Darío Ortíz es uno de los pintores colombinos con mayor proyección, y luego de su magnífica exposición en Ibagué, nos regala a Botero. Para él, este texto que publiqué hace unas semanas.
Darío Ortiz es pintor. Quizá esto baste para definirlo pero no es así. Es cierto que sus manos viajan por el lienzo con maestría y que el color y el tiempo parecieran doblegarse a su voluntad. También es cierto que es el colombiano joven con mayor proyección en el mercado internacional y que sus obras descansan en las más importantes colecciones públicas y privadas del continente. Que es tolimense, ibaguereño para mayor precisión, y que ha expuesto en museos y galerías de Europa y América. Pero nada de esto puede definirlo de manera completa.
Darío Ortiz es un obsesionado por la historia. Es, quizá uno de los mayores conocedores del arte colombiano desde sus inicios. Ha investigado, reunido y catalogado a los más importantes artistas plásticos del país. Con pericia de marinero, navega en las aguas del renacimiento, se ha enfrentado a las tormentas del arte pop, ha enfrentado las olas del abstraccionismo y hasta ha bordeado el arte conceptual de los noventa. Conoce como nadie las aristas del arte contemporáneo pero desde la trinchera de su taller de Bogotá o de Nueva York, ondea la bandera de la narración contemporánea como única manera de enfrentar su universo creativo.
Darío Ortiz no solo pinta. Estudia, escribe, analiza cada obra con una mirada certera. No hay dato que se escape a su ojo entrenado que ve cada matiz del color, cada pincelada escondida. Sus artículos sobre arte dan muestra de una pasión no solo por el hecho creativo sino por todo lo que rodea la creación.
Hijo del político e historiador tolimense Darío Ortiz Vidales, este pintor colombiano también ha sentido la pasión por la política. Pero no la política como un hecho proselitista sino como un ejercicio académico y filosófico a través del cual plantea nuevos caminos en los que la cultura se muestra como la mejor vía para alcanzar estadios de paz en el país.
Pero Ortiz no se conforma únicamente con la disertación. La terquedad que lo caracteriza lo impulsa con la misma fuerza que sus sueños. Sólo así pudo lograr que una ciudad como Ibagué tuviera el museo de arte de provincia más importante del país. El Museo de Arte del Tolima tiene en él no sólo su fundador. Él mismo consiguió los dineros para la construcción y luego donó su importante colección privada de arte colombiano. Y ante la pasividad de los gobiernos municipales y departamentales, de su propio bolsillo ha sacado dinero para las exposiciones y para el pago de los que trabajan allí. Es que la palabra fracaso no existe en su vocabulario.
Darío Ortiz ha vivido en Europa. Los fantasmas de Florencia y Milán aún se pasean por su taller. Es quizá, la influencia de los pintores renacentistas la que más ha marcado su vida. No su obra. A la manera de estos artistas que engalanaron la mitad del pasado milenio, este tolimense busca una obra total. Una obra que parta de la pintura pero que se pasee por la filosofía y la historia, por la política y la ciencia. Quizá sea más certero decir que Ortiz es un humanista. Sí. Darío Ortiz es un humanista, un político, un filántropo y un hacedor de cultura y de sueños. Pero todo esto no define a Ortiz. Porque también es un pintor. Un extraordinario pintor. Y hoy, cuando su obra vuelve a Ibagué después de tantos años, los ibaguereños sentiremos la emoción de asomarnos a su taller, que no es otra cosa que una ventana al mundo.
lunes, 28 de julio de 2008
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