La fauna revive con este texto de Hugo Andrei Buitrago
Suena el tango en el traganíquel. Carlos camina hacia la barra, pide otro doble, brinda, enguye, se obliga a un sorbo de agua y a una juliana de mango biche con sal.
Al otro lado de la calle Héctor Lavoe llena los oídos de los clientes, que parecen una sola tromba informe; solo ron con hielo se ve en las mesas, pequeños platos con limones cortados y distribuídos en círulos se van llenando de cenizas de cigarrillo.
Por la calle y a unos 100 km/h cruza el Renault Megane. Un ruido metalizado sale de los parlantes que parecen jugar extrañamente con los altos y los bajos. El piso está lleno de latas vacías de cerveza que entremezclan su aroma con otro dulzón inidentificable.
En la acera está él. Media botella de Moscatel en la mano. Disumula el tambaleo con relativo éxito, no sabe aun si desea los roncos suspiros de Goyeneche o los nostálgicos golpeteos de bossa nova de Colón con Blades.
En un lado de la calle el destino le reserva unos ansiosos labios y un pecho dadivoso, una semana de cariño pasional, tal vez un quién sabe en el futuro, tal vez una compañía en la vejez. En el otro está la venganza, el reconocimiento de un otrora mucho más discipado lleno de lagunas y olvidos; sería difícil salir ileso de un encuentro tan lleno de rencores, sería difícil evitar el puñal bajo las costilllas o sobre la pelvis.
El Moscatel está por terminarse, la decisión se aproxima. Es la 1 a.m.
jueves, 23 de agosto de 2007
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