntas sobre mi familia, y yo le contaba cómo se vivía en las colonias, las lluvias, el calor, las verandas, la diferencia con Francia, las caminatas por los bosques, y el bachillerato que iba a pasar aquel año, cosas así, de conversación habitual en un tren, cuando uno desembucha toda su historia y la de su familia. Y luego, de golpe, nos dimos cuenta de que todo el mundo dormía. Mi madre y mis hermanos se habían dormido muy deprisa tras salir de Burdeos. Yo hablaba bajo para no despertarlos. Si me hubieran oído contar las historias de la familia, me habrían prohibido hacerlo con gritos, amenazas y chillidos. Hablar así bajo, con el hombre a solas, había adormecido a los otros tres o cuatro pasajeros del vagón. Con lo cual este hombre y yo éramos los únicos que quedábamos despiertos, y de ese modo empezó todo en el mismo momento, exacta y brutalmente de una sola mirada. En aquella época, no se decía nada de estas cosas, sobre todo en tales circunstancias. De repente, no pudimos hablarnos más. No pudimos, tampoco, mirarnos más, nos quedamos sin fuerzas, fulminados. Soy yo la que dije que debíamos dormir para no estar demasiado cansados a la mañana siguiente, al llegar a París. Él estaba junto a la puerta, apagó la luz. Entre él y yo había un asiento vacío. Me estiré sobre la banqueta, doblé las piernas y cerré los ojos. Oí que abrían la puerta, salió y volvió con una manta de tren que extendió encima mío. Abrí los ojos para sonreírle y darle las gracias. Él dijo: "Por la noche, en los trenes, apagan la calefacción y de madrugada hace frío". Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado.
Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer.

El ruido del tren volvió. La mano se retiró, se quedó lejos de mí durante un largo rato, ya no me acuerdo, debí caer dormida.

Volvió.

Acaricia el cuerpo entero y luego acaricia los senos, el vientre, las caderas, en una especie de humor, de dulzura a veces exasperada por el deseo que vuelve. Se detiene a saltos. Está sobre el sexo, temblorosa, dispuesta a morder, ardiente de nuevo. Y luego se va. Razona, sienta la cabeza, se pone amable para decir adiós a la niña. Alrededor de la mano, el ruido del tren. Alrededor del tren, la noche. El silencio de los pasillos en el ruido del tren. Las paradas que despiertan. Bajó durante la noche. En París, cuando abrí los ojos, su asiento estaba vacío

miércoles, 25 de junio de 2008

Margaret Atwood

Sin nombre, un poema de Margaret Atwood que acaba de ganar el Príncipe de Asturias.


"Una pesadilla te asalta con frecuencia:
llega un hombre herido, por la noche,
a tu casa
-sitúas el agujero en el pecho, a la izquierda...
Su sangre al brotar mancha
tu puerta, al apoyarse,
casi desvaneciéndose...
Quiere que le dejes entrar.
Es como el alma de un amante
muerto y resucitado
hambriento aún
sólo que no está muerto. Y aunque el vello en tus brazos
se eriza y un aire frío
que de él proviene
cruza tu umbral,
no has visto a nadie más vivo que él
cuando te toca, apenas roza tu mano
con la izquierda suya, su mano limpia,
y un "por favor" susurra,
en cualquier idioma...
Tú no eres médico ni nada parecido.
Has llevado una vida normal,
lo que un observador llamaría "sin tacha".
Detrás, en la mesa,
hay un cuenco con fruta,
una silla, un cuchillo,
un plato con pan...
Es primavera, y el viento de la noche
huele, húmedo, a marga removida
y a flores tempranas.
La luna irradia su belleza
que como belleza ves al fin,
tan cálida y ofreciéndolo todo.
... Sólo hay que tomarlo.
Oyes ladrar perros distantes.
La puerta está entreabierta
o entrecerrada:
así permanece y tú no puedes despertar".

lunes, 23 de junio de 2008

Montparnasse

Tomado de Tres cuentos y diez poemas de Hemingway.

Nunca se cometen suicidios en el barrio entre la gente
que uno conoce
ningún suicidio consumado.
Un muchacho chino se mata y muere
(continúan poniendo sus cartas en el buzón del Dome).
Un muchacho noruego se mata y muere,
(nadie abe a dónde se ha idoel noruego).
Encuentran a una modelo muerta
sola en la cama y muy muerta
(se convierte en un problema insufrible para el conserje).
El aceite de oliva, la clara de huevo, la mostaza y el agua, las jabonaduras
y las bombas estomacales salvan a la gente que uno conoce.
Cada tarde la gente que uno conoce se reúne en
el café.

París, 1922

jueves, 19 de junio de 2008

Ellos y mi ser anónimo

Otra estación en la poesía. Qué tal este poema de Raúl Gómez Jattin.

Es Raúl Gómez Jattin todos sus amigos
Y es Raúl Gómez ninguno cuando pasa
Cuando pasa todos son todos
Nadie soy yo Nadie soy yo
Por qué querrá esa gente mi persona
Si Raúl no es nadie pienso yo
Si es mi vida una reunión de ellos
que pasan por su centro y se llevan mi dolor
Será porque los amo
Porque está repartido en ellos mi corazón
Así vive en ellos Raúl Gómez
Llorando riendo y en veces sonriendo
Siendo ellos y siendo a veces también yo blanco papel
A que gentes de otros ámbitos conocieran sus noches estrelladas
de espermas de fandangos cuando la Candelaria
y esa alma gentil y bondadosa de ustedes mis amigos
que saben con una botella de ron blanco
entre pecho y espalda
prometer este cielo y el otro Los amo más en el exilio
Los recuerdo con un sollozo a punto de estallar
en mi loca garganta He aquí la prueba

lunes, 16 de junio de 2008

Los pasos perdidos

Un breve fragmento de esta bella novela de Alejo Carpentier, para dejarlos picados.


Había grandes lagunas de semanas y semanas en la crónica de mi propio existir; temporadas que no me dejaban un recuerdo válido, la huella de una sensación excepcional, una emoción duradera; días en que todo gesto me producía la obsesionante impresión de haberlo hecho antes en circunstancias idénticas -de haberme sentado en el mismo rincón, de haber contado la misma historia, mirando al velero preso en el cristal de un pisa papel. Cuando se festejaba mi cumpleaños en medio de las mismas caras, en los mismos lugares, con la misma canción repetida en coro, me asaltaba invariablemente la idea de que esto sólo difería del cumpleaños anterior en la aparición de una vela más sobre un pastel cuyo saber era idénticos al de la vez pasada. Subiendo y bajando la cuesta de los días, con la misma piedra en el hombro, me sostenía por obra de un impulso adquirido a fuerza de paroxismos -impulso que cedería tarde o temprano, en una fecha que acaso figuraba en el calendario del año en curso-. Pero evadirse de esto, en el mundo que me hubiera tocado en suerte, era tan imposible como tratar de revivir, en estos tiempos, ciertas gestas de heroísmo o de santidad.

Encuentro trivial, en cierto modo, como son, aparentemente todos los encuentros cuyo verdadero significado sólo se revelará más tarde, en el tejido de sus implicaciones... Debemos buscar el comienzo de todo, de seguro, en la nube que reventó en lluvia aquella tarde, con tan inesperada violencia que sus truenos parecían truenos de otra latitud.

Era como si estuviera cumpliendo la atroz condena de andar por una eternidad entre cifras, tablas de un gran calendario empotradas en las paredes -cronología de laberinto, que podía ser la de mi existencia, con su perenne obsesión de la hora, dentro de una prisa que sólo servía para devolverme cada mañana, al punto de partida de la víspera.

Silencio es palabra de mi vocabulario. Habiendo trabajado la música, la he usado más que los hombres de otros oficios. Sé cómo puede especularse con el silencio; cómo se le mide y encuadra. Pero ahora, sentado en esta piedra, vivo el silencio; un silencio venido de tan lejos, espeso de tantos silencios, que en él cobraría la palabra un fragor de creación. Si yo dijera algo, si yo hablara a solas, como a menudo hago, me asustaría a mí mismo.

Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema.

jueves, 12 de junio de 2008

Hugh Selwyn Mauberley (fragmento)

El anterior poema fue escrito por Ezra Pound, al igual que este fragmento. Vale la pena investigar y leer a este hombre.

Esos lucharon en todo caso, y algunos creyendo,
pro domo, en cualquier caso...
Algunos rápidos para armarse,
algunos por aventura,
algunos por miedo a la debilidad,
algunos por miedo a la critica,
algunos por amor a la matanza,
en imaginación, aprendiendo luego,
algunos por miedo,
aprendiendo a amar la matanza;
murieron algunos, pro patria,
no dulce, no et decor...,
caminaron hundidos hasta los ojos del infierno,
creyendo las mentiras de los viejos,
luego descreyendo volvieron a casa,
a casa a una mentira,
a casa a muchos engaños,
a casa a viejas mentiras y nueva infamia:
la usura, vieja como la época
y espesa como la época,
y embusteros en nuestros públicos.
Atrevimiento como nunca, desperdicio como nunca.
Sangre joven y elevada sangre,
besas mejillas y hermosos cuerpos,
fortaleza como nunca, desilusiones como nunca
se contaron en los días de antaño, histerias,
confesiones de trinchera, risa salida de barrigas muertas.
Allí murieron una miríada,
y de los mejores entre ellos, por una vieja perra,
de dentadura podrida, por una civilización averiada;
encanto sonriendo en la boca buena, ojos vivaces,
ausentes bajo la tapa de la tierra,
por dos gruesas estatuas rotas,
por unos pocos miles de libros maltrechos.

miércoles, 11 de junio de 2008

Un poema

Un juego... ¿de quién es este poema?

Y los días no son suficientes
y las noches no son suficientes
y la vida se escurre como ratón de campo
sin menear la hierba.

lunes, 9 de junio de 2008

La facultad de trivialidad comparada

Hay un pasaje de la novela El Pendulo de Foucault (Umberto Eco, 1989) en que los tres personajes centrales se reunen en un despacho, y uno de ellos es invitado a formar parte de un proyecto llamado "Facultad de Trivialidad Comparada" que sus dos amigos comparten con el fin de propiciar una "reforma del saber". Esta Facultad se dedicaria al estudio de asignaturas inutiles o imposibles, tendiendo a reproducir estudiosos capaces de aumentar al infinito el numero de temas triviales. Vale la pena echar una ojeada a esta "taxonomia alternativa" del conocimiento que Jacopo Belbo y Diotallevi nos proponen.

La "Facultad de Trivialidad Comparada" dividiria sus funciones entre cuatro departamentos. El primero de ellos, Departamento de Tripodologia Felina, dedicado al arte de buscar tres pies al gato, comprende la ensen~anza de tecnicas inutiles; tiene una funcion propedeutica; y tiende a desarrollar el sentido de lo trivial. Las asignaturas que incluye son: Avunculogratulacion Mecanica (como construir maquinas para saludar a la tia), Pilocatabasis (el arte de salvarse por los pelos) y Eolofonia (el arte de echar voces al viento).

En segundo lugar viene el Departamento de Adynata o Impossibilia, que comprende el estudio de asignaturas que se definen empiricamente imposibles (o sea, imposibles en la practica), e incluye entre otras las siguientes: Urbanistica Gitana (imposible en los hechos -el gitano es nomada-; si se llamase Urbanistica Nomada su imposibilidad seria por el carácter auto-contradictorio de los terminos que la definen -un nomada no construye ciudades-, y perteneceria al siguiente Departamento de Oximorica); Hipica Azteca; Morfematica del Morse; Historia de la Agricultura Antartica (que, otra vez, si se llamase Agricultura en Tierras Heladas resultaria imposible por imposibilidad teorica; referida especificamente a la Antartida, resulta imposible en los hechos, por el caracter de "tierra helada" de la Antartida); Historia de la Pintura en la Isla de Pascua; Literatura Sumeria Contemporanea; Tecnologia de la Rueda en los Imperios Precolombinos; Iconologia Braille; Fonetica del Cine Mundo; Psicologia de Masas en el Sahara.

El tercero es el Departamento de Oximorica, en el que importa el carácter autocontradictorio de la propia disciplina, de modo que estudia asignaturas cuya propia denominacion encierra una contradiccion. Entre ellas estan: Instituciones de la Revolucion (el propio concepto de revolucion no admite instituciones), Dinamica Parmenidea, Estatica Heraclitea, Sibaritica Espartana, Fundamentos de la Oligarquia Popular, Historia de las Tradiciones Innovadoras, Dialectica Tautologica, Eristica Booleana, Gramatica de la Anomalia.

A traves de un ingenioso giro literario que pasa por una subita desviacion de la conversacion, el cuarto departamento no es siquiera nombrado en el texto. Pero justo antes de que el tema sea olvidado para siempre, nos topamos con la peligrosa afirmacion de Diotallevi; de los tres, el que proclama una herencia genetica y cultural judia: "sin querer, hemos trazado el perfil ideal de un saber real. Hemos demostrado la necesidad de lo posible. Por tanto sera necesario callar".

(Tomado de Am Israel)

miércoles, 4 de junio de 2008

La muerte de Artemio Cruz

Un fragmento de esta pequeña obra maestra latinoamericana escrita por Carlos Fuentes.

Yo sé que me atraviesan la piel del antebrazo con esa aguja; grito antes de sentir dolor alguno; el anuncio de ese dolor viaja a mi cerebro antes de que la piel lo sienta… ah… a prevenirme del dolor que sentiré… a ponerme en guardia para que me dé cuenta… para que sienta el dolor con más fuerza… porque… darse cuenta… debilita… me convierte en víctima… cuando me doy cuenta… de las fuerzas que no me consultarán… no me tomarán en cuenta… ya: los órganos del dolor… más lentos… vencen a los de mi reflejo… dolor que ya no es… el de la inyección… sino el mismo… yo sé… que me tocan el vientre… con cuidado… el vientre abultado… pastoso… azul… lo tocan… no lo aguanto… lo tocan… con esa mano enjabonada… ese rastrillo que me afeita el vientre, el pubis… no lo aguanto… grito… debo gritar… me sujetan… los brazos… los hombros… grito que me dejen… me dejen morir en paz… no me toquen… no tolero que me toquen… ese estómago inflamado… sensitivo… como un ojo llagado… no tolero… no sé… me detienen… me apoyan… no se mueven mis intestinos… no se mueven, ahora lo siento, ahora lo sé… los gases abultan, no salen, paralizan… no fluyen esos líquidos que debían fluir, ya no fluyen… me hinchan… lo sé… no tengo temperatura… lo sé… no sé para dónde moverme, a quién pedir auxilio, dirección, para levantarme y andar… pujo… pujo… no llega la sangre… sé que no llega a donde debía llegar… debía salirme por la boca… por el ano… no sale… no saben… adivinan… me palpan… palpan mi corazón acelerado… tocan mi muñeca sin pulso… me doblo… me doblo en dos… me toman de los sobacos… me duermo… me recuestan… me doblo… me duermo… les digo… debo decirles antes de dormirme… les digo… no sé quiénes son… “Cruzamos el río… a caballo”… huelo mi propio aliento… fétido… me recuestan… se abre la puerta… se abren las ventanas… corro… me empujan… veo el cielo… veo las luces borradas que pasan frente a mi vista… toco… huelo… veo... gusto… oigo… me llevan… paso junto… junto… por un corredor… decorado… me llevan… paso junto tocando, oliendo, gustando, viendo, oliendo las tallas suntuosas —las taraceas opulentas— las molduras de yeso y oro— las cajoneras de hueso y carey —las chapas y aldabas— los cofres con cuarterones y bocallaves de hierro —los olorosos escaños de ayacahuite— las sillerías de coro —los copetes y faldones barrocos— los respaldos combados— los travesaños torneados —los mascarones policromos— los tachones de bronce— los cueros labrados —las patas cabriolas de garra y bola— los sillones de damasco —las casullas de hilo de plata— los sofás de terciopelo— las mesas de refectorio— los cilindros y las ánforas— los tableros biselados —las camas de baldaquín y lienzo— los postes estriados —los escudos y las orlas— los tapetes de merino —las llaves de fierro —los óleos cuarteados —las sedas y las cachemiras— las lanas y las tafetas —los cristales y los candiles— las vajillas pintadas a mano —las vigas calurosas— eso no lo tocarán… eso no será suyo… los párpados… hay que abrir los párpados… que abran las ventanas… ruedo… las manos grandes… los pies enormes… duermo… las luces que pasan frente a mis párpados abiertos… las luces del cielo… abran las estrellas… no sé…