Tanta ausencia en este blog... quiero volver y no me dejan. Me lo arranco de mis manos, olvidando que no hay mejor oficio que ser lo que he sido, un contador de historias, mejor, un buscador de historias. De pronto, un comentario. Alguien que pasa inadvertidamente por aquí y decide escribir algo. Algo bonito. Una huella. Una señal. Una pequeña chispa de luz que ilumina la oscuridad. Y entonces, también se ilumina mi mundo y vuelvo a buscar una historia, un texto, un poema, las palabras de otro, que también guardan las palabras mías. Aquí está este poema de Nicolás Suescún, que sirva como como disculpa, porque a veces... no depende de mi.
No depende de mí.
Es algo que se contrae y se expande
sin que yo pueda hacer algo al respecto.
Sin embargo,
me han aconsejado que sea prudente,
que reconozca mi impotencia en esta materia.
No depende de mí,
pero siento en el fondo que debo hacer algo,
aunque no resuelva ni siquiera el problema
de la identidad del desconocido
que no quiso participar en esta tarea
que me he impuesto, sin saber muy bien
de qué se trata, como si me la hubieran dictado
en un sueño que he olvidado.
No depende de mí,
sino de algo que me mueve y me lleva
más allá de lo razonable y lo sensato,
quizás más allá de la locura,
en un punto donde ésta da la vuelta
y llega —¡oh, milagro!— a la suprema cordura,
donde la emoción y la razón
son una y la misma cosa.
No depende de mí,
porque nada de lo que he escrito
ha sido razonado, pensado, planeado,
o hecho con alguna intención
que no sea el acto mismo de escribir
lo que siento muy hondo, muy hondo.
No, no depende de mí.
jueves, 7 de junio de 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)