Hoy no sientes miedo. Crees dominar el mundo porque vienes de un país en guerra y porque has caminado cerca de asesinos y cuchillos blancos que desafían el aire y el silencio. Te hablan en una lengua que escasamente conoces. Te miran como extranjero y te huyen como a la peste porque traes el olor de la muerte entre la ropa, entre las axilas, en tus cabellos. Y sin embargo, no sientes miedo. Te correspondió la huída y perdiste la tierra, que es como si perdieras tu infancia y esa primera vez que caminaste con ella entre la lluvia y el olor a tierra mojada. Perdiste también el recuerdo de cuando la inocencia te dejó por primera vez y por segunda y por tercera hasta convertirse en una costumbre de abandono. Lo perdiste todo y sin embargo no hay tristeza en tus ojos, solo rabia... e impotencia... y una sensación de imperturbabilidad que todos notan mientras huyen de tu mirada de extranjero, de tu piel de extranjero, de tu boca de extranjero que te sabe a aguardiente y a muslos firmes de morena de ojos negros.
No soportas el exilio porque nadie te enseñó a morir en vida: te creías inmortal. Pero tuviste que aprender a cambiar tus rutas y tus horarios y a mirar por el rabillo del ojo a todo aquel que se te acercara, que te hablara, que te preguntara. No. No te enseñaron eso aunque a tu padre y al padre de tu padre los persiguieron igual, los desplazaron igual, los mataron igual. Hoy te toca callarlo todo y mentirlo todo y huir de todo.
Caminaste a una ciudad más grande que la tuya donde nadie te saluda. En tu maleta llevas tres fotos y una piedra que encontraste cuando saliste de casa. Nada más te dejaron sacar. Aunque tu padre y el padre de tu padre corrieron siempre, nadie te enseñó que la vida debía poder alojarse en cualquier maleta por si necesitabas salir corriendo, correr viviendo.
La música no te dice nada. Ni siquiera la que entonas con tu vieja guitarra desafinada que ya no alcanza a espantar soledades. Suena una balada vieja, a bolero y a jazz...y sin embargo, la emoción no se instala en tu cuerpo... solo la tristeza... y la rabia... y los no recuerdos, porque los que tenías te los robaron, te los torturaron y expulsaron de la pequeña patria que jamás pudiste liberar.
No siempre fue así, te repites. No alcanzaste a salir de pesca en las noches ni a dormir con las puertas y las ventanas abiertas pero pudiste enamorarte de cualquier desconocida sin que te miraran con desconfianza. Pudiste aprender a conducir el viejo coche de tu padre sin que te amenazaran por hacer un giro prohibido, y hasta conociste pueblos perdidos descubiertos solamente por el calor infernal del trópico. Ahora solo el encierro... una ciudad diferente a la tuya, una tierra diferente a la tuya, un alma diferente a la tuya.
Todos te ven un futuro promisorio pero te sientes triste. No importa dónde estés, te dicen, te va a ir bien, te dicen... pero te sientes triste y con rabia. Y caminas en medio de un tumulto de gente sin nombre que no imaginan que perdiste tu infancia... y tus recuerdos... que es como perder tu patria.
jueves, 12 de julio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario