jueves, 31 de julio de 2008

La migala

Un texto completo del gran Juan José Arreola

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.
El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.

Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.

La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.

Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.

Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.

Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.

lunes, 28 de julio de 2008

Una ventana al mundo

Darío Ortíz es uno de los pintores colombinos con mayor proyección, y luego de su magnífica exposición en Ibagué, nos regala a Botero. Para él, este texto que publiqué hace unas semanas.

Darío Ortiz es pintor. Quizá esto baste para definirlo pero no es así. Es cierto que sus manos viajan por el lienzo con maestría y que el color y el tiempo parecieran doblegarse a su voluntad. También es cierto que es el colombiano joven con mayor proyección en el mercado internacional y que sus obras descansan en las más importantes colecciones públicas y privadas del continente. Que es tolimense, ibaguereño para mayor precisión, y que ha expuesto en museos y galerías de Europa y América. Pero nada de esto puede definirlo de manera completa.

Darío Ortiz es un obsesionado por la historia. Es, quizá uno de los mayores conocedores del arte colombiano desde sus inicios. Ha investigado, reunido y catalogado a los más importantes artistas plásticos del país. Con pericia de marinero, navega en las aguas del renacimiento, se ha enfrentado a las tormentas del arte pop, ha enfrentado las olas del abstraccionismo y hasta ha bordeado el arte conceptual de los noventa. Conoce como nadie las aristas del arte contemporáneo pero desde la trinchera de su taller de Bogotá o de Nueva York, ondea la bandera de la narración contemporánea como única manera de enfrentar su universo creativo.

Darío Ortiz no solo pinta. Estudia, escribe, analiza cada obra con una mirada certera. No hay dato que se escape a su ojo entrenado que ve cada matiz del color, cada pincelada escondida. Sus artículos sobre arte dan muestra de una pasión no solo por el hecho creativo sino por todo lo que rodea la creación.

Hijo del político e historiador tolimense Darío Ortiz Vidales, este pintor colombiano también ha sentido la pasión por la política. Pero no la política como un hecho proselitista sino como un ejercicio académico y filosófico a través del cual plantea nuevos caminos en los que la cultura se muestra como la mejor vía para alcanzar estadios de paz en el país.

Pero Ortiz no se conforma únicamente con la disertación. La terquedad que lo caracteriza lo impulsa con la misma fuerza que sus sueños. Sólo así pudo lograr que una ciudad como Ibagué tuviera el museo de arte de provincia más importante del país. El Museo de Arte del Tolima tiene en él no sólo su fundador. Él mismo consiguió los dineros para la construcción y luego donó su importante colección privada de arte colombiano. Y ante la pasividad de los gobiernos municipales y departamentales, de su propio bolsillo ha sacado dinero para las exposiciones y para el pago de los que trabajan allí. Es que la palabra fracaso no existe en su vocabulario.

Darío Ortiz ha vivido en Europa. Los fantasmas de Florencia y Milán aún se pasean por su taller. Es quizá, la influencia de los pintores renacentistas la que más ha marcado su vida. No su obra. A la manera de estos artistas que engalanaron la mitad del pasado milenio, este tolimense busca una obra total. Una obra que parta de la pintura pero que se pasee por la filosofía y la historia, por la política y la ciencia. Quizá sea más certero decir que Ortiz es un humanista. Sí. Darío Ortiz es un humanista, un político, un filántropo y un hacedor de cultura y de sueños. Pero todo esto no define a Ortiz. Porque también es un pintor. Un extraordinario pintor. Y hoy, cuando su obra vuelve a Ibagué después de tantos años, los ibaguereños sentiremos la emoción de asomarnos a su taller, que no es otra cosa que una ventana al mundo.

jueves, 24 de julio de 2008

Nicanor Parra


Los antibenedetianos protestaron, entonces quise hacer una encuesta. Los benedetianos protestaron por las protestas de los antibenedetianos. Así que ahí les va mas poesía. Esta vez... antipoesía. Vamos a ver cuántos nicanorianos y antinianorianos encuentro en el camino con este par de poemas llenos de humor y muerte.



PARA QUE VEAS QUE NO TE GUARDO RENCOR

Te regalo la luna
seriamente -no creas que me estoy burlando de ti:
te la regalo con todo cariño
¡nada de puñaladas por la espalda!
tú misma puedes pasar a buscarla
tu tío que te quiere
tu mariposa de varios colores
directamente desde el Santo Sepulcro.

HASTA LUEGO

Ha llegado la hora de retirarse
Estoy agradecido de todos
Tanto de los amigos complacientes
Como de los enemigos frenéticos
¡Inolvidables personajes sagrados!

Miserable de mí
Si no hubiera logrado granjearme
La antipatía casi general:
¡Salve perros felices
Que salieron a ladrarme al camino!
Me despido de ustedes
Con la mayor alegría del mundo.

Gracias, de nuevo, gracias
Reconozco que se me caen las lágrimas
Volveremos a vernos
En el mar, en la tierra donde sea.
Pórtense bien, escriban
Sigan haciendo pan
Continúen tejiendo telarañas
Les deseo toda clase de parabienes:
Entre los cucuruchos
De esos árboles que llamamos cipreses
Los espero con dientes y muelas.

martes, 22 de julio de 2008

El rey enamorado

Reyes y plebeyas, sexo y poder. La literatura se ha ocupado hasta el cansancio de estos temas. También el teatro y la música y la pintura. El ser humano todo ha bebido de esta fuente. Perooo, que digo. Tanta cháchara, como decimos en mi pueblo. Una pausa de humor en este blog, a veces tan serio. Señoras y señores, con ustedes, Les Luthiers.


lunes, 21 de julio de 2008

Viceversa

Es cierto que a Benedetti hay que leerlo en la primera juventud. Después de los 35, les he oido decir a muchos que es básico, panfletario, elemental. Sin embargo, a mí me siguen gustando sus clásicos, esos con los que todos enamoramos en algún momento de nuestra vida.


Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte
tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte

o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.

jueves, 17 de julio de 2008

Adolfo Bioy Casares

Bioy Casares fue el gran amigo de Borges, incluso escribieron a cuatro manos, o a dos, no se. Encontre en Ciudad Seva algunos extractos de sus entrevistas sobre el oficio de escribir. Aquí les va.

Henry James se preguntó por qué escribía Flaubert si le dolía tanto... La crítica es aparentemente justa (sólo aparentemente, pero de cualquier modo para este párrafo sirve). A mí me divierte escribir, aunque muchas veces las vacilaciones que tengo al hablar se me corren a la pluma. Las venzo. El placer de inventar es grande; también el de lograr una página satisfactoria. Mis relativos aciertos me bastan para decir que me gusta esta profesión, que me gusta inventar, que me gusta haber inventado historias y tener otras para escribir.

Me atrevo a dar el consejo de escribir, porque es agregar un cuarto a la casa de la vida. Está la vida y está pensar sobre la vida, que es otra manera de recorrerla intensamente.

Además, escribir es un intento de pensar con precisión. Debo admitir sin embargo que de vez en cuando se presentan situaciones en que tenemos que elegir dos caminos; quizá, por extraño que parezca, entre el amor (léase matrimonio, vida familiar) y seguir escribiendo. Es probable que esa mala fama de la literatura, que la muestra como negación de la vida, se deba al clamor de personas abandonadas.

Pero la literatura no es una imposición, es un placer. Escribí un libro de ensayos al que llamé La otra aventura porque reúne ensayos sobre literatura, sobre libros. Una aventura es la vida, la otra -al menos para mí - son los libros.

Hubiera querido ser jugador de fútbol o boxeador -boxeador me gustaba más, porque me parecía más contundente- o campeón mundial de tenis o de salto de altura. Pero inexplicablemente, cuando sentía que algo me conmovía, pensaba en escribir. No sé por qué, ya que tiendo a descreer que estas cosas vengan con uno; sospecho que todo lo recibirnos y que todo es educación en la vida. Lo cierto es que para enamorar a una prima que no me hacía caso pensé en escribir un libro parecido al de un autor que le gustaba a mi prima. Así, a los seis o siete años, intenté escribir por primera vez. Después me gustó la idea de inventar cuentos policiales y fantásticos, y sin que mis amigos se enteraran, escribí una historia que se llamaba "Vanidad". Después de eso descubrí la literatura. Y entonces me puse a escribir y a leer. Digamos que desde los doce hasta los treinta años leí realmente mucho. Traté de leer toda la literatura francesa, toda la española, toda la inglesa, la americana, la argentina, la de otros países europeos, un poco de la alemana, de la italiana, de la portuguesa, de la japonesa, de la chilena, autores persas, en fin: traté de cultivarme como esos norteamericanos que hacen todo por programa; quise leer todo. Y mientras leía todo, al mismo tiempo quería escribir. Y los libros que yo escribía desagradaban a a mis amigos. Cuando salía un libro mío los amigos no sabían cómo tratarme; querían disimular y se les veía en la cara el disgusto. Yo les daba la razón, pero creía en mi próximo libro.

Todo aquello fue bastante penoso; yo sentía mi incapacidad de escribir libros aceptables como una derrota de mi inteligencia. La verdad es que producía algo que a nadie gustaba. A mí tampoco. Me gustaba mientras escribía; después, no. Lo que sí me gustaba era la literatura; sentía que ésa era mi patria y que yo quería participar de su mundo. Probablemente pensaba que no bastaba con ser lector para entrar en la literatura. Muchas veces me dije que, de haber sido una persona un poco más sensible, yo hubiera dejado de escribir, porque escribía un libro y todos mis amigos -y después Jorge Luis Borges- me miraban con cara de tristeza y de preocupación, como pensando: "¿Qué le digo yo a éste?" Pero quizás aprendí a escribir gracias a esos errores.

No sé, no podría decir cuál fue mi primer intento literario, pero sé que cuando mi prima no me quiso me puse a escribir para exaltar mi dolor.

Yo escribí para que me quisieran; en parte para sobornar y, también en parte, para ser víctima de un modo interesante; para levantar un monumento a mi dolor y para convertirlo, por medio de la escritura, en un reclamo persuasivo. Todo eso precedió a los pésimos libros publicados, que fueron seis, además de cuatro o cinco novelas inconclusas.

Leía buscando la literatura, y escribía buscando la literatura cuando concluía mis cuentos, por un tiempo creía haber hecho literatura, creía haber acertado. Después, cuando publicaba el libro y mis amigos lo leían, llegaba el desencanto, si antes yo solo no lo habla encontrado... Con La invención de Morel, una historia que no quería malograr, llegó la gran oportunidad de ponerme a prueba. Recordé el consejo de mi padre de pensar en lo que uno está haciendo, y procuré escribir con la atención bien despierta. Antes de la publicación del libro aparecieron capítulos iniciales en la revista Sur, las reacciones de algunos lectores fueron las primeras buenas noticias sobre escritos míos que recibí en la vida. Tuve una módica sospecha del triunfo, pero aún no me sentía seguro. Me preguntaba si los hombres sabios no descubrirían errores y torpezas en la novela. Con el tiempo, en un cuento que se llama "El ídolo", se me soltó la mano.

Pienso que escribir es una profesión aunque el prójimo no lo crea. Para mí fue siempre una profesión. Es, además, lo que he estado haciendo a lo largo de la vida.

Escribir por encargo es una forma, no la única, de escribir profesionalmente. Por si alguien piensa que escribir por encargo es, de un modo inevitable, algo indigno, recordaré que el Doctor Johnson, uno de los críticos de los escritores más extraordinarios, dijo en una oportunidad "Sólo un badulaque escribe por placer". Él escribía por necesidad, por dinero, y lo hacía admirablemente.

En principio no veo nada objetable en que un editor encargue una biografía para su colección de biografías o una novela para su colección de novelas. Hay buenos escritores indolentes que sin la compulsión del encargo dejarían muy poca obra. Quizá Johnson fuera uno de ellos. No voy a negar que a veces el pedido de escribir por encargo irrita al escritor. Por ejemplo, cuando le llega a uno estando desbordado por el trabajo; o cuando le piden algo ajeno a sus gustos o preocupaciones, como que escriba el libreto para una ópera a un escritor a quien las óperas no gustan. Cuando Lord Byron escribía "Don Juan", su editor, que no aprobaba ese poema, le propuso que escribiera un largo poema épico. "Odio hacer deberes", replicó Byron, y rechazó la propuesta.

Se empieza a escribir porque se tienen ganas y posibilidades de hacerlo, pero es una verdad que pensamos con particular convicción después del Romanticismo. Los escritores que escribieron para ganarse la vida, y que escribieron bien, son innumerables. Yo veo en ello una prueba de que la inteligencia escapa a las circunstancias y, en definitiva, se impone.

Cuando me preguntan que de dónde saco las ideas siempre respondo lo mismo. Si usted se dedica a escribir, el tiempo le dará la respuesta. Creo que la mente del narrador vive en una actitud que le permite descubrir historias, aunque estén ocultas; por lo general, para eso está despierta. Si escribo poco, se me ocurren menos historias que si escribo mucho.

lunes, 14 de julio de 2008

Poemas

Algunos poemas inéditos de Jorge Eliécer Pardo quien acaba de ganar el concurso nacional de cuento Sin rastro.

III

La humedad nace en las manos
invade la piel y serpentea hacia el suelo

Los dedos se deslizan en busca del cuerpo
encontrando el abismo

¿Quién se esconde en el sudor
de los ejecutados?

V

Descubierto el vértice
no le temerá al vacío

Ángulos y yemas
haz tembloroso

Una y otra vez
aquí y allá

humedad erecta
suave mueca

descubierto el vértice
aprendió la muerte

viernes, 11 de julio de 2008

El sonido y la furia

William Faulkner publicó en 1929 El sonido y la furia, veinte años antes de ganar el Premio Nobel. Que tal este fragmento?


Quentin, que amaba no el cuerpo de su hermana, sino algún concepto de honor familiar y (él lo sabía bien), temporalmente suspendido en la frágil y diminuta membrana de su virginidad, semejante al equilibrio de una miniatura en la inmensidad de la esfera terrestre sobre el hocico de una foca amaestrada. Quien amaba, no la idea del incesto que no cometería, sino algún presbiteriano concepto de su eterno castigo: él y no Dios, podría arrojarse a sí mismo y a su hermana al infierno, donde eternamente podría protegerla y cuidarla para siempre jamás, invulnerable ante las llamas inmortales. Él que sobre todas las cosas amaba la muerte, y que quizá sólo amaba a la muerte, amó y vivió con deliberada y pervertida curiosidad, tal y como ama un enamorado que deliberadamente se reprime ante el prodigioso cuerpo complaciente, dispuesto y tierno de su amada, hasta que no puede soportarlo y entonces se lanza, se arroja, renunciando a todo, ahogándose.

martes, 8 de julio de 2008

Odín

Ah... Borges...


Se refiere que a la corte de Olaf Tryggvason, que se había convertido a la nueva fe, llegó una noche un hombre viejo, envuelto en una capa oscura y con el ala del sombrero sobre los ojos. El rey le preguntó si sabía hacer algo, el forastero contestó que sabía tocar el arpa y contar cuentos. Tocó en el arpa aires antiguos, habló de Gudrun y de Gunnar y, finalmente, refirió el nacimiento de Odín. Dijo que tres parcas vinieron, que las dos primeras le prometieron grandes felicidades y que la tercera dijo, colérica:

-El niño no vivirá más que la vela que está ardiendo a su lado.

Entonces los padres apagaron la vela para que Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó de la historia, el forastero repitió que era cierto, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el hombre dijo que era tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo consumido, lo buscaron. A unos pasos de la casa del rey, Odín había muerto.

viernes, 4 de julio de 2008

Tirar demasiado de la cuerda

Un cuento de Woody Allen al que, desafortunada o afortunadamente, muchas veces solo conocemos por las películas.


Es para mí un gran alivio saber que por fin el universo tiene explicación;empezaba a pensar que era yo. Pero resulta que la física, como un familiarirritante, tiene todas las respuestas.El big bang, los agujeros negros y el caldo primordial aparecen todos los martes en la sección de ciencias del Times, y gracias a eso mi comprensión dela teoría de la relatividad general y de la mecánica cuántica está ahora a laaltura de la de Einstein, o sea, de Einstein Moomjy, el vendedor de alfombras.¿Cómo he podido vivir hasta ahora ignorando que en el universo hay cosas pequeñas del tamaño de la "longitud de Planck", que miden una millonésima deuna milmillonésima de una milmillonésima de una milmillonésima decentímetro?Si a ustedes se les cae una en un teatro a oscuras, imaginen lo difícil quesería encontrarla. ¿Y cómo actúa la gravedad? Y si de pronto dejara de actuar,¿seguirían ciertos restaurantes exigiendo chaqueta? Lo que sí sé de física es que, para un hombre situado en una orilla, el tiempo pasa más deprisa quepara un hombre que se halla en un barco, sobre todo si el hombre del barco vaacompañado de su esposa. El último milagro de la física es la teoría decuerdas, que ha sido anunciada como una TDT una "Teoría de Todo". Éstapuede explicar incluso el incidente de la semana pasada que aquí describo.El viernes desperté y, como el universo está en expansión, tardé más de lohabitual en encontrar mi bata. Por este motivo salí con retraso para ir altrabajo y, como el concepto de arriba y abajo es relativo, el ascensor en elque entré subió a la azotea, donde fue muy difícil parar un taxi. No olvidemos que un hombre que viajara en un cohete casi a la velocidad de la luz sin dudahabría podido llegar a tiempo al trabajo, o quizás incluso un poco antes, y sinduda mejor vestido. Cuando por fin llegué a la oficina y fui hacia mi jefe, elseñor Muchnik, para explicar la demora, mi masa aumentó conforme acelerabapara acercarme a él, lo que él interpretó como señal de insubordinación. Tras cruzar unas palabras enconadas, me aseguró que me descontaría ese tiempodel sueldo, que, en comparación con la velocidad de la luz, es de todos modos muy pequeño. La verdad es que si tomamos como referencia la cantidad deátomos de la galaxia Andrómeda, en realidad gano poquísimo. Intentédecírselo al señor Muchnik, quien me contestó que yo pasaba por alto que eltiempo y el espacio eran la misma cosa. Y juró que si esa situación cambiaba,me concedería un aumento. Señalé que si tenemos en cuenta que el tiempo yel espacio son una misma cosa, y que se tarda tres horas en hacer algo queresulta tener menos de 15 centímetros de longitud, ese algo no puedevenderse por más de cinco dólares. Lo bueno de que el espacio sea lo mismoque el tiempo es que, si viajas a los confines del universo y el trayecto dura tres mil años terrestres, cuando vuelvas tus amigos habrán muerto, pero nonecesitarás Botox.

martes, 1 de julio de 2008

La trama

Ah, Borges.

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por lo impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.