Hace rato no colgaba uno mío
Sabes que salió por la puerta y que jamás regresará. Sentirás la derrota. Nuevamente. No la ahogarás con tus gritos de auxilio y decidirás entregarte al dolor como una manera de pagar tus culpas, tus debilidades tan humanas, esa manía de autodestruirte. Y sabes que no volverá. Y no querrás saber de ella porque eres un egoísta en eso de la tristeza. La quieres sólo para ti y no soportas a la gente que atesora ese sentimiento como una manera de sentirse vivo. Sabes que no saldrás a ningún bar para envasar en las botellas tu pena y querrás a la nostalgia recorriendo tus pensamientos, tus gestos y tus fingidas risas. Y sí. Serás un hombre triste aunque tengas la certeza de que siempre lo has sido.
miércoles, 29 de agosto de 2007
Página asesina
Julio Cortazar
En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
Etiquetas:
Cortazar,
Cuento breve,
literatura,
relato
martes, 28 de agosto de 2007
El tren
Un muy bello texto de Ignacio Ramírez, tomado de su diario personal en 1961
Esta tarde se murió mi papá después de una dolorosa agonía de seis meses durante los cuales no me aparté ni un instante de su cama aunque tuve que renunciar a mi trabajo en la emisora, a mis amigos del barrio, a los paseos en motoneta llevando atrás a las muchachas que despeinaba el viento y se aferraban a mi cintura como provocativas yedras. A veces él me observaba pasar y sonreía silencioso porque era tímido como las gacelas y aunque no se atrevía a hablar de cosas tan mundanas sé que vivía orgulloso de mi forma de ser y de mi terquedad para escribir, él, que jamás leyó un libro completo pero que equilibraba ese vacío como oyente y testigo de las retretas en el parque nacional todos los domingos bajo la batuta del maestro José Rozo Contreras. En la casa ya sabíamos que si el repertorio era Mozart o Beethoven tendríamos Mozart y Beethoven todo el tiempo en su silbido porque para eso sí era un virtuoso intérprete del aire. Las danzas húngaras y las marchas militares le fascinaban. Era como un pájaro silbador que ponía música a la cotidiana elementalidad de la familia. ¡Pobre! Comenzó a enfermarse y a decaer físicamente cuando no pudo silbar más. Y me lo dijo: mijo, voy a morirme porque no solo ya no puedo ir a las retretas sino que se me murió la música por dentro. Yo le contesté piensa en la música del tren: chiquichiquichiquichiquichiquichi y ya sabíamos que tampoco volveríamos a viajar juntos en ese instrumento de la poesía con caldera, en el cual nos pasamos por lo menos la mitad de la vida, él trabajando y yo acompañándolo como un combustible de sombra que jamás se despegó de sus talones. El tren éramos él y yo. Él con sus coches restaurantes, yo con mis sueños, niño y viejo uno solo que para eso éramos padre e hijo. Él y yo éramos locomotora y convoy y conocíamos de memoria las imágenes y los olores y las cosas y las sensaciones que a través de las ventanillas del viajero de humo a la vez eran nuestro tiempo, nuestras vidas, ilusiones que pasan raudas pero se quedan lentas como los aleteos de la soledad. Ahora que se acaba de morir creo estoy preparado para todo. Sé que lo voy a amar sin aspavientos y por eso he bajado con él a este lugar tan frío a donde lo han traído para que duerma su última pereza encima de una plancha de cemento como todos los muertos que se respeten después de que los pasan al depósito de cadáveres. Aquí estamos entonces él y yo: sus huesos indiferentes, los míos temblando. Yo le aprieto con mi cuerpo estremecido y pienso por un instante que vamos en el tren como lo hicimos siempre, tomados de la mano, o abrazados o mirándonos con el amor desbordado con que se miran los padres y los hijos, especialmente cuando van en un vagón de ferrocarril y ven pasar por las ventanas el paisaje y los pájaros, los pueblos, el país, la tierra, el cielo. Eras experto en subir y bajar cuando iba el aparato en plena marcha y a mí se me salían al tiempo el corazón y las lágrimas no solo porque te ibas a quedar en la estación y me dejarías desamparado sino también por el peligro de que te desprendieras y cayeras bajo las ruedas de hierro correteando en su ir y venir alrededor del humo y el traque traque propios de la naturaleza de los trenes viejos. Pero eras un experto y cuando menos lo pensaba estabas a mi lado carcajeándote y apretándome contra tu pecho y yo enjugándome la lágrima con el dorso de la mano y dándole gracias a la vida por haberme regalado al mejor papá del mundo. Y ahora mírame desde tu inercia: mírame bien porque de nuevo trato de secar mi llanto aunque esta vez me has dejado para siempre, no sé si te quedaste en el camino ni si te trituraron las ruedas en su vértigo. Aquí solo estamos acostado tú en el cemento de la morgue y yo de pie en este tren impío que te ha señalado una estación misterio y te ha bajado quieto y mudo y tieso mientras yo lloro y lloro y lloro y lloro y siento que a partir de hoy ya la vida no tendrá sentido alguno quién ha dicho que vivir vale la pena cuando el papá se ha convertido en un recuerdo no importa que estés aquí tirado sobre esta cama de cemento ni tiene gracia que yo piense que voy contigo en tren y que en cualquier momento te levantarás para abrazarme porque acabo de acompañarte a morir en esa fría pieza de hospital donde pasé mirándote y rogándote seis meses que no te fueras papá que no te fueras que tuvieras compasión que a un hijo que tanto te ama no se le debe dejar solo ni siquiera por decreto mortal despiadado y tenebroso como este que nos corre a ti en tu vuelo de regreso y a mí en mi soledad que va a ser una carga pesada una condena inicua una jaula una sombra una herida un alarido desolación melancolía saudade mutilación un tren ya sin vapor sin humo tren fantasma locomotora negra vagones donde la muerte serpentea ciega noche siniestra tu cadáver me observa y me da pena que me veas yo llorando por ti por estar deshabitado de lo que más quería y te aprieto las manos y estás frío y te ruego que me oigas y no me oyes y me acuesto contigo y no cabemos los dos en esta plancha gélida y afuera mis hermanas se lamentan igual y se aprietan la cabeza y mi mamá se va a enterar y va a sentir también que éramos tú que eras nosotros y yo me he colado aquí en la nevera de los muertos y te abrazo y te beso y repaso la vida entre sollozos y aquel primer soneto mío que llevabas en la billetera y que mostrabas orgulloso a todo el mundo y esa felicidad de decirme tominejo o de gastarme bromas infantiles y ese regalo inolvidable que me diste lo llevabas escondido tras la cintura en un talego de papel eran bocas, narices, ojos, orejas, bigotes y sombreros con alfileres y podías hacerte la cara de un muñeco con una manzana o una papa, un cartón o una almohada y nunca ha existido un regalo tan espléndido y luego ese padrino que me escogiste para no sé qué sacramento que me llevó Corazón el primer libro de la vida y me dejó perplejo de felicidad ante la luz de las palabras como perplejo estoy ahora que tendré que llevarte en un cajón y permitir después que te metan en un hueco profundo entre la tierra un hueco de donde ya no saldrás jamás porque fue un espejismo haber ido contigo de tren en tren por todos los caminos no sé qué voy a hacer entonces me volveré trashumante de angustia como Azhaverus y por donde quiera que vaya todo el mundo sabrá que vengo de algún tren que soy el ser más solitario de la creación y de la historia que te quiero muchacho viejo silencioso tímido generoso campesino como nadie ha existido tan humano y si es posible llévame contigo te prometo aprender a subir y a bajar los vagones de la muerte en marcha y te doy mi palabra de derrotar el miedo y te prometo lo que quieras de mí aunque jamás me hayas pedido nada pero te necesito y nada me llenará la vida si no eres tú tu mano tu mirada tu primitiva forma de ser bueno y ahora quién va a creerme que tanto te quería quién va a saber que el resto de la vida veré de lejos los trenes con tristeza y que en el humo de las locomotoras te veré y que ahora ya han llegado por ti los individuos de la funeraria y yo me quedo solo y ya el resto de la vida no tendrá sentido. Y antes de que te vayas te confieso que gracias por aquel soneto en tu cartera y gracias por haber sido el mejor el campeón el único el papá llévate el tren tómalo todo yo te alcanzo y como sé que un día se acabará el carbón yo me iré caminando por debajo de la tierra buscándote para elevarte porque tú y yo somos más del aire que del suelo.
Esta tarde se murió mi papá después de una dolorosa agonía de seis meses durante los cuales no me aparté ni un instante de su cama aunque tuve que renunciar a mi trabajo en la emisora, a mis amigos del barrio, a los paseos en motoneta llevando atrás a las muchachas que despeinaba el viento y se aferraban a mi cintura como provocativas yedras. A veces él me observaba pasar y sonreía silencioso porque era tímido como las gacelas y aunque no se atrevía a hablar de cosas tan mundanas sé que vivía orgulloso de mi forma de ser y de mi terquedad para escribir, él, que jamás leyó un libro completo pero que equilibraba ese vacío como oyente y testigo de las retretas en el parque nacional todos los domingos bajo la batuta del maestro José Rozo Contreras. En la casa ya sabíamos que si el repertorio era Mozart o Beethoven tendríamos Mozart y Beethoven todo el tiempo en su silbido porque para eso sí era un virtuoso intérprete del aire. Las danzas húngaras y las marchas militares le fascinaban. Era como un pájaro silbador que ponía música a la cotidiana elementalidad de la familia. ¡Pobre! Comenzó a enfermarse y a decaer físicamente cuando no pudo silbar más. Y me lo dijo: mijo, voy a morirme porque no solo ya no puedo ir a las retretas sino que se me murió la música por dentro. Yo le contesté piensa en la música del tren: chiquichiquichiquichiquichiquichi y ya sabíamos que tampoco volveríamos a viajar juntos en ese instrumento de la poesía con caldera, en el cual nos pasamos por lo menos la mitad de la vida, él trabajando y yo acompañándolo como un combustible de sombra que jamás se despegó de sus talones. El tren éramos él y yo. Él con sus coches restaurantes, yo con mis sueños, niño y viejo uno solo que para eso éramos padre e hijo. Él y yo éramos locomotora y convoy y conocíamos de memoria las imágenes y los olores y las cosas y las sensaciones que a través de las ventanillas del viajero de humo a la vez eran nuestro tiempo, nuestras vidas, ilusiones que pasan raudas pero se quedan lentas como los aleteos de la soledad. Ahora que se acaba de morir creo estoy preparado para todo. Sé que lo voy a amar sin aspavientos y por eso he bajado con él a este lugar tan frío a donde lo han traído para que duerma su última pereza encima de una plancha de cemento como todos los muertos que se respeten después de que los pasan al depósito de cadáveres. Aquí estamos entonces él y yo: sus huesos indiferentes, los míos temblando. Yo le aprieto con mi cuerpo estremecido y pienso por un instante que vamos en el tren como lo hicimos siempre, tomados de la mano, o abrazados o mirándonos con el amor desbordado con que se miran los padres y los hijos, especialmente cuando van en un vagón de ferrocarril y ven pasar por las ventanas el paisaje y los pájaros, los pueblos, el país, la tierra, el cielo. Eras experto en subir y bajar cuando iba el aparato en plena marcha y a mí se me salían al tiempo el corazón y las lágrimas no solo porque te ibas a quedar en la estación y me dejarías desamparado sino también por el peligro de que te desprendieras y cayeras bajo las ruedas de hierro correteando en su ir y venir alrededor del humo y el traque traque propios de la naturaleza de los trenes viejos. Pero eras un experto y cuando menos lo pensaba estabas a mi lado carcajeándote y apretándome contra tu pecho y yo enjugándome la lágrima con el dorso de la mano y dándole gracias a la vida por haberme regalado al mejor papá del mundo. Y ahora mírame desde tu inercia: mírame bien porque de nuevo trato de secar mi llanto aunque esta vez me has dejado para siempre, no sé si te quedaste en el camino ni si te trituraron las ruedas en su vértigo. Aquí solo estamos acostado tú en el cemento de la morgue y yo de pie en este tren impío que te ha señalado una estación misterio y te ha bajado quieto y mudo y tieso mientras yo lloro y lloro y lloro y lloro y siento que a partir de hoy ya la vida no tendrá sentido alguno quién ha dicho que vivir vale la pena cuando el papá se ha convertido en un recuerdo no importa que estés aquí tirado sobre esta cama de cemento ni tiene gracia que yo piense que voy contigo en tren y que en cualquier momento te levantarás para abrazarme porque acabo de acompañarte a morir en esa fría pieza de hospital donde pasé mirándote y rogándote seis meses que no te fueras papá que no te fueras que tuvieras compasión que a un hijo que tanto te ama no se le debe dejar solo ni siquiera por decreto mortal despiadado y tenebroso como este que nos corre a ti en tu vuelo de regreso y a mí en mi soledad que va a ser una carga pesada una condena inicua una jaula una sombra una herida un alarido desolación melancolía saudade mutilación un tren ya sin vapor sin humo tren fantasma locomotora negra vagones donde la muerte serpentea ciega noche siniestra tu cadáver me observa y me da pena que me veas yo llorando por ti por estar deshabitado de lo que más quería y te aprieto las manos y estás frío y te ruego que me oigas y no me oyes y me acuesto contigo y no cabemos los dos en esta plancha gélida y afuera mis hermanas se lamentan igual y se aprietan la cabeza y mi mamá se va a enterar y va a sentir también que éramos tú que eras nosotros y yo me he colado aquí en la nevera de los muertos y te abrazo y te beso y repaso la vida entre sollozos y aquel primer soneto mío que llevabas en la billetera y que mostrabas orgulloso a todo el mundo y esa felicidad de decirme tominejo o de gastarme bromas infantiles y ese regalo inolvidable que me diste lo llevabas escondido tras la cintura en un talego de papel eran bocas, narices, ojos, orejas, bigotes y sombreros con alfileres y podías hacerte la cara de un muñeco con una manzana o una papa, un cartón o una almohada y nunca ha existido un regalo tan espléndido y luego ese padrino que me escogiste para no sé qué sacramento que me llevó Corazón el primer libro de la vida y me dejó perplejo de felicidad ante la luz de las palabras como perplejo estoy ahora que tendré que llevarte en un cajón y permitir después que te metan en un hueco profundo entre la tierra un hueco de donde ya no saldrás jamás porque fue un espejismo haber ido contigo de tren en tren por todos los caminos no sé qué voy a hacer entonces me volveré trashumante de angustia como Azhaverus y por donde quiera que vaya todo el mundo sabrá que vengo de algún tren que soy el ser más solitario de la creación y de la historia que te quiero muchacho viejo silencioso tímido generoso campesino como nadie ha existido tan humano y si es posible llévame contigo te prometo aprender a subir y a bajar los vagones de la muerte en marcha y te doy mi palabra de derrotar el miedo y te prometo lo que quieras de mí aunque jamás me hayas pedido nada pero te necesito y nada me llenará la vida si no eres tú tu mano tu mirada tu primitiva forma de ser bueno y ahora quién va a creerme que tanto te quería quién va a saber que el resto de la vida veré de lejos los trenes con tristeza y que en el humo de las locomotoras te veré y que ahora ya han llegado por ti los individuos de la funeraria y yo me quedo solo y ya el resto de la vida no tendrá sentido. Y antes de que te vayas te confieso que gracias por aquel soneto en tu cartera y gracias por haber sido el mejor el campeón el único el papá llévate el tren tómalo todo yo te alcanzo y como sé que un día se acabará el carbón yo me iré caminando por debajo de la tierra buscándote para elevarte porque tú y yo somos más del aire que del suelo.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
viernes, 24 de agosto de 2007
El lector
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Borges, así que rompiendo la tradición cuentística del blog, en honor al maestro demos un espacio a su poesía
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa mutación de las letras,
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda.
Cuando en mis ojos se borraron
las vanas apariencias queridas,
los rostros y la página,
me di al estudio del lenguaje de hierro
que usaron mis mayores para cantar
espadas y soledades,
y ahora, a través de siete siglos,
desde la Última Thule,
tu voz me llega, Snorri Sturluson.
El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
a mis años, toda empresa es una aventura
que linda con la noche.
No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
la tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin,
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa mutación de las letras,
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda.
Cuando en mis ojos se borraron
las vanas apariencias queridas,
los rostros y la página,
me di al estudio del lenguaje de hierro
que usaron mis mayores para cantar
espadas y soledades,
y ahora, a través de siete siglos,
desde la Última Thule,
tu voz me llega, Snorri Sturluson.
El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
a mis años, toda empresa es una aventura
que linda con la noche.
No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
la tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin,
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.
Etiquetas:
Borges,
literatura,
Poesía,
relato
jueves, 23 de agosto de 2007
Historias de la madrugada 1
La fauna revive con este texto de Hugo Andrei Buitrago
Suena el tango en el traganíquel. Carlos camina hacia la barra, pide otro doble, brinda, enguye, se obliga a un sorbo de agua y a una juliana de mango biche con sal.
Al otro lado de la calle Héctor Lavoe llena los oídos de los clientes, que parecen una sola tromba informe; solo ron con hielo se ve en las mesas, pequeños platos con limones cortados y distribuídos en círulos se van llenando de cenizas de cigarrillo.
Por la calle y a unos 100 km/h cruza el Renault Megane. Un ruido metalizado sale de los parlantes que parecen jugar extrañamente con los altos y los bajos. El piso está lleno de latas vacías de cerveza que entremezclan su aroma con otro dulzón inidentificable.
En la acera está él. Media botella de Moscatel en la mano. Disumula el tambaleo con relativo éxito, no sabe aun si desea los roncos suspiros de Goyeneche o los nostálgicos golpeteos de bossa nova de Colón con Blades.
En un lado de la calle el destino le reserva unos ansiosos labios y un pecho dadivoso, una semana de cariño pasional, tal vez un quién sabe en el futuro, tal vez una compañía en la vejez. En el otro está la venganza, el reconocimiento de un otrora mucho más discipado lleno de lagunas y olvidos; sería difícil salir ileso de un encuentro tan lleno de rencores, sería difícil evitar el puñal bajo las costilllas o sobre la pelvis.
El Moscatel está por terminarse, la decisión se aproxima. Es la 1 a.m.
Suena el tango en el traganíquel. Carlos camina hacia la barra, pide otro doble, brinda, enguye, se obliga a un sorbo de agua y a una juliana de mango biche con sal.
Al otro lado de la calle Héctor Lavoe llena los oídos de los clientes, que parecen una sola tromba informe; solo ron con hielo se ve en las mesas, pequeños platos con limones cortados y distribuídos en círulos se van llenando de cenizas de cigarrillo.
Por la calle y a unos 100 km/h cruza el Renault Megane. Un ruido metalizado sale de los parlantes que parecen jugar extrañamente con los altos y los bajos. El piso está lleno de latas vacías de cerveza que entremezclan su aroma con otro dulzón inidentificable.
En la acera está él. Media botella de Moscatel en la mano. Disumula el tambaleo con relativo éxito, no sabe aun si desea los roncos suspiros de Goyeneche o los nostálgicos golpeteos de bossa nova de Colón con Blades.
En un lado de la calle el destino le reserva unos ansiosos labios y un pecho dadivoso, una semana de cariño pasional, tal vez un quién sabe en el futuro, tal vez una compañía en la vejez. En el otro está la venganza, el reconocimiento de un otrora mucho más discipado lleno de lagunas y olvidos; sería difícil salir ileso de un encuentro tan lleno de rencores, sería difícil evitar el puñal bajo las costilllas o sobre la pelvis.
El Moscatel está por terminarse, la decisión se aproxima. Es la 1 a.m.
Etiquetas:
Cuento breve,
Hugo Buitrago,
literatura,
relato
miércoles, 22 de agosto de 2007
Pizarro
Un texto del gran escritor y promotor Gonzalo Márquez Cristo
Extraños designios me dieron el poder absoluto para realizar así mi horrible acto, mi terrible acción de derrotar y condenar a muerte al hijo de un gigante dios iluminado.
Ahora estoy completamente solo, rodeado de selva, y no existe una noche en que no tema que amanezca.
Extraños designios me dieron el poder absoluto para realizar así mi horrible acto, mi terrible acción de derrotar y condenar a muerte al hijo de un gigante dios iluminado.
Ahora estoy completamente solo, rodeado de selva, y no existe una noche en que no tema que amanezca.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
lunes, 20 de agosto de 2007
Cómo nace un texto
Un fragmento de "Cómo nace un texto", del infaltable Borges
Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder. En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí eso es una solución personal mía, creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo si se trata de un cuento porteño, lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."
El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula por fantástica que sea crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder. En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí eso es una solución personal mía, creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo si se trata de un cuento porteño, lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."
El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula por fantástica que sea crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
jueves, 16 de agosto de 2007
Eso sí
Un cuento de Pedro Alberto Zubizarreta, mención de honor del concurso de cuento corto latinoamericano de Agenda Latinoamericana
El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.
Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.
El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.
Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
martes, 14 de agosto de 2007
Linguistas
Un texto de Benedetti que me encontré blogueando
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
lunes, 13 de agosto de 2007
Variaciones de un dinosaurio
¿Te animas a seguir la saga?
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (Augusto Monterroso)
Cuando despertó, suspiró aliviado: el dinosaurio ya no estaba allí. (Pablo Urbany)
Y cuando despertó, el dinosaurio seguía allí. Rondaba tras la ventana tal y como sucedía en el sueño. Ya había arrasado con toda la ciudad, menos con la casa del hombre que recién despertaba entre maravillado y asustado. ¿Cómo podía esa enorme bestia destruir el hogar de su creador, de la persona que le había dado una existencia concreta? La criatura no estaba conforme con la realidad en la que estaba, prefería su hábitat natural: las películas, las láminas de las enciclopedias, los museos... Prefería ese reino donde los demás contemplaban y él se dejaba estar, ser, soñar.
Y cuando el dinosaurio despertó, el hombre ya no seguía allí. (Marcelo Báez)
Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado
“El dinosaurio”.
Ah, es una delicia – me respondió – ya estoy leyéndolo. (José de la Colina)
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (Augusto Monterroso)
Cuando despertó, suspiró aliviado: el dinosaurio ya no estaba allí. (Pablo Urbany)
Y cuando despertó, el dinosaurio seguía allí. Rondaba tras la ventana tal y como sucedía en el sueño. Ya había arrasado con toda la ciudad, menos con la casa del hombre que recién despertaba entre maravillado y asustado. ¿Cómo podía esa enorme bestia destruir el hogar de su creador, de la persona que le había dado una existencia concreta? La criatura no estaba conforme con la realidad en la que estaba, prefería su hábitat natural: las películas, las láminas de las enciclopedias, los museos... Prefería ese reino donde los demás contemplaban y él se dejaba estar, ser, soñar.
Y cuando el dinosaurio despertó, el hombre ya no seguía allí. (Marcelo Báez)
Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado
“El dinosaurio”.
Ah, es una delicia – me respondió – ya estoy leyéndolo. (José de la Colina)
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
viernes, 10 de agosto de 2007
La carta
Uno del boricua José Luís González
San Juan, puerto Rico
8 de marso de 1947
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.
La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.
Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.
El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.
Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba.
Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
San Juan, puerto Rico
8 de marso de 1947
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.
La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.
Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.
El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.
Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba.
Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
jueves, 9 de agosto de 2007
El puñal
Un texto de Jorge Luís Borges
En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fé, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.
En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fé, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
miércoles, 8 de agosto de 2007
La lengua de las mariposas
A veces, la literatura y el cine son tan cercanos. La última escena de La lengua de las mariposas, esa bella película española. Tenga paciencia, cárguela y véala
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
Acuérdate
Un texto de los que siguen enviando los anónimos
Quiero decirlo ahora porque si no después las cosas se complican. Soy peor todavía de lo que muchos creen. Me gusta justamente el plato que otro come. Aburro una tras otra mis camisas, me encantan los entierros y odio los recitales, duermo como una bestia, deseo que los muebles estén más de mil años en el mismo lugar y aunque a escondidas uso tu cepillo de dientes no quiero que te peines con mi peine. Te explico estas cuestiones porque si todo vuelve a comenzar no me hagas mucho caso.
Acuérdate.
Quiero decirlo ahora porque si no después las cosas se complican. Soy peor todavía de lo que muchos creen. Me gusta justamente el plato que otro come. Aburro una tras otra mis camisas, me encantan los entierros y odio los recitales, duermo como una bestia, deseo que los muebles estén más de mil años en el mismo lugar y aunque a escondidas uso tu cepillo de dientes no quiero que te peines con mi peine. Te explico estas cuestiones porque si todo vuelve a comenzar no me hagas mucho caso.
Acuérdate.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
La soledad
Anónimos del mundo, uníos
- ¿Qué es lo que más odio en el mundo? Mmmmm... la soledad, ¿y tú?
- Yo también -se respondió a sí mismo.
- ¿Qué es lo que más odio en el mundo? Mmmmm... la soledad, ¿y tú?
- Yo también -se respondió a sí mismo.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
lunes, 6 de agosto de 2007
El insomnio
Uno de Virgilio Piñera que un ser anónimo me envió al mail. Gracias.
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarro. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revolver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarro. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revolver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
viernes, 3 de agosto de 2007
Caída
Un grito lleno de desesperanza, dolor y poesía de Ricardo Alfredo Torres
Perdi la voluntad. Perdi la fuerza, perdi el sentido de la vida y las palabras. No soporto el peso de los días sin amigos. Ya no me quedan, ya no están. Estoy. Sigo cayendo en el abismo de los días que se repiten. Todo parcece que no tuviera marcha atrás, nada más podrá ser corregido, todo es un grave error que se repite incesantemente todos los días y noches. Nada volverá a ser igual, la nube de humo y alegría es apenas un lejano y palido recuerdo que se aferra a la memoria. Es como si hubiera perdido (todo lo he perdido) la unidad de mi ser. Dónde están, qué se han hecho mis vivos y muertos.
No siento. Salto del llanto a la risa y de ella al vacío... no hay red... caigo lentamente, me pierdo... cerrar los ojos, pienso, imagino, deseo que todo desaparezca al abrirlos, que todo vuelva a ser como antes y no se con exactitud que es antes: Cuando lo pienso, cuando lo digo o lo escribo pasan delante de mi las imágenes (ya son pocas, el resto se han ido con el humo de amaneceres) de un tiempo atrás. Casi siempre veo es a Goranchacha, que es imágen más olores, cielos , colores, cigarrillos, cafe, mucho cafe, marihuana, mucha marihuana, música, mucha marihuana. Estoy perdido, no soy el que era, no soy el que crei que era, soy un invento, una copia hecha de miles de rostros y maneras, una colcha de retazos, falsa colcha de retazos que arropa mi ignorancia, mi brutalidad y mi dolor.
Perdi la voluntad. Perdi la fuerza, perdi el sentido de la vida y las palabras. No soporto el peso de los días sin amigos. Ya no me quedan, ya no están. Estoy. Sigo cayendo en el abismo de los días que se repiten. Todo parcece que no tuviera marcha atrás, nada más podrá ser corregido, todo es un grave error que se repite incesantemente todos los días y noches. Nada volverá a ser igual, la nube de humo y alegría es apenas un lejano y palido recuerdo que se aferra a la memoria. Es como si hubiera perdido (todo lo he perdido) la unidad de mi ser. Dónde están, qué se han hecho mis vivos y muertos.
No siento. Salto del llanto a la risa y de ella al vacío... no hay red... caigo lentamente, me pierdo... cerrar los ojos, pienso, imagino, deseo que todo desaparezca al abrirlos, que todo vuelva a ser como antes y no se con exactitud que es antes: Cuando lo pienso, cuando lo digo o lo escribo pasan delante de mi las imágenes (ya son pocas, el resto se han ido con el humo de amaneceres) de un tiempo atrás. Casi siempre veo es a Goranchacha, que es imágen más olores, cielos , colores, cigarrillos, cafe, mucho cafe, marihuana, mucha marihuana, música, mucha marihuana. Estoy perdido, no soy el que era, no soy el que crei que era, soy un invento, una copia hecha de miles de rostros y maneras, una colcha de retazos, falsa colcha de retazos que arropa mi ignorancia, mi brutalidad y mi dolor.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
jueves, 2 de agosto de 2007
Instrucciones para llorar
Julio Cortazar concibió el manual... y todos lo hemos seguido
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Amenazas
Un minicuento del escritor colombiano William Ospina
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti -dijo la espada.
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti -dijo la espada.
miércoles, 1 de agosto de 2007
Balance
Un texto de Manuel Darío González, un joven iniciado que ha descubierto que lleva la marca de Caín
Estás ahí, postrado en una cama sin inmutarte si quiera. No quieres nadar contra la corriente porque ya lo has hecho durante muchos años y estás cansado. Siempre te has movido entre balances, números, cifras. Empiezas a sacar el balance de tu vida: sumar fracasos, restar alegrías, multiplicar amores y dividir opiniones. Ya tienes el resultado, sabes que sólo te falta una cosa por hacer: morir
Estás ahí, postrado en una cama sin inmutarte si quiera. No quieres nadar contra la corriente porque ya lo has hecho durante muchos años y estás cansado. Siempre te has movido entre balances, números, cifras. Empiezas a sacar el balance de tu vida: sumar fracasos, restar alegrías, multiplicar amores y dividir opiniones. Ya tienes el resultado, sabes que sólo te falta una cosa por hacer: morir
Esto no es una cama
De Rondas de Cama de Edmee Pardo (no lo conozco) una historia que me llamó la atención
Esto no es una cama aunque la cabecera de latón y la estructura de metal así lo hagan parecer. Contribuyen a esa imagen falsa el par de almohadas, la ropa que envuelve el colchón, una cobija, la tela última que se conoce como colcha, los muñecos de peluche que ahí descansan. Confunde aún más que al mueble de junto se le llame buró, y que ahí sea donde duermo, leo, como, converso, hago el amor, trabajo, me aflijo, me alegro. Pero esto no es una cama, es mi casa.
Esto no es una cama aunque la cabecera de latón y la estructura de metal así lo hagan parecer. Contribuyen a esa imagen falsa el par de almohadas, la ropa que envuelve el colchón, una cobija, la tela última que se conoce como colcha, los muñecos de peluche que ahí descansan. Confunde aún más que al mueble de junto se le llame buró, y que ahí sea donde duermo, leo, como, converso, hago el amor, trabajo, me aflijo, me alegro. Pero esto no es una cama, es mi casa.
Etiquetas:
Cuento breve,
literatura,
relato
Suscribirse a:
Entradas (Atom)