Un escritor de literatura infantil, Fernando Alonso... como para jugar a ser niños con la palabra.
Muy pronto, las huellas se convirtieron en palabras y las palabras, en recuerdos. Los niños sonrieron al Duende y al Robot, porque aquellas palabras contaban su historia. Luego, volvieron la vista atrás para mirar el camino andado. Entonces, se emocionaron al descubrir que, también ellos, dejaban sus propias huellas sobre las páginas del libro. Unas iban paralelas a las que había trazado el autor; otras, se cruzaban en direcciones distintas. De cada palabra salían muchos otros caminos que podían encauzar la historia por rumbos diversos. Y todos aquellos caminos tejían un Laberinto de Palabras, que vivían en el Laberinto del Tiempo. A los niños les entusiasmó el Laberinto de Palabras; porque en él cada uno podía inventar su propio camino, que le conduciría a una de las infinitas salidas.
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