martes, 5 de mayo de 2009

De los veinte poemas...

Maldito usted don Neruda.

Para que tú me oigas,
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños a veces las tumban.
Escucha otras veces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Amame compañera. No me abandones, sígueme.
Sígueme compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo de amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

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