jueves, 31 de enero de 2008

Un poema

Ricardo Silva es poeta, de los nuevos. Lo encontré leyendo a Federico Díaz Granados, el amigo.

ASISTE, DE MAÑANA, A TODAS MIS ESCENAS.
Sé testigo de mi vanidad, de mi orgullo, de mi envidia.
Escóndete debajo de las camas, detrás de las puertas,
en los descansos mal iluminados de las escaleras,
mientras trato de serle fiel a mi propio personaje.
Adviérteme, en la tras escena de mis hábitos,
los lugares comunes que visito.

Llena mi vía de señales de tránsito secretas,
“Gire con precaución”, “Bifurcación”, “No pase”,
o deja caer algo, un lápiz, una taza de té vieja,
si pierdo la cabeza en los bordes de mi cuerpo,
si me abrigo con la ropa de los días perdidos,
si las mismas melodías no llegan, en paz, a mis oídos.
Recuérdame —a las 2 y 12 se olvida el principio—
la fidelidad sagrada a las palabras.

No debo perder mi vida. Debo quedarme quieto.
Mis instintos se aferran a una rutina, Dios,
porque no tengo otra manera de sanarme.

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