Música colombiana de la buena. Una obra de mi amigo Luis Enrique Aragón Farkas, interpretada por Septófono, que buen grupo ese.
viernes, 30 de mayo de 2008
miércoles, 28 de mayo de 2008
La isla del tesoro
Un libro de mi infancia que tantas veces me hizo soñar con las historias de piratas. No creo que haya mejor obra para seducir a un niño en este viaje de la literatura. Aquí les dejo el inicio para que se animen. Yo jo jo y una boella de ron
Dado que el squire Trelawney, el doctor Livesey, y el resto de los señores me han pedido que escriba todos los pormenores referentes a la Isla del Tesoro, de principio a fin, sin omitir otra cosa que la situación de la isla, y eso porque aún quedan allí tesoros por desenterrar, tomo la pluma en el año de gracia de 17... y retrocedo a la época enque mi padre llevaba la posada del «Almirante Benbow», y el viejo y curtido marinero, con el sablazo en la cara, vino a alojarse bajo nuestro techo.Lo recuerdo como si fuera ayer, cuando llegó pesadamente a la puerta de la posada, seguido de su cofre de marinero en una carretilla; era un hombre alto, recio, pesado, avellanado; la coleta alquitranada le caía sobre los hombros de su sucia casaca azul; sus manos, llenas de señales y costurones, tenían unas uñas negras y rotas; y la chillada que le cruzaba la mejilla era de un color lívido y sucio. Recuerdo que echó una mirada a toda la ensenada, sin parar de silbar por lo bajo, y a continuación atacó esa vieja canción marinera que tan a menudo cantaba después:
¡Quince hombres van con el cofre del muerto!
¡Yo-jo-jo, y una botella de ron!
con aquella voz alta y temblona que parecía haberse templado y quebrantado en las barras del cabrestante. Luego llamó a la puerta con untrozo de palo, una especie de espeque que llevaba, y al aparecer mi padre pidió en tono áspero un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, empezó a beber despacio, como un catador, demorándose en su sabor, sin parar de mirar en torno suyo, hacia los acantilados, y hacia el cartel de nuestra posada.
Dado que el squire Trelawney, el doctor Livesey, y el resto de los señores me han pedido que escriba todos los pormenores referentes a la Isla del Tesoro, de principio a fin, sin omitir otra cosa que la situación de la isla, y eso porque aún quedan allí tesoros por desenterrar, tomo la pluma en el año de gracia de 17... y retrocedo a la época enque mi padre llevaba la posada del «Almirante Benbow», y el viejo y curtido marinero, con el sablazo en la cara, vino a alojarse bajo nuestro techo.Lo recuerdo como si fuera ayer, cuando llegó pesadamente a la puerta de la posada, seguido de su cofre de marinero en una carretilla; era un hombre alto, recio, pesado, avellanado; la coleta alquitranada le caía sobre los hombros de su sucia casaca azul; sus manos, llenas de señales y costurones, tenían unas uñas negras y rotas; y la chillada que le cruzaba la mejilla era de un color lívido y sucio. Recuerdo que echó una mirada a toda la ensenada, sin parar de silbar por lo bajo, y a continuación atacó esa vieja canción marinera que tan a menudo cantaba después:
¡Quince hombres van con el cofre del muerto!
¡Yo-jo-jo, y una botella de ron!
con aquella voz alta y temblona que parecía haberse templado y quebrantado en las barras del cabrestante. Luego llamó a la puerta con untrozo de palo, una especie de espeque que llevaba, y al aparecer mi padre pidió en tono áspero un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, empezó a beber despacio, como un catador, demorándose en su sabor, sin parar de mirar en torno suyo, hacia los acantilados, y hacia el cartel de nuestra posada.
viernes, 23 de mayo de 2008
jueves, 22 de mayo de 2008
El péndulo de Focault
Umberto Eco siempre me ha divertido. Aquí es va un fragmento de esta novela que uno no puede dejar de leer
Pues bien. En el mundo están los cretinos, los imbéciles, los estúpidos y los locos.
—¿Falta algo?
—Sí. Nosotros dos, por ejemplo. O, al menos, no es por ofender, yo.
En suma todo el mundo, si se mira bien, participa de alguna de esas categorías. Cada uno de nosotros de vez en cuando es un cretino, un imbécil, un estúpido o un loco. Digamos que la persona normal es la que combina razonablemente todos esos componentes o tipos ideales.
—Idealtypen.
—Bravo. ¿También sabe alemán?
—Algo masco para las bibliografías.
—En mi época, quienes sabían alemán ya no se licenciaban. Se pasaban el resto de su vida sabiendo alemán. Creo que hoy en día sucede lo mismo con el chino.
—Yo lo conozco poco, por eso hago mi tesis. Pero, siga hablándome de su tipología. ¿Cómo es el genio, Einstein, por ejemplo?
—El genio es el que pone en juego uno de esos componentes de manera vertiginosa, alimentándolo con los demás. —Bebió. Dijo—: Hola, guapetona. ¿Cómo siguen tus intentos de suicidio?
—Pertenecen al pasado —respondió la joven al pasar—, ahora estoy en un grupo.
—Te felicito —le dijo Belbo. Y volviéndose hacia mí—: También existen los suicidios en grupo, ¿verdad?
—Pero, ¿y los locos?
—Espero que no se haya tomado mi teoría como palabra santa. No pretendo arreglar el universo. Estoy diciendo qué es un loco para una editorial. Es una teoría ad hoc, ¿vale?
—Vale. Ahora invito yo.
—Vale. Pílades, por favor, con menos hielo. Si no, hace efecto en seguida. Veamos. El cretino ni siquiera habla, babea, es espástico. Se aplasta el helado contra la frente, no puede ni coordinar los movimientos. Entra en la puerta giratoria por el lado opuesto.
—¿Cómo es posible?
—El lo consigue. Por eso es un cretino. No nos interesa, se le reconoce en seguida, y no aparece por las editoriales. Dejémosle donde está.
—Dejémosle.
—Ser imbécil ya es más complicado. Es un comportamiento social. El imbécil es el que habla siempre fuera del vaso.
—¿A qué se refiere?
—Así —apunto el índice hacia su vaso y lo clavó en la barra—. Quiere hablar de lo que hay en el vaso, pero, esto por aquí, esto por allá, habla fuera. O si prefiere, es el que siempre mete la pata, el que le pregunta cómo está su bella esposa al individuo que acaba de ser abandonado por la mujer. ¿Me explico?
—Se explica, conozco a algunos.
—El imbécil está muy solicitado, sobre todo en las reuniones mundanas. Incomoda a todos, pero les proporciona temas de conversación. En su versión positiva llega a ser diplomático. Habla fuera del vaso cuando otros han metido la pata, consigue cambiar de tema Pero a nosotros no nos interesa, no es nunca creativo, trabaja de prestado, de manera que no presenta manuscritos en las editoriales. El imbécil no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los demás hablan del perro. Confunde las reglas de conversación, y cuando las confunde bien es sublime. Creo que es una raza en extinción, un portador de virtudes eminentemente burguesas. Necesita un salón Verdurin, o mejor, Guermantes. ¿Todavía leéis esas cosas, vosotros los estudiantes?
—Yo si.
—El imbécil es Murat que pasa revista a sus oficiales y cuando ve a uno, de la Martinica, recubierto de condecoraciones, va y le pregunta: “Vous etes negre?” Y el otro responde: “Oui mon genéral!”, Murat replica: “Bravo, bravo, continuez!” Y cosas por el estilo. ¿Lo capta? Perdone, pero esta noche estoy festejando una decisión histórica de mi vida. He dejado de beber. ¿Quiere otro? No diga nada, me haría sentir culpable. ¡Pílades!
—¿Y el estúpido?
—Ah. El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento. Es el que dice que todos los perros son animales domésticos y todos los perros ladran, pero que también los gatos son animales domésticos y por tanto ladran. O que todos los atenienses son mortales, todos los habitantes del Pireo son mortales, de modo que todos los habitantes del Pireo son atenienses.
—Y lo son.
—Si, pero de pura casualidad. El estúpido incluso puede decir algo correcto, pero por razones equivocadas.
—Se pueden decir cosas equivocadas, con tal de que las razones sean correctas.
—Vive Dios. ¿Si no por qué tomarse tanto trabajo para ser animales racionales?
—Todos los grandes monos antropomorfos descienden de formas de vida inferiores, los hombres descienden de formas de vida inferiores, por tanto todos los hombres son grandes monos antropomorfos.
—No está mal. Ya estamos en el umbral en el que sospechamos que algo no funciona, pero es necesario un esfuerzo para demostrar qué es lo que no cuadra y por qué. El estúpido es muy insidioso. Al imbécil se le reconoce en seguida (y al cretino ni qué decir), mientras que el estúpido razona casi como uno, sólo que con una desviación infinitesimal. Es un maestro del paralogismo. No hay salvación para el redactor editorial, debería emplear una eternidad. Se publican muchos libros escritos por estúpidos, porque a primera vista son muy convincentes. El redactor editorial no está obligado a reconocer al estúpido. No lo hace la academia de ciencias, ¿por qué tendría que hacerlo él?
—Tampoco lo hace la filosofía. El argumento ontológico de San Anselmo es estúpido. Dios tiene que existir porque puedo pensarlo como el ser dotado de todas las perfecciones, incluida la existencia. Confunde la existencia en el pensamiento con la existencia en la realidad.
—Si, pero también es estúpida la refutación de Gaunilo. Puedo pensar en una isla en el mar aunque esa isla no exista. Confunde el pensamiento de lo contingente con el pensamiento de lo necesario.
—Una batalla entre estúpidos.
—Claro, y Dios se divierte como un loco. Decidió ser impensable sólo para demostrar que Anselmo y Gaunilo eran estúpidos. Qué motivo más sublime para la creación, qué me digo, para el acto mismo en virtud del cual Dios determina su propio ser. Todo para poder denunciar la estupidez cósmica.
—Estamos rodeados de estúpidos.
—No hay salida. Todos son estúpidos, salvo usted y yo. Mejor dicho, no es por ofender, salvo usted.
—Algo me dice que esto tiene que ver con el teorema de Godel.
—No sé nada, soy un cretino. ¡Pílades!
—Me toca a mi.
—Después dividimos. El cretense Epiménides dice que todos los cretenses son mentirosos. Si lo dice él que es cretense y conoce bien a los cretenses, es cierto.
—Eso es estúpido.
—San Pablo. Epístola a Tito. Ahora esta otra: todos los que piensan que Epiménides es mentiroso tienen que creer a los cretenses, pero los cretenses no creen a los cretenses, por tanto ningún cretense piensa que Epiménides es mentiroso.
—¿Eso es estúpido o no?
—Decídalo usted mismo. Ya le he dicho que no es fácil reconocer al estúpido. Un estúpido puede llegar incluso a ganar el premio Nobel.
—Déjeme pensar... Algunos de los que no creen que Dios haya creado el mundo en siete días no son fundamentalistas, pero algunos fundamentalistas creen que Dios ha creado el mundo en siete días, por tanto nadie que no crea que Dios haya creado el mundo en siete días es fundamentalista. ¿Es o no estúpido?
—Dios mío; realmente hay que decirlo... no sé, ¿a usted qué le parece?
—Siempre es estúpido, aunque pueda resultar cierto. Viola una de las leyes del silogismo. De dos premisas particulares no pueden extraerse conclusiones universales.
—¿Y si el estúpido fuese usted?
—Estaría en buena y muy antigua compañía.
—Pues sí, la estupidez nos rodea. Y quizá para un sistema lógico diferente nuestra estupidez sea sabiduría. Toda la historia de la lógica es un intento por definir una noción aceptable de estupidez. Demasiado ambicioso. Todo gran pensador es el estúpido de otro.
—El pensamiento como forma coherente de estupidez.
—No. La estupidez de un pensamiento es la incoherencia de otro pensamiento.
—Profundo. Son las dos, falta poco para que Pílades cierre y aún no hemos llegado a los locos.
—Ya llego. Al loco se le reconoce en seguida. Es un estúpido que no conoce los subterfugios. El estúpido trata de demostrar su tesis, tiene una lógica, cojeante, pero lógica es. En cambio, el loco no se preocupa por tener una lógica, avanza por cortocircuitos. Para él, todo demuestra todo.
El loco tiene una idea fija, y todo lo que encuentra le sirve para confirmarla. Al loco se le reconoce porque se salta a la torera la obligación de probar lo que se dice; porque siempre está dispuesto a recibir revelaciones.
Y le parecerá extraño, tarde o temprano el loco saca a relucir a los templarios.
—¿Siempre?
—También hay locos sin templarios, pero los más insidiosos son aquellos. Al principio no se los reconoce, parece que hablan de manera normal, pero luego, de repente... —Iba a pedir otro whisky, pero recapacitó y pidió la cuenta—. A propósito de los templarios. El otro día un tío me dejó un original sobre ese tema. Seguro que es un loco, pero con rostro humano. El texto empieza sin estridencias. ¿Querría darle una ojeada?
—Con mucho gusto. Quizá encuentre algo que me sirva.
—Realmente, no lo creo. Pero si dispone de media hora pásese por la editorial. Vía Sincero Renato número uno. Será más útil para mí que para usted. Así me dice en seguida si el texto vale la pena.
—¿Por qué confía en mi?
—¿Quién dice que confío? Si viene confiaré. Confio en la curiosidad.
Entró un estudiante con el rostro alterado:
—¡Compañeros, los fachas están en el Naviglio, tienen cadenas!
—Les parto la cara —dijo el de los bigotes a la tártara, el que me había amenazado cuando lo de Lenin—. ¡Vamos compañeros!
Todos salieron.
—¿Qué hacemos? ¿Vamos también? —pregunté, movido por la culpa.
—No— dijo Belbo—. Son alarmas que hace circular Pílades para despejar el local. Para ser la primera noche que dejo de beber, reconozco que estoy un poco alterado. Debe de ser la crisis de abstinencia. Todo lo que le he dicho hasta este instante es falso. Buenas noches, Casaubon.
Pues bien. En el mundo están los cretinos, los imbéciles, los estúpidos y los locos.
—¿Falta algo?
—Sí. Nosotros dos, por ejemplo. O, al menos, no es por ofender, yo.
En suma todo el mundo, si se mira bien, participa de alguna de esas categorías. Cada uno de nosotros de vez en cuando es un cretino, un imbécil, un estúpido o un loco. Digamos que la persona normal es la que combina razonablemente todos esos componentes o tipos ideales.
—Idealtypen.
—Bravo. ¿También sabe alemán?
—Algo masco para las bibliografías.
—En mi época, quienes sabían alemán ya no se licenciaban. Se pasaban el resto de su vida sabiendo alemán. Creo que hoy en día sucede lo mismo con el chino.
—Yo lo conozco poco, por eso hago mi tesis. Pero, siga hablándome de su tipología. ¿Cómo es el genio, Einstein, por ejemplo?
—El genio es el que pone en juego uno de esos componentes de manera vertiginosa, alimentándolo con los demás. —Bebió. Dijo—: Hola, guapetona. ¿Cómo siguen tus intentos de suicidio?
—Pertenecen al pasado —respondió la joven al pasar—, ahora estoy en un grupo.
—Te felicito —le dijo Belbo. Y volviéndose hacia mí—: También existen los suicidios en grupo, ¿verdad?
—Pero, ¿y los locos?
—Espero que no se haya tomado mi teoría como palabra santa. No pretendo arreglar el universo. Estoy diciendo qué es un loco para una editorial. Es una teoría ad hoc, ¿vale?
—Vale. Ahora invito yo.
—Vale. Pílades, por favor, con menos hielo. Si no, hace efecto en seguida. Veamos. El cretino ni siquiera habla, babea, es espástico. Se aplasta el helado contra la frente, no puede ni coordinar los movimientos. Entra en la puerta giratoria por el lado opuesto.
—¿Cómo es posible?
—El lo consigue. Por eso es un cretino. No nos interesa, se le reconoce en seguida, y no aparece por las editoriales. Dejémosle donde está.
—Dejémosle.
—Ser imbécil ya es más complicado. Es un comportamiento social. El imbécil es el que habla siempre fuera del vaso.
—¿A qué se refiere?
—Así —apunto el índice hacia su vaso y lo clavó en la barra—. Quiere hablar de lo que hay en el vaso, pero, esto por aquí, esto por allá, habla fuera. O si prefiere, es el que siempre mete la pata, el que le pregunta cómo está su bella esposa al individuo que acaba de ser abandonado por la mujer. ¿Me explico?
—Se explica, conozco a algunos.
—El imbécil está muy solicitado, sobre todo en las reuniones mundanas. Incomoda a todos, pero les proporciona temas de conversación. En su versión positiva llega a ser diplomático. Habla fuera del vaso cuando otros han metido la pata, consigue cambiar de tema Pero a nosotros no nos interesa, no es nunca creativo, trabaja de prestado, de manera que no presenta manuscritos en las editoriales. El imbécil no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los demás hablan del perro. Confunde las reglas de conversación, y cuando las confunde bien es sublime. Creo que es una raza en extinción, un portador de virtudes eminentemente burguesas. Necesita un salón Verdurin, o mejor, Guermantes. ¿Todavía leéis esas cosas, vosotros los estudiantes?
—Yo si.
—El imbécil es Murat que pasa revista a sus oficiales y cuando ve a uno, de la Martinica, recubierto de condecoraciones, va y le pregunta: “Vous etes negre?” Y el otro responde: “Oui mon genéral!”, Murat replica: “Bravo, bravo, continuez!” Y cosas por el estilo. ¿Lo capta? Perdone, pero esta noche estoy festejando una decisión histórica de mi vida. He dejado de beber. ¿Quiere otro? No diga nada, me haría sentir culpable. ¡Pílades!
—¿Y el estúpido?
—Ah. El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento. Es el que dice que todos los perros son animales domésticos y todos los perros ladran, pero que también los gatos son animales domésticos y por tanto ladran. O que todos los atenienses son mortales, todos los habitantes del Pireo son mortales, de modo que todos los habitantes del Pireo son atenienses.
—Y lo son.
—Si, pero de pura casualidad. El estúpido incluso puede decir algo correcto, pero por razones equivocadas.
—Se pueden decir cosas equivocadas, con tal de que las razones sean correctas.
—Vive Dios. ¿Si no por qué tomarse tanto trabajo para ser animales racionales?
—Todos los grandes monos antropomorfos descienden de formas de vida inferiores, los hombres descienden de formas de vida inferiores, por tanto todos los hombres son grandes monos antropomorfos.
—No está mal. Ya estamos en el umbral en el que sospechamos que algo no funciona, pero es necesario un esfuerzo para demostrar qué es lo que no cuadra y por qué. El estúpido es muy insidioso. Al imbécil se le reconoce en seguida (y al cretino ni qué decir), mientras que el estúpido razona casi como uno, sólo que con una desviación infinitesimal. Es un maestro del paralogismo. No hay salvación para el redactor editorial, debería emplear una eternidad. Se publican muchos libros escritos por estúpidos, porque a primera vista son muy convincentes. El redactor editorial no está obligado a reconocer al estúpido. No lo hace la academia de ciencias, ¿por qué tendría que hacerlo él?
—Tampoco lo hace la filosofía. El argumento ontológico de San Anselmo es estúpido. Dios tiene que existir porque puedo pensarlo como el ser dotado de todas las perfecciones, incluida la existencia. Confunde la existencia en el pensamiento con la existencia en la realidad.
—Si, pero también es estúpida la refutación de Gaunilo. Puedo pensar en una isla en el mar aunque esa isla no exista. Confunde el pensamiento de lo contingente con el pensamiento de lo necesario.
—Una batalla entre estúpidos.
—Claro, y Dios se divierte como un loco. Decidió ser impensable sólo para demostrar que Anselmo y Gaunilo eran estúpidos. Qué motivo más sublime para la creación, qué me digo, para el acto mismo en virtud del cual Dios determina su propio ser. Todo para poder denunciar la estupidez cósmica.
—Estamos rodeados de estúpidos.
—No hay salida. Todos son estúpidos, salvo usted y yo. Mejor dicho, no es por ofender, salvo usted.
—Algo me dice que esto tiene que ver con el teorema de Godel.
—No sé nada, soy un cretino. ¡Pílades!
—Me toca a mi.
—Después dividimos. El cretense Epiménides dice que todos los cretenses son mentirosos. Si lo dice él que es cretense y conoce bien a los cretenses, es cierto.
—Eso es estúpido.
—San Pablo. Epístola a Tito. Ahora esta otra: todos los que piensan que Epiménides es mentiroso tienen que creer a los cretenses, pero los cretenses no creen a los cretenses, por tanto ningún cretense piensa que Epiménides es mentiroso.
—¿Eso es estúpido o no?
—Decídalo usted mismo. Ya le he dicho que no es fácil reconocer al estúpido. Un estúpido puede llegar incluso a ganar el premio Nobel.
—Déjeme pensar... Algunos de los que no creen que Dios haya creado el mundo en siete días no son fundamentalistas, pero algunos fundamentalistas creen que Dios ha creado el mundo en siete días, por tanto nadie que no crea que Dios haya creado el mundo en siete días es fundamentalista. ¿Es o no estúpido?
—Dios mío; realmente hay que decirlo... no sé, ¿a usted qué le parece?
—Siempre es estúpido, aunque pueda resultar cierto. Viola una de las leyes del silogismo. De dos premisas particulares no pueden extraerse conclusiones universales.
—¿Y si el estúpido fuese usted?
—Estaría en buena y muy antigua compañía.
—Pues sí, la estupidez nos rodea. Y quizá para un sistema lógico diferente nuestra estupidez sea sabiduría. Toda la historia de la lógica es un intento por definir una noción aceptable de estupidez. Demasiado ambicioso. Todo gran pensador es el estúpido de otro.
—El pensamiento como forma coherente de estupidez.
—No. La estupidez de un pensamiento es la incoherencia de otro pensamiento.
—Profundo. Son las dos, falta poco para que Pílades cierre y aún no hemos llegado a los locos.
—Ya llego. Al loco se le reconoce en seguida. Es un estúpido que no conoce los subterfugios. El estúpido trata de demostrar su tesis, tiene una lógica, cojeante, pero lógica es. En cambio, el loco no se preocupa por tener una lógica, avanza por cortocircuitos. Para él, todo demuestra todo.
El loco tiene una idea fija, y todo lo que encuentra le sirve para confirmarla. Al loco se le reconoce porque se salta a la torera la obligación de probar lo que se dice; porque siempre está dispuesto a recibir revelaciones.
Y le parecerá extraño, tarde o temprano el loco saca a relucir a los templarios.
—¿Siempre?
—También hay locos sin templarios, pero los más insidiosos son aquellos. Al principio no se los reconoce, parece que hablan de manera normal, pero luego, de repente... —Iba a pedir otro whisky, pero recapacitó y pidió la cuenta—. A propósito de los templarios. El otro día un tío me dejó un original sobre ese tema. Seguro que es un loco, pero con rostro humano. El texto empieza sin estridencias. ¿Querría darle una ojeada?
—Con mucho gusto. Quizá encuentre algo que me sirva.
—Realmente, no lo creo. Pero si dispone de media hora pásese por la editorial. Vía Sincero Renato número uno. Será más útil para mí que para usted. Así me dice en seguida si el texto vale la pena.
—¿Por qué confía en mi?
—¿Quién dice que confío? Si viene confiaré. Confio en la curiosidad.
Entró un estudiante con el rostro alterado:
—¡Compañeros, los fachas están en el Naviglio, tienen cadenas!
—Les parto la cara —dijo el de los bigotes a la tártara, el que me había amenazado cuando lo de Lenin—. ¡Vamos compañeros!
Todos salieron.
—¿Qué hacemos? ¿Vamos también? —pregunté, movido por la culpa.
—No— dijo Belbo—. Son alarmas que hace circular Pílades para despejar el local. Para ser la primera noche que dejo de beber, reconozco que estoy un poco alterado. Debe de ser la crisis de abstinencia. Todo lo que le he dicho hasta este instante es falso. Buenas noches, Casaubon.
martes, 20 de mayo de 2008
Alba
José Luís Díaz Granados es novelista, poeta y un amigo entrañable. Este fin de semana, en medio de su abrazo siempre cálido, recordamos su poema hecho canción por Iván y Lucía, y escrito para su adorable esposa.
Para mi loca vida
al medio día
un día más día que todos
el sol regó la lluvia
Y el alba al mediodía
aún era alba
más sutil que un minuto
transparente
Y más minuto
que un oceano eterno
cisterna donde
cabe mi ser entero
mar de rocío
que me acaricia incesante
patria perenne
de mi corazón
Alba donde descansa
para siempre mi alma
Navío vasija cueva
balandra de mis sueños
gaveta donde guardo
todos mis pensamientos
cofre donde se esconde
mi sonrisa
donde moran mis ansias
y mis recuerdos
Alba norte presente
norte eterno
carne mia
mi sombra
mi gemela
mi compañera loca
mi pulsera
mi magico aposento
mi pequeño castillo
donde habita el amor
Alba luz Alba sol
Alba marina Alba día
Alba siempre Alba del alba
Alba hoy Alba azul
Alba de junio Alba mora
Alba esposa Alba dormida
Alba verso Alba única
Alba mía
Para mi loca vida
al medio día
un día más día que todos
el sol regó la lluvia
Y el alba al mediodía
aún era alba
más sutil que un minuto
transparente
Y más minuto
que un oceano eterno
cisterna donde
cabe mi ser entero
mar de rocío
que me acaricia incesante
patria perenne
de mi corazón
Alba donde descansa
para siempre mi alma
Navío vasija cueva
balandra de mis sueños
gaveta donde guardo
todos mis pensamientos
cofre donde se esconde
mi sonrisa
donde moran mis ansias
y mis recuerdos
Alba norte presente
norte eterno
carne mia
mi sombra
mi gemela
mi compañera loca
mi pulsera
mi magico aposento
mi pequeño castillo
donde habita el amor
Alba luz Alba sol
Alba marina Alba día
Alba siempre Alba del alba
Alba hoy Alba azul
Alba de junio Alba mora
Alba esposa Alba dormida
Alba verso Alba única
Alba mía
viernes, 16 de mayo de 2008
Desiderata
Vuelve el fauno buitrago, que nos ha regalado sus historias de madrugada, con este cuento breve.
“Está bien, está bien… mandémoslo todo a la mierda, mañana mismo paso la carta de renuncia irrevocable, cambio el cheque y pongo a la venta el apartamento y el carro, mi primo se puede encargar de eso.
Empaca solo lo necesario, no necesitamos que el equipaje nos retrace mientras conocemos el mundo: el lunes Las Canarias, el martes quién sabe. Por fin haremos lo soñado.
Al final de las cuentas los muchachos ya están crecidos, casados y ubicados, sí, ahora es nuestro momento, mañana en la noche partimos”.
Se puso de pié, caminó a la alcoba con su paso lento, apoyado como siempre en el bastón… no soportaba ese maldito comercial. Apagó el televisor, se sirvió un vodka doble.
“Está bien, está bien… mandémoslo todo a la mierda, mañana mismo paso la carta de renuncia irrevocable, cambio el cheque y pongo a la venta el apartamento y el carro, mi primo se puede encargar de eso.
Empaca solo lo necesario, no necesitamos que el equipaje nos retrace mientras conocemos el mundo: el lunes Las Canarias, el martes quién sabe. Por fin haremos lo soñado.
Al final de las cuentas los muchachos ya están crecidos, casados y ubicados, sí, ahora es nuestro momento, mañana en la noche partimos”.
Se puso de pié, caminó a la alcoba con su paso lento, apoyado como siempre en el bastón… no soportaba ese maldito comercial. Apagó el televisor, se sirvió un vodka doble.
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Cuento breve,
Hugo Buitrago
martes, 13 de mayo de 2008
Ensayo sobre la ceguera
En este país de tuertos (y entuertos) el ciego es rey Aquí les va este fragmento de Saramago
De la puerta del ala derecha empezaron a llegar voces anunciando que ya no quedaba sitio, que todas las salas estaban llenas, hubo incluso ciegos que fueron empujados de nuevo hacia el zaguán, exactamente en el momento en que, deshecho el tapón humano que hasta entonces atrancaba la entrada principal, los ciegos que todavía estaban fuera, que eran muchos, empezaban a avanzar acogiéndose al techo bajo el cual, a salvo de las amenazas de los soldados, irían a vivir.
El resultado de estos dos desplazamientos, prácticamente simultáneos, fue que se trabó de nuevo la pelea a la entrada del ala izquierda, otra vez golpes, de nuevo gritos, y, como si esto fuese poco, unos cuantos ciegos despistados, que habían encontrado y forzado la puerta del zaguán que daba acceso directo al cercado interior, empezaron a gritar que allí había muertos. Imagínese el pavor.
Retrocedieron éstos como pudieron, Ahí hay muertos, hay muertos, repetían, como si los llamados a morir de inmediato fuesen ellos, en un segundo el zaguán volvió a ser un remolino furioso como en los peores momentos, después la masa humana se fue desviando en un impulso súbito y desesperado hacia el ala izquierda, llevándose todo por delante, rota ya la línea de defensa de los contagiados, muchos que ya habían dejado de serlo, otros que, corriendo como locos, intentaban escapar de la negra fatalidad.
Corrían en vano. Uno tras otro se fueron todos quedando ciegos, con los ojos de repente ahogados en la hedionda marea blanca que inundaba los corredores, las salas, el espacio entero. Fuera, en el zaguán, en el cercado, se arrastraban los ciegos desamparados, doloridos por los golpes unos, pisoteados otros, eran sobre todo los ancianos, las mujeres y los niños de siempre, seres en general aún o ya con pocas defensas, milagro que no resultaran de este trance muchos más muertos por enterrar. "
De la puerta del ala derecha empezaron a llegar voces anunciando que ya no quedaba sitio, que todas las salas estaban llenas, hubo incluso ciegos que fueron empujados de nuevo hacia el zaguán, exactamente en el momento en que, deshecho el tapón humano que hasta entonces atrancaba la entrada principal, los ciegos que todavía estaban fuera, que eran muchos, empezaban a avanzar acogiéndose al techo bajo el cual, a salvo de las amenazas de los soldados, irían a vivir.
El resultado de estos dos desplazamientos, prácticamente simultáneos, fue que se trabó de nuevo la pelea a la entrada del ala izquierda, otra vez golpes, de nuevo gritos, y, como si esto fuese poco, unos cuantos ciegos despistados, que habían encontrado y forzado la puerta del zaguán que daba acceso directo al cercado interior, empezaron a gritar que allí había muertos. Imagínese el pavor.
Retrocedieron éstos como pudieron, Ahí hay muertos, hay muertos, repetían, como si los llamados a morir de inmediato fuesen ellos, en un segundo el zaguán volvió a ser un remolino furioso como en los peores momentos, después la masa humana se fue desviando en un impulso súbito y desesperado hacia el ala izquierda, llevándose todo por delante, rota ya la línea de defensa de los contagiados, muchos que ya habían dejado de serlo, otros que, corriendo como locos, intentaban escapar de la negra fatalidad.
Corrían en vano. Uno tras otro se fueron todos quedando ciegos, con los ojos de repente ahogados en la hedionda marea blanca que inundaba los corredores, las salas, el espacio entero. Fuera, en el zaguán, en el cercado, se arrastraban los ciegos desamparados, doloridos por los golpes unos, pisoteados otros, eran sobre todo los ancianos, las mujeres y los niños de siempre, seres en general aún o ya con pocas defensas, milagro que no resultaran de este trance muchos más muertos por enterrar. "
lunes, 12 de mayo de 2008
Fragmentos para dominar el silencio
Un breve fragmento de La extracción de la piedra de la locura de la Pizarnik
I
Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.
II
Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.
III
La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.
I
Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.
II
Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.
III
La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.
martes, 6 de mayo de 2008
Juego de mentes
Esta es sin duda, una de las mejores novelas de la literatura colombiana. Es de Carlos Perozzo. Aquí les va un adelante
-Pero, ¡qué mamadera de gallo es ésta!
Había abierto l puerta de su apartamento y ya iba a salir disparad, cuando se dio cuenta que en lugar del acostumbrado pasillo había ahora un territorio confuso y plagado de sombras, que como mariposas nocturnas y de mal aguero empezaran a bloquearlo, al paso que sentía cómo sus pies se iban hundiendo en esa órbita fuliginosa donde solo quedaban a flote un poco de añoranzas y un resto de recuerdos, mientras que, en alguna parte de su memora un viejo de luenga barba y vestido con una túnica andrajosa, corría por una retorcida calejuela gritando eurekas frenéticamente, y la ente se detenía a verlo, m´s bien sorprendida y afirmando cuando alguien ejecutaba el consabido gesto que consisten en darle vueltas al índice alrededor de la sien.
Sin embargo no se dejó arrastrar por ese vértigo. O al menos lo intentó, cuando su mano, la que aún contenía el mango de la cerradura, se lanzó ápidamente al bolsillo de su gabardina en busca de cualquier ancla que evitara su deriva. Casi la encuentra en la mísera realidad de las boronas que se acumulan en el fondo de no haber sido por el desconcierto que le produjo el contacto con la fría piel de una pistola, que lo devolvió a los oscuros meandros de aquel inesperado desencuentro.
-Como sobreviviente del naufragio de un barco aún no zarpado.
Más o menos. Pero, no era solamente eso. Sonaba tras la puerta, en el interior del apartamento, el lagrimeo entrecortado de una mujer que, como l pistola y la gabardina blanca, no sabía qué hacían allí, e intuía vagamente que toda aquella parafernalia formaba parte de los preparativos para matar a alguien.
-Pero, ¡qué mamadera de gallo es ésta!
Había abierto l puerta de su apartamento y ya iba a salir disparad, cuando se dio cuenta que en lugar del acostumbrado pasillo había ahora un territorio confuso y plagado de sombras, que como mariposas nocturnas y de mal aguero empezaran a bloquearlo, al paso que sentía cómo sus pies se iban hundiendo en esa órbita fuliginosa donde solo quedaban a flote un poco de añoranzas y un resto de recuerdos, mientras que, en alguna parte de su memora un viejo de luenga barba y vestido con una túnica andrajosa, corría por una retorcida calejuela gritando eurekas frenéticamente, y la ente se detenía a verlo, m´s bien sorprendida y afirmando cuando alguien ejecutaba el consabido gesto que consisten en darle vueltas al índice alrededor de la sien.
Sin embargo no se dejó arrastrar por ese vértigo. O al menos lo intentó, cuando su mano, la que aún contenía el mango de la cerradura, se lanzó ápidamente al bolsillo de su gabardina en busca de cualquier ancla que evitara su deriva. Casi la encuentra en la mísera realidad de las boronas que se acumulan en el fondo de no haber sido por el desconcierto que le produjo el contacto con la fría piel de una pistola, que lo devolvió a los oscuros meandros de aquel inesperado desencuentro.
-Como sobreviviente del naufragio de un barco aún no zarpado.
Más o menos. Pero, no era solamente eso. Sonaba tras la puerta, en el interior del apartamento, el lagrimeo entrecortado de una mujer que, como l pistola y la gabardina blanca, no sabía qué hacían allí, e intuía vagamente que toda aquella parafernalia formaba parte de los preparativos para matar a alguien.
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