Un fragmento de Lolita Golondrinas. 50 novelas colombianas y una pintada.
Y viene un largo silencio, un deslizarse a buena marcha con la detención obligada en los semáforos, un accionar el radio casete para oír la voz de Julio Iglesias y su último éxito y ella tarareando al principio, acompañándolo luego con un tono que él escucha encantado haciéndole requiebros, ensalzando sus virtudes y ella, riendo apenas y mirándolo al descuido continúa elevando su voz dulce que le recuerda a una vieja cantante de boleros.
—¿Qué haces tú aquí?, tu nombre completo es…
—Feliciano, Feliciano Bustos Aroca para servirle a usted, dice solemne, imitando una presentación teatral. ¿Y yo con quién tengo el honor?, completa el parlamento.
—Tienes el honor de tratar con la reina estudiantil del colegio Americano, nada más y nada menos que con Loooooolita Golondrinas. Bueno ¿qué te digo?, simplemente Lolita, como la del libro, como la de la película, pero no, no es para tanto, ¿no? No es para tanto. Ni tanto honor ni tanta indignidad, ¿eh? No soy una copia de nadie. Sólo Lolita Golondrinas, dijo ya seria y con una leve y no oculta tristeza.
—¿Y por qué Golondrinas? ¿De dónde ese apellido? ¿O es un apodo?, inquiere él buscando sostener el ritmo del encuentro.
—Mi apellido real es Díaz. Mi padre nos abandonó hace ya mucho y yo de días pasé a noches y de un lado a otro hasta que quise cambiarme el apellido. Golondrinas, me dije una tarde y ya lo ves. Así me quedé por propio gusto. ¿Te parece muy feo?
—Sí. ¿Qué era yo al fin y al cabo, Feliciano?
miércoles, 16 de abril de 2008
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