Una reflexión oportuna de Federico Nietzsche de la que extraigo un par de apartes...
Efectivamente, en el periodismo confluyen las dos tendencias: en él se dan la mano la extensión de la cultura y la reducción de la cultura. El periódico se presenta incluso en lugar de la cultura, y quien abrigue todavía pretensiones culturales, aunque sea como estudioso, se apoya habitualmente en ese viscoso tejido conjuntivo, que establece las articulaciones entre todas las formas de la vida, todas las clases, todas las artes, todas las ciencias, y que es sólido y resistente como suele serlo precisamente el papel de periódico. En el periódico culmina la auténtica corriente cultural de nuestra época, del mismo modo que el periodista -esclavo del momento presente- ha llegado a substituir al gran genio, el guía para todas las épocas, el que libera del presente. Ahora dígame usted, maestro, qué esperanzas podía abrigar, en una lucha contra el desbarajuste -que se da por doquier- de todas las auténticas aspiraciones, dígame usted con qué coraje podía presentarme, como profesor aislado, aun sabiendo que, apenas se arrojara una simiente de cultura auténtica, pasaría por encima de ella inmediata y despiadadamente la apisonadora de esa pseudocultura. Piense en lo inútil que debe resultar hoy el trabajo más asiduo de un profesor, que por ejemplo desee conducir a un escolar hasta el mundo griego -difícil de alcanzar e infinitamente lejano- por considerarlo como la auténtica patria de la cultura: todo eso será verdaderamente inútil, cuando el mismo escolar una hora después coja un periódico o una novela de moda, o uno de esos libros cultos cuyo estilo lleva ya en sí el desagradable blasón de la barbarie cultural actual.
...
Por consiguiente, amigos míos, no cambiéis esta cultura, esta diosa etérea, de pie ligero, por esa útil doméstica que a veces recibe incluso la denominación de “la cultura”, pero que no es sino la sierva y la consejera intelectual de las necesidades de la vida, de la ganancia y de la miseria. Por lo demás, una educación que haga vislumbrar al fin de su recorrido un empleo, o una ganancia material, no es en absoluto una educación con vistas a esa cultura a que nosotros nos referimos, sino simplemente una indicación de los caminos que se pueden recorrer para salvarse y defenderse en la lucha por la existencia. Indudablemente, semejante indicación tiene una importancia máxima e inmediata para la gran mayoría de los hombres: cuanto más difícil es la lucha, tanto más debe aprender el joven y tanto más debe poner en tensión sus fuerzas.
Pero nadie debe creer que las instituciones que lo incitan a esa lucha y lo capacitan para combatir pueden considerarse como instituciones de cultura. Se trata de instituciones que se proponen superar las necesidades de la vida: así, pues, pueden hacer la promesa de formar a empleados, o a comerciantes, o a oficiales, o a mayoristas, o a agricultores, o a médicos, o a técnicos. Sin embargo, en esas instituciones se aplican, en cualquier caso, leyes y criterios diferentes de los necesarios para fundar una institución de cultura: lo que en el primer caso está permitido, podría ser en el segundo caso un error delictivo.
jueves, 30 de agosto de 2012
miércoles, 22 de agosto de 2012
IBAGUÉ
al ritmo de los tambores de guerra
CP
Seis veces quemamos sus casas
y seis veces volvieron con más hombres y más perros y más sed de sangre. Olían
raro. Traían el pelo en las caras y la muerte en los ojos. Y perdimos por
traición. Mataron las mujeres y la esperanza. Tiraron los niños de brazos a la
furia de sus perros mientras que los volantones fueron lanzados vivos, junto
con los cuerpos muertos, al río que teñido de sangre se dibujaba al fondo del abismo.
En medio de las lágrimas y con la rabia apretada en los dientes, corrimos por
el llano. Éramos poco más de 100. No cruzábamos palabras ni miradas y en medio
de la vergüenza por la huida decidimos borrar la derrota de una vez por todas.
Que no existiera ni siquiera en nuestra memoria. Grupos pequeños fueron
plantados para cubrir la retirada mientras dos de los nuestros recorrieron el
camino por una senda paralela matando uno por uno a sus hermanos con la certeza
de que siempre sería mejor una raza extinta a una raza vencida. El amanecer se
vio sorprendido por los picos carroñeros que se daban un festín de miradas
muertas. Fui el último. Caminé sin rumbo por la planicie con el sol quemando mi
frente y con el olor de la sangre manchando mi piel y mi boca. Fue entonces
cuando entoné mi oración maldita: Que nadie hable de los pijaos, que nadie. Que
no sepan que seis veces quemamos las casas y que seis veces los blancos
volvieron a fundar el pueblo. Que nadie imagine el sufrimiento de nuestras
mujeres y de nuestros niños. Que nadie busque jamás nuestra memoria. Que
desaparezca nuestro nombre de la faz de la tierra y que Ibagué, el hombre que
hizo de la traición su canto, caiga en el olvido”.
Pero el destino estaba
escrito. Las sombras retumbaron desde la meseta sus tambores, dejándolas sonar
para siempre en los corazones de los mestizos que fundaron entre gritos de
guerra la tierra firme que hoy descansa entre las montañas.
Y entonces nació la
leyenda.
viernes, 17 de agosto de 2012
Poema en forma de mujer que dicen temeroso, matutino, inútil
Cuando leí La Colmena, de Camilo José Cela, sentí que había perdido mi virginidad lectora. Ya no era un joven devorador de historias sino un buscador de secretos. Cómo contar historias, cómo hilvanarlas. Y leía y releía y me devolvía, y pensaba en la estructura, y cómo hizo, cómo escribió. Pero no vamos a hablar de La Colmena, sólo que la recordé cuando ví el nombre del español firmando este bello poema que hoy comparto.
Ese amor que cada mañana canta
y silba, temeroso, matutino, inútil
(también silba)
bajo las húmedas tejas de los más solitarios corazones
-¡Ave María Purísima!-
y rosas son, o escudos, o pajaritas recién paridas,
te aseguro que escupe, amoroso
(también escupe)
en ese pozo en el que la mirada se sobresalta.
Sabes por donde voy:
tan temeroso
tan tarde ya
(también tan sin objeto).
Y amargas o semiamargas voces que todos oyen
llenos de sentimiento,
no han de ser suficientes para convertirme en ese dichoso,
caracol al que renuncio
(también atentamente).
Un ojo por insignia,
un torpe labio,
y ese pez que navega nuestra sangre.
Los signos de oprobio nacen dulces
(también llenos de luz)
y gentiles.
Eran
-me horroriza decirlo-
muchos los años que volqué en la mar
(también como las venas de tu garganta, teñida de un tímido color).
Eran
-¿por qué me lo preguntas?-
dos las delgadas piernas que devoré.
Quisiera peinar fecundos ríos en la barba
(también acariciarlos)
e inmensas cataratas de lágrimas
sin sosiego,
desearía, lleno de ardor, acunar allí mismo donde nadie se atreve a
levantar la vista.
Un muerto es un concreto
(también se ríe)
pensamiento que hace señas al aire.
La mariposa,
aquella mariposa ruin que se nutría de las más privadas
sensaciones,
vuela y revuela sobre los altos campanarios
(también hollados campanarios)
aún sin saber,
como no sabe nadie,
que ese amor que cada día grita
y gime, temeroso, matutino, inútil
(también gime)
bajo las tibias tejas de los corazones,
es un amor digno de toda lástima.
lunes, 13 de agosto de 2012
Historia de madrugada
Ahora que estoy volviendo a mi blog como una manera de respirar, me disculpan los escasos lectores si esta vez publico un texto de mi autoría... No es un cuento, es más un texto cualquiera, de esos que a veces cazan con otros textos que uno escribe y arman, solos, una historia. Si no es un cuento, no tenía ni siquiera que tener dedicatoria, pero ésta vez, si la tiene. Para el Buitre, y sus historias de madrugada.
Nunca había visto el bar tan vacío. Parecían lejanos los días en que a las diez de la noche el ruido y las risas y el golpeteo de las copas lo llenaban todo. Los meseros jugaban al cara y sello en una de las mesas mientras el pianista organizaba, otra vez, las partituras que jamás leía. El viento de la noche se colaba por entre las ventanas dejando un frío que no calaba en los huesos sino en las palabras que se negaban a salir de nuestras bocas. Afuera, los carros con música estridente cortaban el aire dejando además el ruido de los motores como telón de fondo de la música que aun sonaba. Nelson, el Barman, seguía apilando botellas y limpiando vasos que no aguantaban una pasada mas del trapo blanco, deshilachado. Y sí, nunca había visto el bar tan vacío. No había ni siquiera uno de esos espontáneos de planta que celebran la tristeza cantando a medio grito y brindando con cualquier desconocido. No. Todo tenía esa tristeza densa de los domingos al atardecer. Pero era viernes. Ya casi medianoche. Y el rey era el silencio.
viernes, 10 de agosto de 2012
Al oído del lector
A veces, cojo la guitarra. No hay una hora especial. Sólo paso cerca de ella y la veo solitaria, en el rincón, tan lejos de las madrugadas frías y los viejos amores. Entonces me vuelco sobre ella. Dejo que mis dedos se deslicen por sus cuerdas intentando recordar los días en que no había nada más importante que aprender una nueva canción. No importa que desafinado acorde improvise. Siento que la guitarra sonríe. Y entonces vuelvo a escribir, vuelvo a pescar historias, a releer las palabras de otros, a intentar manchar la hoja en blanco. Y el blog.
No fue pasión aquello,
Fue una ternura vaga
Lo que inspiran los niños enfermizos,
Los tiempos idos y las noches pálidas.
El espíritu solo
Al conmoverse canta:
Cuando el amor lo agita poderoso
Tiembla, medita, se recoge y calla.
Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.
(José Asunción Silva)
No fue pasión aquello,
Fue una ternura vaga
Lo que inspiran los niños enfermizos,
Los tiempos idos y las noches pálidas.
El espíritu solo
Al conmoverse canta:
Cuando el amor lo agita poderoso
Tiembla, medita, se recoge y calla.
Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.
(José Asunción Silva)
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