Un fragmento de Ebano, el célebre texto de Ryszard Kapuscinski. Ojalá el 2008 traiga menos pesares.
Niños solos y abandonados van allí donde se estacionan las tropas, donde hay cuarteles, campamentos o etapas. A fuerza de ayudar y trabajar, acaban formando parte del ejército: son "hijos del regimiento". Reciben un arma y no tardan en pasar por el bautismo del fuego. Sus colegas mayores (¡también niños!) a menudo se muestran perezosos, y cuando hay una batalla con el enemigo a la vista, mandan a los pequeños al frente, a la primera línea de fuego. Estas escaramuzas armadas de la chiquillería resultan especialmente encarnizadas y sangrientas, porque el niño carece del instinto de conservación, no siente ni comprende el horror de la muerte, desconoce el miedo que sólo la madurez le hará conocer.
Las guerras de niños se han hecho posibles también gracias al desarrollo tecnológico. Hoy las armas de repetición de mano son ligeras y cortas; sus nuevas generaciones se asemejan cada vez más a juguetes infantiles. El viejo máuser era demasiado grande, pesado y largo para un crío. El niño pequeño tenía el brazo demasiado corto para llegar al gatillo sin esfuerzo y, también, el punto de mira resultaba excesivamente lejano para su ojo. Las armas modernas, al eliminar tales inconvenientes, solucionan estos problemas. Su tamaño se ajusta tan perfectamente a la silueta de un niño que más bien causan un efecto infantil y gracioso en manos de un soldado alto y fornido.
El hecho de que el niño sólo sea capaz de usar armas de mano, de alcance corto (pues no sabe dirigir el fuego de una batería de artillería ni tampoco pilotar un bombardero), ha hecho que los combates en las guerras de los niños adquieran la forma de un choque directo, de un contacto físico, casi de un cuerpo a cuerpo: los pequeños se disparan a quemarropa, hallándose a un paso los unos de los otros. Los efectos de estos duelos suelen ser aterradores, pues no sólo mueren los que caen fulminados en el campo de batalla. Dadas las condiciones en que se desarrollan aquellas guerras, también pronto acaban muriendo los heridos: de hemorragias, de infecciones y por falta de medicinas.
lunes, 31 de diciembre de 2007
miércoles, 26 de diciembre de 2007
El Hacedor
Un fragmento del gran Jorge Luis
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologias del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Asi mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologias del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Asi mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.
jueves, 20 de diciembre de 2007
Las palmeras salvajes
Un breve, brevísimo fragmento de Faulkner. Tan solitario como el día, porque como dijo Neruda...
"Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra".
No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena.
"Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra".
No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena.
lunes, 17 de diciembre de 2007
Conducta en los velorios
Solo es un abrebocas, para que lo busquen y lo lean. Que niño grande era Julio.
No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese dialogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio este a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.
En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia esta en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis.
No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese dialogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio este a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.
En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia esta en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis.
martes, 11 de diciembre de 2007
Ego y Muerte
Es bueno, es ingenioso y es de Hugo... ese buitrago que aparece y desaparece de estas páginas.
Allí está el asunto: los egos y la muerte. Si el paraíso fuera paraíso, Guayasamín haría un retrato de Cortazar exalando el humo del último faso del último fardo, mientras "El Pájaro" Parker berrea Loverman, observando la mano de Raúl deslizarse sigilosa por la entrepierna de Wilde.
Del otro lado de la sala, apenas perceptible por las rancias luces de las lámparas empotradas en el centro de cada mesa, forradas en imitaciones de seda de colores y reflejantes de aves, tigres de bengala y dragones coloidales, un largo sorbo de ron bajaría por la garganta de Hemmingway, mojando el relato de su último encuentro boxístico (perdió con una escopeta comenta); y la Kalho, y la Pizarnik y la Mistral, lo interrumpen con su concurso de tequila.
Sobre la barra, casi sutilmente, Marlon Brando hace el amor a una negra cubana de inmensas caderas y diminutos senos, apaludido por James Dean que apenas y puede mantener los anteojos en su sitio. Observa y se acaricia Marilyn Monroe, secundada por Janis Joplin que empieza a gemir una imporvisación al ritmo del saxo de Charly, que ha optado por ampliar su Loverman otros nueve minutos... Borges decide al fin copular mientras se observa en un espejo y Caicedo Andrés comparte su marihuana con Arango Gonzalo quien despotrica mil veces de Yoko Ono y de Angelita.
Lenon no mira a nadie, Tagore medita, Gandhi arde en el infierno con otro par de monjas.
Pero el paraíso no es el paraíso y aquí los egos no nos dejan ver. Vendrá la muerte.
Allí está el asunto: los egos y la muerte. Si el paraíso fuera paraíso, Guayasamín haría un retrato de Cortazar exalando el humo del último faso del último fardo, mientras "El Pájaro" Parker berrea Loverman, observando la mano de Raúl deslizarse sigilosa por la entrepierna de Wilde.
Del otro lado de la sala, apenas perceptible por las rancias luces de las lámparas empotradas en el centro de cada mesa, forradas en imitaciones de seda de colores y reflejantes de aves, tigres de bengala y dragones coloidales, un largo sorbo de ron bajaría por la garganta de Hemmingway, mojando el relato de su último encuentro boxístico (perdió con una escopeta comenta); y la Kalho, y la Pizarnik y la Mistral, lo interrumpen con su concurso de tequila.
Sobre la barra, casi sutilmente, Marlon Brando hace el amor a una negra cubana de inmensas caderas y diminutos senos, apaludido por James Dean que apenas y puede mantener los anteojos en su sitio. Observa y se acaricia Marilyn Monroe, secundada por Janis Joplin que empieza a gemir una imporvisación al ritmo del saxo de Charly, que ha optado por ampliar su Loverman otros nueve minutos... Borges decide al fin copular mientras se observa en un espejo y Caicedo Andrés comparte su marihuana con Arango Gonzalo quien despotrica mil veces de Yoko Ono y de Angelita.
Lenon no mira a nadie, Tagore medita, Gandhi arde en el infierno con otro par de monjas.
Pero el paraíso no es el paraíso y aquí los egos no nos dejan ver. Vendrá la muerte.
viernes, 7 de diciembre de 2007
Bordas de hielo
... y murió en París en aguacero
Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!
Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!
Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...
Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!
Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!
Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...
miércoles, 5 de diciembre de 2007
La conservación de los recuerdos
Vamos a terminar este pequeño ciclo del cronopio mayor con este texto.
Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra".
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones." Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.
jueves, 29 de noviembre de 2007
El niño bueno
Sigamos con Cortazar, cortesía el fauno Hugo Buitrago
No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal. Opto
por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.
No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal. Opto
por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Cortazar también es poeta
El interrogador
No pregunto por las glorias ni las nieves,
quiero saber dónde se van juntando
las golondrinas muertas,
adónde van las cajas de fósforos usadas.
Por grande que sea el mundo
hay los recortes de uñas, las pelusas,
los sobres fatigados, las pestañas que caen.
¿Adonde van las nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo?
Pregunto por la nada que nos mueve;
en esos cementerios conjeturo que crece
poco a poco el miedo,
y que allí empolla el Rock.
No pregunto por las glorias ni las nieves,
quiero saber dónde se van juntando
las golondrinas muertas,
adónde van las cajas de fósforos usadas.
Por grande que sea el mundo
hay los recortes de uñas, las pelusas,
los sobres fatigados, las pestañas que caen.
¿Adonde van las nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo?
Pregunto por la nada que nos mueve;
en esos cementerios conjeturo que crece
poco a poco el miedo,
y que allí empolla el Rock.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Ahora un fragmento de Proust
Fragmentos que son todo un universo. Qué tal este de fragmento de La prisionera de Proust
Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur. Y acaso a estos ruidos se había anticipado alguna emanación más rápida y más penetrante que, filtrándose en mi sueño, le infundía una tristeza que presagiaba la nieve o bien hacía entonar en él a cierto pequeño personaje intermitente tan numerosos cánticos a la gloria del sol, que acababan por provocar en mí, dormido aún, con un asomo de sonrisa y dispuestos los párpados cerrados a dejarse deslumbrar, un estrepitoso despertar en música. En aquella época, yo percibía la vida exterior sobre todo desde mi cuarto. Sé que Bloch contó que, cuando iba a verme por la noche, oía un rumor de conversación. Como mi madre estaba en Combray y él no encontraba nunca a nadie en mi habitación, dedujo que hablaba solo. Cuando, mucho más tarde, supo que Albertina vivía entonces conmigo y comprendió que la escondía de todo el mundo, dijo que por fin veía la razón de que, en aquella época de mi vida, nunca quisiera salir. Se equivocaba. Pero era muy disculpable, pues la realidad, aunque sea necesaria, no es completamente previsible; los que se enteran de algún detalle exacto sobre la vida de otro sacan en seguida consecuencias que no lo son y ven en el hecho recién descubierto la explicación de cosas que precisamente no tienen ninguna relación con él.
Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur. Y acaso a estos ruidos se había anticipado alguna emanación más rápida y más penetrante que, filtrándose en mi sueño, le infundía una tristeza que presagiaba la nieve o bien hacía entonar en él a cierto pequeño personaje intermitente tan numerosos cánticos a la gloria del sol, que acababan por provocar en mí, dormido aún, con un asomo de sonrisa y dispuestos los párpados cerrados a dejarse deslumbrar, un estrepitoso despertar en música. En aquella época, yo percibía la vida exterior sobre todo desde mi cuarto. Sé que Bloch contó que, cuando iba a verme por la noche, oía un rumor de conversación. Como mi madre estaba en Combray y él no encontraba nunca a nadie en mi habitación, dedujo que hablaba solo. Cuando, mucho más tarde, supo que Albertina vivía entonces conmigo y comprendió que la escondía de todo el mundo, dijo que por fin veía la razón de que, en aquella época de mi vida, nunca quisiera salir. Se equivocaba. Pero era muy disculpable, pues la realidad, aunque sea necesaria, no es completamente previsible; los que se enteran de algún detalle exacto sobre la vida de otro sacan en seguida consecuencias que no lo son y ven en el hecho recién descubierto la explicación de cosas que precisamente no tienen ninguna relación con él.
lunes, 19 de noviembre de 2007
Del gran Henry Miller
Un fragmento del mítico Trópico de capricornio
Cuando me paro y me inclino hacia un farol para encender un cigarrillo, hasta el farol me parece un amigo. No es una cosa de hierro: es una creación de la mente humana, moldeada de determinada forma, torcida y formada por manos humanas, soplada por el aliento humano, colocada por manos y pies humanos. Me vuelvo y paso la mano por la superficie de hierro. Casi parece hablarme. Es un farol humano. ESTÁ DONDE CORRESPONDE, como la hoja de col, como los calcetines rotos, como el colchón, como la pila de la cocina.
Cuando me paro y me inclino hacia un farol para encender un cigarrillo, hasta el farol me parece un amigo. No es una cosa de hierro: es una creación de la mente humana, moldeada de determinada forma, torcida y formada por manos humanas, soplada por el aliento humano, colocada por manos y pies humanos. Me vuelvo y paso la mano por la superficie de hierro. Casi parece hablarme. Es un farol humano. ESTÁ DONDE CORRESPONDE, como la hoja de col, como los calcetines rotos, como el colchón, como la pila de la cocina.
viernes, 16 de noviembre de 2007
Las líneas
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
Augusto Monterroso
Despertó cansado, como si un tren lo hubiera pasado por encima. Abrió un ojo y no vio nada. Abrió el otro y vio las vías.
Norberto Costa
Hoy he amanecido como siempre, pero con un cuchillo en el pecho.
Joaquin Leguina
El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida.
Ángel García Galiano
Augusto Monterroso
Despertó cansado, como si un tren lo hubiera pasado por encima. Abrió un ojo y no vio nada. Abrió el otro y vio las vías.
Norberto Costa
Hoy he amanecido como siempre, pero con un cuchillo en el pecho.
Joaquin Leguina
El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida.
Ángel García Galiano
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Cuento breve,
cuentos mínimos
miércoles, 14 de noviembre de 2007
Teoría de Dulcinea
Qué tal este de Arreola?...Cómo me gustan las nuevas versiones.
En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta.
Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca.
Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta.
Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca.
Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
viernes, 9 de noviembre de 2007
Más de los mínimos
Cada crepúsculo es un ensayo del sueño eterno.
Mario Benedetti
Verse y amarse locamente fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y afilados. Él tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.
Poli Délano
Había un niño de nueve años que mató a sus padres y le pidió al juez clemencia porque él era huérfano.
Carlos Monsiváis
Era tan mal actor que lloraba de veras.
Vicente Huidobro
Y justo cuando la silla cayó y sus piernas quedaron suspendidas en el aire, entendió cuánto quería vivir.
Noelia Anahí Sarabia
“Huyamos, los cazadores de letras estan aqu...”
Ana María Shua
Mario Benedetti
Verse y amarse locamente fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y afilados. Él tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.
Poli Délano
Había un niño de nueve años que mató a sus padres y le pidió al juez clemencia porque él era huérfano.
Carlos Monsiváis
Era tan mal actor que lloraba de veras.
Vicente Huidobro
Y justo cuando la silla cayó y sus piernas quedaron suspendidas en el aire, entendió cuánto quería vivir.
Noelia Anahí Sarabia
“Huyamos, los cazadores de letras estan aqu...”
Ana María Shua
miércoles, 7 de noviembre de 2007
La maestría de lo breve
Hoy, asistiendo a un seminario internacional de escritura creativa en Bogotá, me recordaron un cuento breve de Juan José Arreola.
La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Sin palabras eh?
La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Sin palabras eh?
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arreola,
Cuento breve
jueves, 1 de noviembre de 2007
Idgie
Sin saberlo, el martes publiqué un texto de María José Barrios desconociendo que era la misma Idgie por la que tantos amigos han preguntado en el MSN y que había publicado el jueves inmediatamente anterior . He aquí la prueba gracias a un anónimo Alberto, que también encuentra un cuento mínimo.
La señorita Idgie W. Mcgregor pensó muy fuerte su deseo y luego sopló las velas con los ojos cerrados.
Por increible que parezca, al abrir los ojos se había convertido en María José Barrios y tenía un bolígrafo y un cuaderno en la mano. Desde el papel, Idgie miraba a Mariajo interrogante, esperando el siguiente movimiento.
La señorita Idgie W. Mcgregor pensó muy fuerte su deseo y luego sopló las velas con los ojos cerrados.
Por increible que parezca, al abrir los ojos se había convertido en María José Barrios y tenía un bolígrafo y un cuaderno en la mano. Desde el papel, Idgie miraba a Mariajo interrogante, esperando el siguiente movimiento.
martes, 30 de octubre de 2007
Juntos
Un texto de María José Barrios, otra cazadora de cuentos mínimos
Toman café como si acabaran de conocerse. Intercambian memorias y cumplidos. Ella se prueba un vestido atrevido. Él le regala algo totalmente superfluo. Compran todo aquello que no se pueden permitir. Pasean de la mano. Espían en los probadores. Comparten un helado. Hacen el amor en el lavabo de señoras Y luego entran en el cine.
Justo antes de cerrar, devuelven todas las extravagancias que han comprado y se van a casa con las manos vacías y la cabeza llena de recuerdos.
De noche, fingen que no son más que un matrimonio aburrido. Él con su periódico, ella con su libro. Buenas noches, cariño. Buenas noches. Clic. A oscuras, ambos cuentan en silencio las horas que faltan para volver a encontrarse en una cafetería cualquiera de algún centro comercial.
Toman café como si acabaran de conocerse. Intercambian memorias y cumplidos. Ella se prueba un vestido atrevido. Él le regala algo totalmente superfluo. Compran todo aquello que no se pueden permitir. Pasean de la mano. Espían en los probadores. Comparten un helado. Hacen el amor en el lavabo de señoras Y luego entran en el cine.
Justo antes de cerrar, devuelven todas las extravagancias que han comprado y se van a casa con las manos vacías y la cabeza llena de recuerdos.
De noche, fingen que no son más que un matrimonio aburrido. Él con su periódico, ella con su libro. Buenas noches, cariño. Buenas noches. Clic. A oscuras, ambos cuentan en silencio las horas que faltan para volver a encontrarse en una cafetería cualquiera de algún centro comercial.
jueves, 25 de octubre de 2007
Cuentos mínimos
Tres textos de la bitácora de Idgie W. Mcgregor, un personaje irreal como la red en la que abandona sus palabras y que encontré blogueando en sus cuentos mínimos.
"El gigante se escondió, muy quieto, detrás del molino."
"El gran artista Nicolai Petrovski se echó a llorar como un niño al comprobar que el cuadro que acababa de pintar era una falsificación. Y bastante torpe, por cierto. Hasta un ciego se daría cuenta de que aquello no era un auténtico Petrovski."
"El físico Leo Szilard anunció una vez a su amigo, Hans Bethe, que estaba pensando en escribir un diario: “No me propongo publicarlo. Me limitaré a registrar los hechos para que Dios se informe.” “¿Tú crees que Dios no conoce los hechos”, preguntó Bethe. “Sí”, dijo Szilard, “Él conoce los hechos, pero no conoce esta versión de los hechos."
"El gigante se escondió, muy quieto, detrás del molino."
"El gran artista Nicolai Petrovski se echó a llorar como un niño al comprobar que el cuadro que acababa de pintar era una falsificación. Y bastante torpe, por cierto. Hasta un ciego se daría cuenta de que aquello no era un auténtico Petrovski."
"El físico Leo Szilard anunció una vez a su amigo, Hans Bethe, que estaba pensando en escribir un diario: “No me propongo publicarlo. Me limitaré a registrar los hechos para que Dios se informe.” “¿Tú crees que Dios no conoce los hechos”, preguntó Bethe. “Sí”, dijo Szilard, “Él conoce los hechos, pero no conoce esta versión de los hechos."
viernes, 19 de octubre de 2007
Historias de la madrugada 3
Vuelve el cuento corto al blog, gracias a este texto de Hugo Andrei Buitrago
Todavía esperaba el sueño por llegar. La Quinta Avenida no era lo que esperaba, pero era.
Al llegar a la esquina, apenas daba la primera probada al café en el vaso de icopor, presentía el ardor en la lengua, pero se sabía con alguna propención por el masoquismo.
El semáforo cambió dando el permiso para continuar aquel recorrido a ninguna parte. Una sensación de roce espectral en la espalda lo hizo girarse repentinamente, estrellando el vaso con el codo de la persona a su costado. El café hizo estremecer el cuerpo mientras dejaba su huella por la camisa blanca y el pantalón crema. Apuntaló el madrazo lleno de resaca al imprudente peatón... el grito nunca salió de los labios, se atoró con los ojos verde gris de la apenada joven.
El vaso en el suelo derrama las últimas gotas de café.
Todavía esperaba el sueño por llegar. La Quinta Avenida no era lo que esperaba, pero era.
Al llegar a la esquina, apenas daba la primera probada al café en el vaso de icopor, presentía el ardor en la lengua, pero se sabía con alguna propención por el masoquismo.
El semáforo cambió dando el permiso para continuar aquel recorrido a ninguna parte. Una sensación de roce espectral en la espalda lo hizo girarse repentinamente, estrellando el vaso con el codo de la persona a su costado. El café hizo estremecer el cuerpo mientras dejaba su huella por la camisa blanca y el pantalón crema. Apuntaló el madrazo lleno de resaca al imprudente peatón... el grito nunca salió de los labios, se atoró con los ojos verde gris de la apenada joven.
El vaso en el suelo derrama las últimas gotas de café.
Los inicios
Siempre me he maravillado con las frases con que inician los grandes textos. Son como una ventana desde donde se vislumbra no sólo un nuevo mundo sino donde el peso del lenguaje se adivina con las primeras letras. Aquí les dejo algunos de mis favoritos... cuáles son los suyos?
"Antes de apasionarme por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia". La vorágine.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Cien años de soledad
"Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto". La metamorfosis
"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas". La biblia (no me digan que no es una bella novela)
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo". Pedro Páramo
"Antes de apasionarme por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia". La vorágine.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Cien años de soledad
"Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto". La metamorfosis
"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas". La biblia (no me digan que no es una bella novela)
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo". Pedro Páramo
martes, 16 de octubre de 2007
La biblioteca total
Qué tal este fragmento de Borges
Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles. Ha inventado el Infierno, ha inventado la predestinación al Infierno, ha imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras, los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espectro insoluble, articulados en un solo organismo... Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el encesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira.
Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles. Ha inventado el Infierno, ha inventado la predestinación al Infierno, ha imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras, los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espectro insoluble, articulados en un solo organismo... Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el encesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira.
viernes, 12 de octubre de 2007
El nombre
Cómo no traicionar los cuentos que siempre publico, cuando se deslizan las palabras de Gabriela Santa.
Pronúnciame.
Dibuja con tu lengua el nombre que he olvidado
sobre esta masa que aún no sabe que vive
Cose con tu saliva los fragmentos de mi alfabeto disperso
sana con tus besos el dolor de la arcilla hecha cuerpo
borra con tus manos las lágrimas que manan de mi cara.
Graba con tus ojos las letras que me animan
Graba en mí cantos
de pájaros de sílabas
de cascadas de sílabas
Tráeme a vaharadas
Los silencios cadenciosos de la hierba contra el viento.
Ensálmame
hasta que aprenda a ver la luz de tus relámpagos
Rásgame el orificio de la boca
Rasga la boca de la muerte
hasta que la muerte en éxtasis nos dispare sus constelaciones.
Haz de mi un Golem
Para que yo
Tropezando entre vocales recién nacidas
Pronunciando tu nombre vuelva a crearte.
Pronúnciame.
Dibuja con tu lengua el nombre que he olvidado
sobre esta masa que aún no sabe que vive
Cose con tu saliva los fragmentos de mi alfabeto disperso
sana con tus besos el dolor de la arcilla hecha cuerpo
borra con tus manos las lágrimas que manan de mi cara.
Graba con tus ojos las letras que me animan
Graba en mí cantos
de pájaros de sílabas
de cascadas de sílabas
Tráeme a vaharadas
Los silencios cadenciosos de la hierba contra el viento.
Ensálmame
hasta que aprenda a ver la luz de tus relámpagos
Rásgame el orificio de la boca
Rasga la boca de la muerte
hasta que la muerte en éxtasis nos dispare sus constelaciones.
Haz de mi un Golem
Para que yo
Tropezando entre vocales recién nacidas
Pronunciando tu nombre vuelva a crearte.
martes, 9 de octubre de 2007
Homenaje al poeta
©Claudia Isabel es poeta. No se su apellido. Creo que tampoco lo quiero saber. El rastro de sus palabras es suficiente. Tanta tristeza. Tanta saudade.
El bufón llega de su gira de excentricidades y busca en mi, refugio para su cansancio. Me recorre primero con sus ojos negros y penetrantes, me estudia, olfatea mi pelo, sonríe a medias. Sabe que mis brazos lo rodean sin preguntar. Él es como un sueño, breve y fugaz. No hay preguntas y mucho menos respuestas. Es efímero, a veces irreal; también puede ser esa llama que me quema y me ilumina, porque él tiene su propia luz, y yo mi propia oscuridad. Desaparece en otoño. Regresa en primavera. Los extremos no le gustan, las mañanas tampoco. Es un noctámbulo que sólo respira la noche. A mí me agrada el otoño porque se despoja de todo su deterioro; renace pronto, y se vuelve a inventar. Me queda el cuerpo vacío sin vos, bufón. Las palabras que pensé se precipitan y caen, no hay quien las escuche, sólo estas cuatro paredes sordas. Parto una manzana, y esa otra mitad, la tuya, se oscurece en el rincón. No hay retorno para tanto silencio. No hay eco sin palabras, sin gemidos. El viento agita las hojas de los árboles, puedo verlo por la ventana. Me trae el amargo recuerdo de tu ausencia, de los años pasados, y de la juventud que quiere despedirse, aunque no se lo permita. Y a pesar de todo lo que acontece, de tu recuerdo, y de que la vida sigue…Vos no estas desde hace tiempo. Ahora prefiero pensarte intacto. Con tu enorme y hermosa sonrisa de bufón; tu salvaje presencia inspiradora de locos poemas, tu lirismo encantador, tu imponente figura: dura y conmovedora. Hubiese querido estar en ese instante final, sostenerte la mano, decirte cosas lindas, porque amabas todas las cosas lindas, en especial las palabras. ¡No es justo que la belleza muera, que el poeta muera, y que mi mundo pierda tus ojos negros, penetrantes y llenos de fuego! Me hice amiga de tu recuerdo. Tengo una vida, una historia que construyo día a día. Con el tiempo aprendí que el amor no desaparece; se muda para poder habitar otros cuerpos y poder contar otras historias.
El bufón llega de su gira de excentricidades y busca en mi, refugio para su cansancio. Me recorre primero con sus ojos negros y penetrantes, me estudia, olfatea mi pelo, sonríe a medias. Sabe que mis brazos lo rodean sin preguntar. Él es como un sueño, breve y fugaz. No hay preguntas y mucho menos respuestas. Es efímero, a veces irreal; también puede ser esa llama que me quema y me ilumina, porque él tiene su propia luz, y yo mi propia oscuridad. Desaparece en otoño. Regresa en primavera. Los extremos no le gustan, las mañanas tampoco. Es un noctámbulo que sólo respira la noche. A mí me agrada el otoño porque se despoja de todo su deterioro; renace pronto, y se vuelve a inventar. Me queda el cuerpo vacío sin vos, bufón. Las palabras que pensé se precipitan y caen, no hay quien las escuche, sólo estas cuatro paredes sordas. Parto una manzana, y esa otra mitad, la tuya, se oscurece en el rincón. No hay retorno para tanto silencio. No hay eco sin palabras, sin gemidos. El viento agita las hojas de los árboles, puedo verlo por la ventana. Me trae el amargo recuerdo de tu ausencia, de los años pasados, y de la juventud que quiere despedirse, aunque no se lo permita. Y a pesar de todo lo que acontece, de tu recuerdo, y de que la vida sigue…Vos no estas desde hace tiempo. Ahora prefiero pensarte intacto. Con tu enorme y hermosa sonrisa de bufón; tu salvaje presencia inspiradora de locos poemas, tu lirismo encantador, tu imponente figura: dura y conmovedora. Hubiese querido estar en ese instante final, sostenerte la mano, decirte cosas lindas, porque amabas todas las cosas lindas, en especial las palabras. ¡No es justo que la belleza muera, que el poeta muera, y que mi mundo pierda tus ojos negros, penetrantes y llenos de fuego! Me hice amiga de tu recuerdo. Tengo una vida, una historia que construyo día a día. Con el tiempo aprendí que el amor no desaparece; se muda para poder habitar otros cuerpos y poder contar otras historias.
jueves, 4 de octubre de 2007
Bienvenido, Bob
Un fragmento de este cuento de Onetti para que se animen a buscarlo y a leerlo.
Es seguro que cada día estará más viejo, más lejos del tiempo en que se llamaba Bob, del pelo rubio colgando en la sien, la sonrisa y los lustrosos ojos de cuando entraba silenciosamente en la sala, murmurando un saludo o moviendo un poco la mano cerca de la oreja, e iba a sentarse bajo la lámpara, cerca del piano, con un libro o simplemente quieto y aparte, abstraído, mirándonos durante una hora sin un gesto en la cara, moviendo de vez en cuando los dedos para manejar el cigarrillo y limpiar de cenizas la solapa de sus trajes claros.
Igualmente lejos -ahora que se llama Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando toso- del Bob que tomaba cerveza, dos vasos solamente en la más larga de las noches, con una pila de monedas de diez sobre su mesa de la cantina del club, para gastar en la máquina de discos. Casi siempre solo, escuchando jazz, la cara soñolienta, dichosa y pálida, moviendo apenas la cabeza para saludarme cuando yo pasaba, siguiéndome con los ojos tanto tiempo como yo me quedara, tanto tiempo como me fuera posible soportar su mirada azul detenida incansablemente en mí, manteniendo sin esfuerzo el intenso desprecio y la burla más suave. También con algún otro muchacho, los sábados, alguno tan rabiosamente joven como él, con quien conversaba de solos, trompas y coros y de la infinita ciudad que Bob construiría sobre la costa cuando fuera arquitecto. Se interrumpía al verme pasar para hacerme el breve saludo y no sacar los ojos de mi cara, resbalando palabras apagadas y sonrisas por una punta de la boca hacia el compañero que terminaba siempre por mirarme y duplicar en silencio el silencio y la burla.
lunes, 1 de octubre de 2007
Los diez mandamiento del escritor
Para todos aquellos visitantes fantasmas que se atrevieron a abrir la ventana pero que aún no dejan sus huellas en los comentarios o en el correo... para los que dejaron ver su rostro y sus palabras... para todos... los diez mandamientos de Nancy Kress
Escribe regularmente. Si no tienes mucho tiempo, escribe al menos cinco minutos por día.
Escribe el tipo de ficción que amas leer.
No esperes a la inspiración para comenzar.
Escribir es reescribir. Siempre.
Escucha todas las críticas con la mente bien abierta.
Lee todo lo que puedas. Y más también.
No sigas las tendencias en boga. Cuenta las historias que desees y como desees.
Dedica especial atención al primer párrafo. El que pega primero, pega dos veces.
Trata de "convertirte" en tus personajes mientras los escribes.
No te desanimes ante un rechazo. Al 90 por ciento de los escritores más exitosos les dijeron al menos una vez que se dedicaran a otra cosa.
Escribe regularmente. Si no tienes mucho tiempo, escribe al menos cinco minutos por día.
Escribe el tipo de ficción que amas leer.
No esperes a la inspiración para comenzar.
Escribir es reescribir. Siempre.
Escucha todas las críticas con la mente bien abierta.
Lee todo lo que puedas. Y más también.
No sigas las tendencias en boga. Cuenta las historias que desees y como desees.
Dedica especial atención al primer párrafo. El que pega primero, pega dos veces.
Trata de "convertirte" en tus personajes mientras los escribes.
No te desanimes ante un rechazo. Al 90 por ciento de los escritores más exitosos les dijeron al menos una vez que se dedicaran a otra cosa.
viernes, 28 de septiembre de 2007
El salón rojo
Un texto del colombiano Juan Carlos Botero
Bajaron los presos del camión. Entraron callados y en fila a la cárcel. Todos vieron el letrero colgado sobre la entrada. Algunos lo leyeron: "Aquí entra el hombre, no el delito". Los presos atravesaron fuertemente custodiados el corredor de baldosas verdes y fueron encerrados en la jaula. Al cabo de un rato, los sacaron uno por uno para tomarles los datos y las huellas. Después, les asignaban el patio correspondiente. Un negro grande con aspecto de bailarín fue asignado al Salón Rojo. ¿El salón rojo? preguntó al guardia que lo acompañaba. Suena bueno. ¿Le parece? dijo el guardia, y sonrió. No es rojo por lo divertido, dijo, y volvió a sonreír.
Bajaron los presos del camión. Entraron callados y en fila a la cárcel. Todos vieron el letrero colgado sobre la entrada. Algunos lo leyeron: "Aquí entra el hombre, no el delito". Los presos atravesaron fuertemente custodiados el corredor de baldosas verdes y fueron encerrados en la jaula. Al cabo de un rato, los sacaron uno por uno para tomarles los datos y las huellas. Después, les asignaban el patio correspondiente. Un negro grande con aspecto de bailarín fue asignado al Salón Rojo. ¿El salón rojo? preguntó al guardia que lo acompañaba. Suena bueno. ¿Le parece? dijo el guardia, y sonrió. No es rojo por lo divertido, dijo, y volvió a sonreír.
martes, 25 de septiembre de 2007
Paz
Otro de Víctor del Val
La Muerte soñó que se moría. Se despertó tan asustada que decidió quedarse en cama todo el día. Los soldados –en cientos de frentes de batalla– aprovecharon la pacífica jornada para aceitar sus fusiles.
La Muerte soñó que se moría. Se despertó tan asustada que decidió quedarse en cama todo el día. Los soldados –en cientos de frentes de batalla– aprovecharon la pacífica jornada para aceitar sus fusiles.
Vecindario
Un texto de Víctor del Val
Hace dos años inauguraron un cementerio en el predio baldío aledaño a mi casa. Poco a poco se fue poblando de tumbas, algunas lujosas, pobres y apenas señaladas por cruces la mayoría. Como es de suponer, se trata de muertos nuevos, que siguen añorando su antigua condición de vivos. Por la noche se asoman sobre los muros medianeros y asustan a mis perros, que ladran desesperados. Yo me escondo bajo las frazadas hasta que sale el sol.
Hace dos años inauguraron un cementerio en el predio baldío aledaño a mi casa. Poco a poco se fue poblando de tumbas, algunas lujosas, pobres y apenas señaladas por cruces la mayoría. Como es de suponer, se trata de muertos nuevos, que siguen añorando su antigua condición de vivos. Por la noche se asoman sobre los muros medianeros y asustan a mis perros, que ladran desesperados. Yo me escondo bajo las frazadas hasta que sale el sol.
lunes, 24 de septiembre de 2007
Cortísimo Suceso
Un texto de Armando Arteaga
Una mujer vestida de negro entra a una farmacia y le exige al farmacéutico:
-Por favor, quiero comprar arsénico.
El arsénico es tóxico y letal .El farmacéutico quiere saber màs cosas antes de proporcionarle la sustancia.
- ¿Y para què quiere la señora comprar arsénico? .
- Para matar a mi marido.
- ¡Ah, caramba!. Lamentablemente para ese fin no puedo venderselo.
La mujer sin decir palabra abre la cartera y saca una fotografia de su marido abrazado desnudo en una cama con la mujer del farmacéutico.
- ¡Mil disculpas!, -dice el farmacéutico - .
Atender por favor a la señora, no sabia que usted tenía receta.
Una mujer vestida de negro entra a una farmacia y le exige al farmacéutico:
-Por favor, quiero comprar arsénico.
El arsénico es tóxico y letal .El farmacéutico quiere saber màs cosas antes de proporcionarle la sustancia.
- ¿Y para què quiere la señora comprar arsénico? .
- Para matar a mi marido.
- ¡Ah, caramba!. Lamentablemente para ese fin no puedo venderselo.
La mujer sin decir palabra abre la cartera y saca una fotografia de su marido abrazado desnudo en una cama con la mujer del farmacéutico.
- ¡Mil disculpas!, -dice el farmacéutico - .
Atender por favor a la señora, no sabia que usted tenía receta.
jueves, 20 de septiembre de 2007
Don Pablo
Vuelvo a traicionar la tradición cuentística del blog con un poema de Miguel Méndez Camacho, un gran poeta colombiano al que recordé hace pocos días
Señor, Doctor, Don, Excelentísimo
Master, Mister, Monsieur, su señoría
Don Neftalí, Don Pablo, Don Neruda
Conste que no me burlo:
Es el respeto disfrazado de risa
Pero no lo soporto
No le permito tamaña humillación
Tan grave ofensa como escribirle un verso
a la cebolla
y hacerlo bien
Yo en cambio soy tan torpe en el oficio
que no puedo cocer mas de tres versos
para decirle a la mujer que vivo
esas cosas hermosas que Ud. malgasta
en congrios, alcachofas perros muertos
insectos y cebollas
Maldito Ud. Don Pablo
que utiliza palabras
y las deja inservibles.
Señor, Doctor, Don, Excelentísimo
Master, Mister, Monsieur, su señoría
Don Neftalí, Don Pablo, Don Neruda
Conste que no me burlo:
Es el respeto disfrazado de risa
Pero no lo soporto
No le permito tamaña humillación
Tan grave ofensa como escribirle un verso
a la cebolla
y hacerlo bien
Yo en cambio soy tan torpe en el oficio
que no puedo cocer mas de tres versos
para decirle a la mujer que vivo
esas cosas hermosas que Ud. malgasta
en congrios, alcachofas perros muertos
insectos y cebollas
Maldito Ud. Don Pablo
que utiliza palabras
y las deja inservibles.
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Miguel Méndez Camacho,
Poesía
lunes, 17 de septiembre de 2007
Juego genial
Para los amantes del ajedrez, un relato de Guillermo Bustamante Zamudio
Las enciclopedias constatan la inconsistencia de las versiones sobre el origen del ajedrez. Queda claro que tal diversión no tuvo un origen único y que, gracias a un proceso de transformación constante, llegó al estado en que hoy lo conocemos, con sus ingeniosas e infatigables posibilidades.
Parte de dicho proceso es la desaparición de una pieza que antes disfrutaba de funciones específicas. Hoy conocemos parejas de alfiles, caballos y torres, además de peones, rey y dama. Pues bien, antes, entre el alfil y la dama, existía otra pieza: el gato. Uno solo era suificiente.
El gato no tenía reticencia en orinar el vestido de la dama, desobedecer al rey, hacer mofa de la solemnidad del alfil, empujar a los peones en formación, arañar al caballo y realizar ágiles cacerías de pájaros y baños de sol encima de las torres. Era muy difícil sorprenderlo en la contienda. Debía ser eliminado siete veces.
No avisaba jaque. Tomaba piezas en cualquier dirección como resultado de perplejantes saltos acrobáticos. En el gato del otro bando no veía un enemigo, era frecuente encontrarlos en rochela hacia el centro del tallero.
Tan maravillosa pieza del ajedrez se sacrificó, no sin sonoras quejas -y pese al respeto que culturas orientales brindan al animalito- a nombre de la seriedad que hoy caracteriza al juego.
Las enciclopedias constatan la inconsistencia de las versiones sobre el origen del ajedrez. Queda claro que tal diversión no tuvo un origen único y que, gracias a un proceso de transformación constante, llegó al estado en que hoy lo conocemos, con sus ingeniosas e infatigables posibilidades.
Parte de dicho proceso es la desaparición de una pieza que antes disfrutaba de funciones específicas. Hoy conocemos parejas de alfiles, caballos y torres, además de peones, rey y dama. Pues bien, antes, entre el alfil y la dama, existía otra pieza: el gato. Uno solo era suificiente.
El gato no tenía reticencia en orinar el vestido de la dama, desobedecer al rey, hacer mofa de la solemnidad del alfil, empujar a los peones en formación, arañar al caballo y realizar ágiles cacerías de pájaros y baños de sol encima de las torres. Era muy difícil sorprenderlo en la contienda. Debía ser eliminado siete veces.
No avisaba jaque. Tomaba piezas en cualquier dirección como resultado de perplejantes saltos acrobáticos. En el gato del otro bando no veía un enemigo, era frecuente encontrarlos en rochela hacia el centro del tallero.
Tan maravillosa pieza del ajedrez se sacrificó, no sin sonoras quejas -y pese al respeto que culturas orientales brindan al animalito- a nombre de la seriedad que hoy caracteriza al juego.
martes, 11 de septiembre de 2007
El precursor de Cervantes
Un cuento del argentino Marco Denevi
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas*
*Fiebre intermitente cuyo acceso se repite cada tres días.
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas*
*Fiebre intermitente cuyo acceso se repite cada tres días.
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Cuento breve,
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lunes, 10 de septiembre de 2007
Los fantasmas y yo
Un minicuento de René Avilés Fabila
Siempre estuve acosado por el temor a los fantasmas, hasta que distraídamente pasé de una habitación a otra sin utilizar los medios comunes.
Siempre estuve acosado por el temor a los fantasmas, hasta que distraídamente pasé de una habitación a otra sin utilizar los medios comunes.
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viernes, 7 de septiembre de 2007
El Pozo
Un cuento del escritor español Luis Mateo Diez
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que solo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caIdero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que solo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caIdero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.
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miércoles, 5 de septiembre de 2007
Reencuentro con una mujer
Un cuento breve del escritor colombiano Luis Fayad
La mujer le dejó saber con la mirada que quería decirle algo. Leoncio accedió, y cuando ella se apeó del bus él la siguió. Fue tras ella a corta pero discreta distancia, y luego de alejarse a un lugar solitario la mujer se volvió. Sostenía con mano firme una pistola. Leoncio reconoció entonces a la mujer ultrajada en un sueño y descubrió en sus ojos la venganza.
–Todo fue un sueño –le dijo–. En un sueño nada tiene importancia.
La mujer no bajó la pistola.
–Depende de quién sueñe.
La mujer le dejó saber con la mirada que quería decirle algo. Leoncio accedió, y cuando ella se apeó del bus él la siguió. Fue tras ella a corta pero discreta distancia, y luego de alejarse a un lugar solitario la mujer se volvió. Sostenía con mano firme una pistola. Leoncio reconoció entonces a la mujer ultrajada en un sueño y descubrió en sus ojos la venganza.
–Todo fue un sueño –le dijo–. En un sueño nada tiene importancia.
La mujer no bajó la pistola.
–Depende de quién sueñe.
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lunes, 3 de septiembre de 2007
Tarde
Un texto de relatos breves.com, que olvidó su autor
Mierda! No he oído el despertador. Ya debería estar en el trabajo. A ver ahora cómo justifico llegar tan tarde. Odio dar una explicación tan estúpida como “me he quedado dormida” y llegar a la oficina todavía con las rayas de la almohada en la cara. Me pongo lo primero que pillo, claro, la misma ropa arrugada que anoche tiré a la silla. Da igual. Será más creíble que ha sido totalmente accidental ver que vengo con la misma ropa de ayer. No me paro ni a echar de comer a la gata. En la parada del autobús me alarma aún más ver que no hay nadie. Fuera del horario normal nadie coge el autobús en un barrio dormitorio. Cuánto tarda. Pasan los minutos. Creo. Con las prisas me he dejado el reloj atrás. Mejor, no puedo ir en autobús y saber lo tarde que es. Si no está en mis manos correr más, prefiero no saber la hora. Las tiendas ya están abiertas. Pero no hay nadie en la calle, nadie en las tiendas, nadie en los bares. No pasa ningún coche. No se oye más que el silbido de las hojas secas moviéndose a ras de suelo. Una enorme angustia me invade por momentos. Me pitan los oídos en el silencio más absoluto. Ahora recuerdo que mi gata no ha maullado esta mañana pidiendo su comida. No la he visto siquiera. Mi desasosiego aumenta vertiginosamente. Deshago mis pasos para volver a casa. El ascensor no hace el más mínimo ruido. Mis llaves no suenan al girar en la cerradura a pesar de que las sacudo nerviosamente. Cierro de un portazo que no suena. Corro a mi cama. Allí estoy yo. Acostada. Y en ese preciso instante de pie, con mis ojos de par en par aflorando las lágrimas, me veo cómo despierto y me incorporo angustiada en la cama. Y en un movimiento vertiginoso, ya estoy ahí. Yo soy la que está sentada en la cama con el corazón palpitante y los ojos llenos de lágrimas.
Mierda! No he oído el despertador. Ya debería estar en el trabajo. A ver ahora cómo justifico llegar tan tarde. Odio dar una explicación tan estúpida como “me he quedado dormida” y llegar a la oficina todavía con las rayas de la almohada en la cara. Me pongo lo primero que pillo, claro, la misma ropa arrugada que anoche tiré a la silla. Da igual. Será más creíble que ha sido totalmente accidental ver que vengo con la misma ropa de ayer. No me paro ni a echar de comer a la gata. En la parada del autobús me alarma aún más ver que no hay nadie. Fuera del horario normal nadie coge el autobús en un barrio dormitorio. Cuánto tarda. Pasan los minutos. Creo. Con las prisas me he dejado el reloj atrás. Mejor, no puedo ir en autobús y saber lo tarde que es. Si no está en mis manos correr más, prefiero no saber la hora. Las tiendas ya están abiertas. Pero no hay nadie en la calle, nadie en las tiendas, nadie en los bares. No pasa ningún coche. No se oye más que el silbido de las hojas secas moviéndose a ras de suelo. Una enorme angustia me invade por momentos. Me pitan los oídos en el silencio más absoluto. Ahora recuerdo que mi gata no ha maullado esta mañana pidiendo su comida. No la he visto siquiera. Mi desasosiego aumenta vertiginosamente. Deshago mis pasos para volver a casa. El ascensor no hace el más mínimo ruido. Mis llaves no suenan al girar en la cerradura a pesar de que las sacudo nerviosamente. Cierro de un portazo que no suena. Corro a mi cama. Allí estoy yo. Acostada. Y en ese preciso instante de pie, con mis ojos de par en par aflorando las lágrimas, me veo cómo despierto y me incorporo angustiada en la cama. Y en un movimiento vertiginoso, ya estoy ahí. Yo soy la que está sentada en la cama con el corazón palpitante y los ojos llenos de lágrimas.
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miércoles, 29 de agosto de 2007
Certeza
Hace rato no colgaba uno mío
Sabes que salió por la puerta y que jamás regresará. Sentirás la derrota. Nuevamente. No la ahogarás con tus gritos de auxilio y decidirás entregarte al dolor como una manera de pagar tus culpas, tus debilidades tan humanas, esa manía de autodestruirte. Y sabes que no volverá. Y no querrás saber de ella porque eres un egoísta en eso de la tristeza. La quieres sólo para ti y no soportas a la gente que atesora ese sentimiento como una manera de sentirse vivo. Sabes que no saldrás a ningún bar para envasar en las botellas tu pena y querrás a la nostalgia recorriendo tus pensamientos, tus gestos y tus fingidas risas. Y sí. Serás un hombre triste aunque tengas la certeza de que siempre lo has sido.
Sabes que salió por la puerta y que jamás regresará. Sentirás la derrota. Nuevamente. No la ahogarás con tus gritos de auxilio y decidirás entregarte al dolor como una manera de pagar tus culpas, tus debilidades tan humanas, esa manía de autodestruirte. Y sabes que no volverá. Y no querrás saber de ella porque eres un egoísta en eso de la tristeza. La quieres sólo para ti y no soportas a la gente que atesora ese sentimiento como una manera de sentirse vivo. Sabes que no saldrás a ningún bar para envasar en las botellas tu pena y querrás a la nostalgia recorriendo tus pensamientos, tus gestos y tus fingidas risas. Y sí. Serás un hombre triste aunque tengas la certeza de que siempre lo has sido.
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Página asesina
Julio Cortazar
En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
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martes, 28 de agosto de 2007
El tren
Un muy bello texto de Ignacio Ramírez, tomado de su diario personal en 1961
Esta tarde se murió mi papá después de una dolorosa agonía de seis meses durante los cuales no me aparté ni un instante de su cama aunque tuve que renunciar a mi trabajo en la emisora, a mis amigos del barrio, a los paseos en motoneta llevando atrás a las muchachas que despeinaba el viento y se aferraban a mi cintura como provocativas yedras. A veces él me observaba pasar y sonreía silencioso porque era tímido como las gacelas y aunque no se atrevía a hablar de cosas tan mundanas sé que vivía orgulloso de mi forma de ser y de mi terquedad para escribir, él, que jamás leyó un libro completo pero que equilibraba ese vacío como oyente y testigo de las retretas en el parque nacional todos los domingos bajo la batuta del maestro José Rozo Contreras. En la casa ya sabíamos que si el repertorio era Mozart o Beethoven tendríamos Mozart y Beethoven todo el tiempo en su silbido porque para eso sí era un virtuoso intérprete del aire. Las danzas húngaras y las marchas militares le fascinaban. Era como un pájaro silbador que ponía música a la cotidiana elementalidad de la familia. ¡Pobre! Comenzó a enfermarse y a decaer físicamente cuando no pudo silbar más. Y me lo dijo: mijo, voy a morirme porque no solo ya no puedo ir a las retretas sino que se me murió la música por dentro. Yo le contesté piensa en la música del tren: chiquichiquichiquichiquichiquichi y ya sabíamos que tampoco volveríamos a viajar juntos en ese instrumento de la poesía con caldera, en el cual nos pasamos por lo menos la mitad de la vida, él trabajando y yo acompañándolo como un combustible de sombra que jamás se despegó de sus talones. El tren éramos él y yo. Él con sus coches restaurantes, yo con mis sueños, niño y viejo uno solo que para eso éramos padre e hijo. Él y yo éramos locomotora y convoy y conocíamos de memoria las imágenes y los olores y las cosas y las sensaciones que a través de las ventanillas del viajero de humo a la vez eran nuestro tiempo, nuestras vidas, ilusiones que pasan raudas pero se quedan lentas como los aleteos de la soledad. Ahora que se acaba de morir creo estoy preparado para todo. Sé que lo voy a amar sin aspavientos y por eso he bajado con él a este lugar tan frío a donde lo han traído para que duerma su última pereza encima de una plancha de cemento como todos los muertos que se respeten después de que los pasan al depósito de cadáveres. Aquí estamos entonces él y yo: sus huesos indiferentes, los míos temblando. Yo le aprieto con mi cuerpo estremecido y pienso por un instante que vamos en el tren como lo hicimos siempre, tomados de la mano, o abrazados o mirándonos con el amor desbordado con que se miran los padres y los hijos, especialmente cuando van en un vagón de ferrocarril y ven pasar por las ventanas el paisaje y los pájaros, los pueblos, el país, la tierra, el cielo. Eras experto en subir y bajar cuando iba el aparato en plena marcha y a mí se me salían al tiempo el corazón y las lágrimas no solo porque te ibas a quedar en la estación y me dejarías desamparado sino también por el peligro de que te desprendieras y cayeras bajo las ruedas de hierro correteando en su ir y venir alrededor del humo y el traque traque propios de la naturaleza de los trenes viejos. Pero eras un experto y cuando menos lo pensaba estabas a mi lado carcajeándote y apretándome contra tu pecho y yo enjugándome la lágrima con el dorso de la mano y dándole gracias a la vida por haberme regalado al mejor papá del mundo. Y ahora mírame desde tu inercia: mírame bien porque de nuevo trato de secar mi llanto aunque esta vez me has dejado para siempre, no sé si te quedaste en el camino ni si te trituraron las ruedas en su vértigo. Aquí solo estamos acostado tú en el cemento de la morgue y yo de pie en este tren impío que te ha señalado una estación misterio y te ha bajado quieto y mudo y tieso mientras yo lloro y lloro y lloro y lloro y siento que a partir de hoy ya la vida no tendrá sentido alguno quién ha dicho que vivir vale la pena cuando el papá se ha convertido en un recuerdo no importa que estés aquí tirado sobre esta cama de cemento ni tiene gracia que yo piense que voy contigo en tren y que en cualquier momento te levantarás para abrazarme porque acabo de acompañarte a morir en esa fría pieza de hospital donde pasé mirándote y rogándote seis meses que no te fueras papá que no te fueras que tuvieras compasión que a un hijo que tanto te ama no se le debe dejar solo ni siquiera por decreto mortal despiadado y tenebroso como este que nos corre a ti en tu vuelo de regreso y a mí en mi soledad que va a ser una carga pesada una condena inicua una jaula una sombra una herida un alarido desolación melancolía saudade mutilación un tren ya sin vapor sin humo tren fantasma locomotora negra vagones donde la muerte serpentea ciega noche siniestra tu cadáver me observa y me da pena que me veas yo llorando por ti por estar deshabitado de lo que más quería y te aprieto las manos y estás frío y te ruego que me oigas y no me oyes y me acuesto contigo y no cabemos los dos en esta plancha gélida y afuera mis hermanas se lamentan igual y se aprietan la cabeza y mi mamá se va a enterar y va a sentir también que éramos tú que eras nosotros y yo me he colado aquí en la nevera de los muertos y te abrazo y te beso y repaso la vida entre sollozos y aquel primer soneto mío que llevabas en la billetera y que mostrabas orgulloso a todo el mundo y esa felicidad de decirme tominejo o de gastarme bromas infantiles y ese regalo inolvidable que me diste lo llevabas escondido tras la cintura en un talego de papel eran bocas, narices, ojos, orejas, bigotes y sombreros con alfileres y podías hacerte la cara de un muñeco con una manzana o una papa, un cartón o una almohada y nunca ha existido un regalo tan espléndido y luego ese padrino que me escogiste para no sé qué sacramento que me llevó Corazón el primer libro de la vida y me dejó perplejo de felicidad ante la luz de las palabras como perplejo estoy ahora que tendré que llevarte en un cajón y permitir después que te metan en un hueco profundo entre la tierra un hueco de donde ya no saldrás jamás porque fue un espejismo haber ido contigo de tren en tren por todos los caminos no sé qué voy a hacer entonces me volveré trashumante de angustia como Azhaverus y por donde quiera que vaya todo el mundo sabrá que vengo de algún tren que soy el ser más solitario de la creación y de la historia que te quiero muchacho viejo silencioso tímido generoso campesino como nadie ha existido tan humano y si es posible llévame contigo te prometo aprender a subir y a bajar los vagones de la muerte en marcha y te doy mi palabra de derrotar el miedo y te prometo lo que quieras de mí aunque jamás me hayas pedido nada pero te necesito y nada me llenará la vida si no eres tú tu mano tu mirada tu primitiva forma de ser bueno y ahora quién va a creerme que tanto te quería quién va a saber que el resto de la vida veré de lejos los trenes con tristeza y que en el humo de las locomotoras te veré y que ahora ya han llegado por ti los individuos de la funeraria y yo me quedo solo y ya el resto de la vida no tendrá sentido. Y antes de que te vayas te confieso que gracias por aquel soneto en tu cartera y gracias por haber sido el mejor el campeón el único el papá llévate el tren tómalo todo yo te alcanzo y como sé que un día se acabará el carbón yo me iré caminando por debajo de la tierra buscándote para elevarte porque tú y yo somos más del aire que del suelo.
Esta tarde se murió mi papá después de una dolorosa agonía de seis meses durante los cuales no me aparté ni un instante de su cama aunque tuve que renunciar a mi trabajo en la emisora, a mis amigos del barrio, a los paseos en motoneta llevando atrás a las muchachas que despeinaba el viento y se aferraban a mi cintura como provocativas yedras. A veces él me observaba pasar y sonreía silencioso porque era tímido como las gacelas y aunque no se atrevía a hablar de cosas tan mundanas sé que vivía orgulloso de mi forma de ser y de mi terquedad para escribir, él, que jamás leyó un libro completo pero que equilibraba ese vacío como oyente y testigo de las retretas en el parque nacional todos los domingos bajo la batuta del maestro José Rozo Contreras. En la casa ya sabíamos que si el repertorio era Mozart o Beethoven tendríamos Mozart y Beethoven todo el tiempo en su silbido porque para eso sí era un virtuoso intérprete del aire. Las danzas húngaras y las marchas militares le fascinaban. Era como un pájaro silbador que ponía música a la cotidiana elementalidad de la familia. ¡Pobre! Comenzó a enfermarse y a decaer físicamente cuando no pudo silbar más. Y me lo dijo: mijo, voy a morirme porque no solo ya no puedo ir a las retretas sino que se me murió la música por dentro. Yo le contesté piensa en la música del tren: chiquichiquichiquichiquichiquichi y ya sabíamos que tampoco volveríamos a viajar juntos en ese instrumento de la poesía con caldera, en el cual nos pasamos por lo menos la mitad de la vida, él trabajando y yo acompañándolo como un combustible de sombra que jamás se despegó de sus talones. El tren éramos él y yo. Él con sus coches restaurantes, yo con mis sueños, niño y viejo uno solo que para eso éramos padre e hijo. Él y yo éramos locomotora y convoy y conocíamos de memoria las imágenes y los olores y las cosas y las sensaciones que a través de las ventanillas del viajero de humo a la vez eran nuestro tiempo, nuestras vidas, ilusiones que pasan raudas pero se quedan lentas como los aleteos de la soledad. Ahora que se acaba de morir creo estoy preparado para todo. Sé que lo voy a amar sin aspavientos y por eso he bajado con él a este lugar tan frío a donde lo han traído para que duerma su última pereza encima de una plancha de cemento como todos los muertos que se respeten después de que los pasan al depósito de cadáveres. Aquí estamos entonces él y yo: sus huesos indiferentes, los míos temblando. Yo le aprieto con mi cuerpo estremecido y pienso por un instante que vamos en el tren como lo hicimos siempre, tomados de la mano, o abrazados o mirándonos con el amor desbordado con que se miran los padres y los hijos, especialmente cuando van en un vagón de ferrocarril y ven pasar por las ventanas el paisaje y los pájaros, los pueblos, el país, la tierra, el cielo. Eras experto en subir y bajar cuando iba el aparato en plena marcha y a mí se me salían al tiempo el corazón y las lágrimas no solo porque te ibas a quedar en la estación y me dejarías desamparado sino también por el peligro de que te desprendieras y cayeras bajo las ruedas de hierro correteando en su ir y venir alrededor del humo y el traque traque propios de la naturaleza de los trenes viejos. Pero eras un experto y cuando menos lo pensaba estabas a mi lado carcajeándote y apretándome contra tu pecho y yo enjugándome la lágrima con el dorso de la mano y dándole gracias a la vida por haberme regalado al mejor papá del mundo. Y ahora mírame desde tu inercia: mírame bien porque de nuevo trato de secar mi llanto aunque esta vez me has dejado para siempre, no sé si te quedaste en el camino ni si te trituraron las ruedas en su vértigo. Aquí solo estamos acostado tú en el cemento de la morgue y yo de pie en este tren impío que te ha señalado una estación misterio y te ha bajado quieto y mudo y tieso mientras yo lloro y lloro y lloro y lloro y siento que a partir de hoy ya la vida no tendrá sentido alguno quién ha dicho que vivir vale la pena cuando el papá se ha convertido en un recuerdo no importa que estés aquí tirado sobre esta cama de cemento ni tiene gracia que yo piense que voy contigo en tren y que en cualquier momento te levantarás para abrazarme porque acabo de acompañarte a morir en esa fría pieza de hospital donde pasé mirándote y rogándote seis meses que no te fueras papá que no te fueras que tuvieras compasión que a un hijo que tanto te ama no se le debe dejar solo ni siquiera por decreto mortal despiadado y tenebroso como este que nos corre a ti en tu vuelo de regreso y a mí en mi soledad que va a ser una carga pesada una condena inicua una jaula una sombra una herida un alarido desolación melancolía saudade mutilación un tren ya sin vapor sin humo tren fantasma locomotora negra vagones donde la muerte serpentea ciega noche siniestra tu cadáver me observa y me da pena que me veas yo llorando por ti por estar deshabitado de lo que más quería y te aprieto las manos y estás frío y te ruego que me oigas y no me oyes y me acuesto contigo y no cabemos los dos en esta plancha gélida y afuera mis hermanas se lamentan igual y se aprietan la cabeza y mi mamá se va a enterar y va a sentir también que éramos tú que eras nosotros y yo me he colado aquí en la nevera de los muertos y te abrazo y te beso y repaso la vida entre sollozos y aquel primer soneto mío que llevabas en la billetera y que mostrabas orgulloso a todo el mundo y esa felicidad de decirme tominejo o de gastarme bromas infantiles y ese regalo inolvidable que me diste lo llevabas escondido tras la cintura en un talego de papel eran bocas, narices, ojos, orejas, bigotes y sombreros con alfileres y podías hacerte la cara de un muñeco con una manzana o una papa, un cartón o una almohada y nunca ha existido un regalo tan espléndido y luego ese padrino que me escogiste para no sé qué sacramento que me llevó Corazón el primer libro de la vida y me dejó perplejo de felicidad ante la luz de las palabras como perplejo estoy ahora que tendré que llevarte en un cajón y permitir después que te metan en un hueco profundo entre la tierra un hueco de donde ya no saldrás jamás porque fue un espejismo haber ido contigo de tren en tren por todos los caminos no sé qué voy a hacer entonces me volveré trashumante de angustia como Azhaverus y por donde quiera que vaya todo el mundo sabrá que vengo de algún tren que soy el ser más solitario de la creación y de la historia que te quiero muchacho viejo silencioso tímido generoso campesino como nadie ha existido tan humano y si es posible llévame contigo te prometo aprender a subir y a bajar los vagones de la muerte en marcha y te doy mi palabra de derrotar el miedo y te prometo lo que quieras de mí aunque jamás me hayas pedido nada pero te necesito y nada me llenará la vida si no eres tú tu mano tu mirada tu primitiva forma de ser bueno y ahora quién va a creerme que tanto te quería quién va a saber que el resto de la vida veré de lejos los trenes con tristeza y que en el humo de las locomotoras te veré y que ahora ya han llegado por ti los individuos de la funeraria y yo me quedo solo y ya el resto de la vida no tendrá sentido. Y antes de que te vayas te confieso que gracias por aquel soneto en tu cartera y gracias por haber sido el mejor el campeón el único el papá llévate el tren tómalo todo yo te alcanzo y como sé que un día se acabará el carbón yo me iré caminando por debajo de la tierra buscándote para elevarte porque tú y yo somos más del aire que del suelo.
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viernes, 24 de agosto de 2007
El lector
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Borges, así que rompiendo la tradición cuentística del blog, en honor al maestro demos un espacio a su poesía
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa mutación de las letras,
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda.
Cuando en mis ojos se borraron
las vanas apariencias queridas,
los rostros y la página,
me di al estudio del lenguaje de hierro
que usaron mis mayores para cantar
espadas y soledades,
y ahora, a través de siete siglos,
desde la Última Thule,
tu voz me llega, Snorri Sturluson.
El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
a mis años, toda empresa es una aventura
que linda con la noche.
No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
la tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin,
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa mutación de las letras,
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda.
Cuando en mis ojos se borraron
las vanas apariencias queridas,
los rostros y la página,
me di al estudio del lenguaje de hierro
que usaron mis mayores para cantar
espadas y soledades,
y ahora, a través de siete siglos,
desde la Última Thule,
tu voz me llega, Snorri Sturluson.
El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
a mis años, toda empresa es una aventura
que linda con la noche.
No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
la tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin,
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.
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jueves, 23 de agosto de 2007
Historias de la madrugada 1
La fauna revive con este texto de Hugo Andrei Buitrago
Suena el tango en el traganíquel. Carlos camina hacia la barra, pide otro doble, brinda, enguye, se obliga a un sorbo de agua y a una juliana de mango biche con sal.
Al otro lado de la calle Héctor Lavoe llena los oídos de los clientes, que parecen una sola tromba informe; solo ron con hielo se ve en las mesas, pequeños platos con limones cortados y distribuídos en círulos se van llenando de cenizas de cigarrillo.
Por la calle y a unos 100 km/h cruza el Renault Megane. Un ruido metalizado sale de los parlantes que parecen jugar extrañamente con los altos y los bajos. El piso está lleno de latas vacías de cerveza que entremezclan su aroma con otro dulzón inidentificable.
En la acera está él. Media botella de Moscatel en la mano. Disumula el tambaleo con relativo éxito, no sabe aun si desea los roncos suspiros de Goyeneche o los nostálgicos golpeteos de bossa nova de Colón con Blades.
En un lado de la calle el destino le reserva unos ansiosos labios y un pecho dadivoso, una semana de cariño pasional, tal vez un quién sabe en el futuro, tal vez una compañía en la vejez. En el otro está la venganza, el reconocimiento de un otrora mucho más discipado lleno de lagunas y olvidos; sería difícil salir ileso de un encuentro tan lleno de rencores, sería difícil evitar el puñal bajo las costilllas o sobre la pelvis.
El Moscatel está por terminarse, la decisión se aproxima. Es la 1 a.m.
Suena el tango en el traganíquel. Carlos camina hacia la barra, pide otro doble, brinda, enguye, se obliga a un sorbo de agua y a una juliana de mango biche con sal.
Al otro lado de la calle Héctor Lavoe llena los oídos de los clientes, que parecen una sola tromba informe; solo ron con hielo se ve en las mesas, pequeños platos con limones cortados y distribuídos en círulos se van llenando de cenizas de cigarrillo.
Por la calle y a unos 100 km/h cruza el Renault Megane. Un ruido metalizado sale de los parlantes que parecen jugar extrañamente con los altos y los bajos. El piso está lleno de latas vacías de cerveza que entremezclan su aroma con otro dulzón inidentificable.
En la acera está él. Media botella de Moscatel en la mano. Disumula el tambaleo con relativo éxito, no sabe aun si desea los roncos suspiros de Goyeneche o los nostálgicos golpeteos de bossa nova de Colón con Blades.
En un lado de la calle el destino le reserva unos ansiosos labios y un pecho dadivoso, una semana de cariño pasional, tal vez un quién sabe en el futuro, tal vez una compañía en la vejez. En el otro está la venganza, el reconocimiento de un otrora mucho más discipado lleno de lagunas y olvidos; sería difícil salir ileso de un encuentro tan lleno de rencores, sería difícil evitar el puñal bajo las costilllas o sobre la pelvis.
El Moscatel está por terminarse, la decisión se aproxima. Es la 1 a.m.
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miércoles, 22 de agosto de 2007
Pizarro
Un texto del gran escritor y promotor Gonzalo Márquez Cristo
Extraños designios me dieron el poder absoluto para realizar así mi horrible acto, mi terrible acción de derrotar y condenar a muerte al hijo de un gigante dios iluminado.
Ahora estoy completamente solo, rodeado de selva, y no existe una noche en que no tema que amanezca.
Extraños designios me dieron el poder absoluto para realizar así mi horrible acto, mi terrible acción de derrotar y condenar a muerte al hijo de un gigante dios iluminado.
Ahora estoy completamente solo, rodeado de selva, y no existe una noche en que no tema que amanezca.
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lunes, 20 de agosto de 2007
Cómo nace un texto
Un fragmento de "Cómo nace un texto", del infaltable Borges
Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder. En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí eso es una solución personal mía, creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo si se trata de un cuento porteño, lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."
El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula por fantástica que sea crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder. En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí eso es una solución personal mía, creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo si se trata de un cuento porteño, lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."
El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula por fantástica que sea crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
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jueves, 16 de agosto de 2007
Eso sí
Un cuento de Pedro Alberto Zubizarreta, mención de honor del concurso de cuento corto latinoamericano de Agenda Latinoamericana
El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.
Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.
El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.
Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.
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martes, 14 de agosto de 2007
Linguistas
Un texto de Benedetti que me encontré blogueando
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".
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lunes, 13 de agosto de 2007
Variaciones de un dinosaurio
¿Te animas a seguir la saga?
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (Augusto Monterroso)
Cuando despertó, suspiró aliviado: el dinosaurio ya no estaba allí. (Pablo Urbany)
Y cuando despertó, el dinosaurio seguía allí. Rondaba tras la ventana tal y como sucedía en el sueño. Ya había arrasado con toda la ciudad, menos con la casa del hombre que recién despertaba entre maravillado y asustado. ¿Cómo podía esa enorme bestia destruir el hogar de su creador, de la persona que le había dado una existencia concreta? La criatura no estaba conforme con la realidad en la que estaba, prefería su hábitat natural: las películas, las láminas de las enciclopedias, los museos... Prefería ese reino donde los demás contemplaban y él se dejaba estar, ser, soñar.
Y cuando el dinosaurio despertó, el hombre ya no seguía allí. (Marcelo Báez)
Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado
“El dinosaurio”.
Ah, es una delicia – me respondió – ya estoy leyéndolo. (José de la Colina)
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (Augusto Monterroso)
Cuando despertó, suspiró aliviado: el dinosaurio ya no estaba allí. (Pablo Urbany)
Y cuando despertó, el dinosaurio seguía allí. Rondaba tras la ventana tal y como sucedía en el sueño. Ya había arrasado con toda la ciudad, menos con la casa del hombre que recién despertaba entre maravillado y asustado. ¿Cómo podía esa enorme bestia destruir el hogar de su creador, de la persona que le había dado una existencia concreta? La criatura no estaba conforme con la realidad en la que estaba, prefería su hábitat natural: las películas, las láminas de las enciclopedias, los museos... Prefería ese reino donde los demás contemplaban y él se dejaba estar, ser, soñar.
Y cuando el dinosaurio despertó, el hombre ya no seguía allí. (Marcelo Báez)
Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado
“El dinosaurio”.
Ah, es una delicia – me respondió – ya estoy leyéndolo. (José de la Colina)
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viernes, 10 de agosto de 2007
La carta
Uno del boricua José Luís González
San Juan, puerto Rico
8 de marso de 1947
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.
La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.
Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.
El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.
Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba.
Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
San Juan, puerto Rico
8 de marso de 1947
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.
La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.
Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.
El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.
Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba.
Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
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jueves, 9 de agosto de 2007
El puñal
Un texto de Jorge Luís Borges
En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fé, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.
En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fé, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.
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miércoles, 8 de agosto de 2007
La lengua de las mariposas
A veces, la literatura y el cine son tan cercanos. La última escena de La lengua de las mariposas, esa bella película española. Tenga paciencia, cárguela y véala
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Acuérdate
Un texto de los que siguen enviando los anónimos
Quiero decirlo ahora porque si no después las cosas se complican. Soy peor todavía de lo que muchos creen. Me gusta justamente el plato que otro come. Aburro una tras otra mis camisas, me encantan los entierros y odio los recitales, duermo como una bestia, deseo que los muebles estén más de mil años en el mismo lugar y aunque a escondidas uso tu cepillo de dientes no quiero que te peines con mi peine. Te explico estas cuestiones porque si todo vuelve a comenzar no me hagas mucho caso.
Acuérdate.
Quiero decirlo ahora porque si no después las cosas se complican. Soy peor todavía de lo que muchos creen. Me gusta justamente el plato que otro come. Aburro una tras otra mis camisas, me encantan los entierros y odio los recitales, duermo como una bestia, deseo que los muebles estén más de mil años en el mismo lugar y aunque a escondidas uso tu cepillo de dientes no quiero que te peines con mi peine. Te explico estas cuestiones porque si todo vuelve a comenzar no me hagas mucho caso.
Acuérdate.
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La soledad
Anónimos del mundo, uníos
- ¿Qué es lo que más odio en el mundo? Mmmmm... la soledad, ¿y tú?
- Yo también -se respondió a sí mismo.
- ¿Qué es lo que más odio en el mundo? Mmmmm... la soledad, ¿y tú?
- Yo también -se respondió a sí mismo.
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lunes, 6 de agosto de 2007
El insomnio
Uno de Virgilio Piñera que un ser anónimo me envió al mail. Gracias.
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarro. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revolver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarro. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revolver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
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viernes, 3 de agosto de 2007
Caída
Un grito lleno de desesperanza, dolor y poesía de Ricardo Alfredo Torres
Perdi la voluntad. Perdi la fuerza, perdi el sentido de la vida y las palabras. No soporto el peso de los días sin amigos. Ya no me quedan, ya no están. Estoy. Sigo cayendo en el abismo de los días que se repiten. Todo parcece que no tuviera marcha atrás, nada más podrá ser corregido, todo es un grave error que se repite incesantemente todos los días y noches. Nada volverá a ser igual, la nube de humo y alegría es apenas un lejano y palido recuerdo que se aferra a la memoria. Es como si hubiera perdido (todo lo he perdido) la unidad de mi ser. Dónde están, qué se han hecho mis vivos y muertos.
No siento. Salto del llanto a la risa y de ella al vacío... no hay red... caigo lentamente, me pierdo... cerrar los ojos, pienso, imagino, deseo que todo desaparezca al abrirlos, que todo vuelva a ser como antes y no se con exactitud que es antes: Cuando lo pienso, cuando lo digo o lo escribo pasan delante de mi las imágenes (ya son pocas, el resto se han ido con el humo de amaneceres) de un tiempo atrás. Casi siempre veo es a Goranchacha, que es imágen más olores, cielos , colores, cigarrillos, cafe, mucho cafe, marihuana, mucha marihuana, música, mucha marihuana. Estoy perdido, no soy el que era, no soy el que crei que era, soy un invento, una copia hecha de miles de rostros y maneras, una colcha de retazos, falsa colcha de retazos que arropa mi ignorancia, mi brutalidad y mi dolor.
Perdi la voluntad. Perdi la fuerza, perdi el sentido de la vida y las palabras. No soporto el peso de los días sin amigos. Ya no me quedan, ya no están. Estoy. Sigo cayendo en el abismo de los días que se repiten. Todo parcece que no tuviera marcha atrás, nada más podrá ser corregido, todo es un grave error que se repite incesantemente todos los días y noches. Nada volverá a ser igual, la nube de humo y alegría es apenas un lejano y palido recuerdo que se aferra a la memoria. Es como si hubiera perdido (todo lo he perdido) la unidad de mi ser. Dónde están, qué se han hecho mis vivos y muertos.
No siento. Salto del llanto a la risa y de ella al vacío... no hay red... caigo lentamente, me pierdo... cerrar los ojos, pienso, imagino, deseo que todo desaparezca al abrirlos, que todo vuelva a ser como antes y no se con exactitud que es antes: Cuando lo pienso, cuando lo digo o lo escribo pasan delante de mi las imágenes (ya son pocas, el resto se han ido con el humo de amaneceres) de un tiempo atrás. Casi siempre veo es a Goranchacha, que es imágen más olores, cielos , colores, cigarrillos, cafe, mucho cafe, marihuana, mucha marihuana, música, mucha marihuana. Estoy perdido, no soy el que era, no soy el que crei que era, soy un invento, una copia hecha de miles de rostros y maneras, una colcha de retazos, falsa colcha de retazos que arropa mi ignorancia, mi brutalidad y mi dolor.
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jueves, 2 de agosto de 2007
Instrucciones para llorar
Julio Cortazar concibió el manual... y todos lo hemos seguido
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Amenazas
Un minicuento del escritor colombiano William Ospina
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti -dijo la espada.
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti -dijo la espada.
miércoles, 1 de agosto de 2007
Balance
Un texto de Manuel Darío González, un joven iniciado que ha descubierto que lleva la marca de Caín
Estás ahí, postrado en una cama sin inmutarte si quiera. No quieres nadar contra la corriente porque ya lo has hecho durante muchos años y estás cansado. Siempre te has movido entre balances, números, cifras. Empiezas a sacar el balance de tu vida: sumar fracasos, restar alegrías, multiplicar amores y dividir opiniones. Ya tienes el resultado, sabes que sólo te falta una cosa por hacer: morir
Estás ahí, postrado en una cama sin inmutarte si quiera. No quieres nadar contra la corriente porque ya lo has hecho durante muchos años y estás cansado. Siempre te has movido entre balances, números, cifras. Empiezas a sacar el balance de tu vida: sumar fracasos, restar alegrías, multiplicar amores y dividir opiniones. Ya tienes el resultado, sabes que sólo te falta una cosa por hacer: morir
Esto no es una cama
De Rondas de Cama de Edmee Pardo (no lo conozco) una historia que me llamó la atención
Esto no es una cama aunque la cabecera de latón y la estructura de metal así lo hagan parecer. Contribuyen a esa imagen falsa el par de almohadas, la ropa que envuelve el colchón, una cobija, la tela última que se conoce como colcha, los muñecos de peluche que ahí descansan. Confunde aún más que al mueble de junto se le llame buró, y que ahí sea donde duermo, leo, como, converso, hago el amor, trabajo, me aflijo, me alegro. Pero esto no es una cama, es mi casa.
Esto no es una cama aunque la cabecera de latón y la estructura de metal así lo hagan parecer. Contribuyen a esa imagen falsa el par de almohadas, la ropa que envuelve el colchón, una cobija, la tela última que se conoce como colcha, los muñecos de peluche que ahí descansan. Confunde aún más que al mueble de junto se le llame buró, y que ahí sea donde duermo, leo, como, converso, hago el amor, trabajo, me aflijo, me alegro. Pero esto no es una cama, es mi casa.
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martes, 31 de julio de 2007
El derecho al fracaso
Un texto de Hugo Andrei Buitrago
Cuando duele el corazón ¿no es mejor arrancarlo de tajo?
¿no es acaso mejor dormitar que el golpe constante con muros y pliélagos interminables?
¿qué hay de malo en no querer ser nada, vivir como nadie y morir como todos?
¿no tenemos acaso derecho al fracaso como cualquier criatura?
¡qué sería de las tortugas si,
al romper el cascarón,
no se las comiera el ave interrumpiendo su camino al mar¡
Gracias Hugo por alimentar esta fauna literaria
Cuando duele el corazón ¿no es mejor arrancarlo de tajo?
¿no es acaso mejor dormitar que el golpe constante con muros y pliélagos interminables?
¿qué hay de malo en no querer ser nada, vivir como nadie y morir como todos?
¿no tenemos acaso derecho al fracaso como cualquier criatura?
¡qué sería de las tortugas si,
al romper el cascarón,
no se las comiera el ave interrumpiendo su camino al mar¡
Gracias Hugo por alimentar esta fauna literaria
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lunes, 30 de julio de 2007
El gallero
Este mincuento de Carlos Pardo Rodríguez fue ganador del Primer Premio del Concurso Nacional El Tiempo en 1978 en Colombia. El jurado estuvo conformado entre otros por Gabriel García Márquez.
El era el gallo del pueblo. Así lo decían todos. Y el mejor gallero. Uno de esos hombres extraños, dijo un anciano al ser interrogado. El rey de los gallinazos, respondió una adolescente al periodista. Simplemente un jovencito tan poco maduro que aún se le notaban los gallos en la voz, dijo un gerente de banco de unos cincuenta años. Pero todas aquellas cosas nada tenían que ver con lo realmente noticioso de su biografía. Amaba los gallos de sus mujeres porque cada una, en ceremonia altamente ritual, le regaló uno bautizado. Repetía de memoria los fragmentos del gallo capón, admiraba el gallo del coronel y había logrado, tras muchos experimentos e investigaciones, conseguirse el gallo de La Pasión y enrazarlo con la gallina de los huevos de oro
El era el gallo del pueblo. Así lo decían todos. Y el mejor gallero. Uno de esos hombres extraños, dijo un anciano al ser interrogado. El rey de los gallinazos, respondió una adolescente al periodista. Simplemente un jovencito tan poco maduro que aún se le notaban los gallos en la voz, dijo un gerente de banco de unos cincuenta años. Pero todas aquellas cosas nada tenían que ver con lo realmente noticioso de su biografía. Amaba los gallos de sus mujeres porque cada una, en ceremonia altamente ritual, le regaló uno bautizado. Repetía de memoria los fragmentos del gallo capón, admiraba el gallo del coronel y había logrado, tras muchos experimentos e investigaciones, conseguirse el gallo de La Pasión y enrazarlo con la gallina de los huevos de oro
viernes, 27 de julio de 2007
Toco tu boca
Que tal este fragmento de Julio Cortazar? Sigo esperando sus textos...
Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
jueves, 26 de julio de 2007
Gemelos
Que tal este cuento de Rafael Novoa. Envíame el tuyo. pardo.carlos@gmail.com
Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y los que a la postre determinarían que mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá. Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine -aunque ello me costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano salió antes que yo a la calle, y mientras me miraba con aquella sonrisa adorable, un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al oír el golpe, salió de la casa y pasó ante mí corriendo y gritando mi nombre, con los brazos extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo nunca la saqué del error.
Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y los que a la postre determinarían que mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá. Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine -aunque ello me costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano salió antes que yo a la calle, y mientras me miraba con aquella sonrisa adorable, un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al oír el golpe, salió de la casa y pasó ante mí corriendo y gritando mi nombre, con los brazos extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo nunca la saqué del error.
miércoles, 25 de julio de 2007
MENSAJE DE MEDIANOCHE
De Estados Unidos y España, de Chile y Venezuela... extraños seres sin rostro andan visitando estas historias. Hagámoslas de todos. Aquí tienen una de Luis Fayad. Quien me envía un microcuento para publicarlo?
Desde hacía un mes la rata rondaba todas las noches por el apartamento. Leoncio la oía, dueña del lugar, y había ensayado deshacerse de ella instalando trampas y rociando veneno por el piso. También en vano obstruyó los agujeros de los rincones y se paró amenazante con una escoba detrás de las puertas. Al cabo del mes Leoncio se notó a sí mismo con el carácter cambiado, y escribió una nota: «Por favor, déjeme tranquilo». La colocó en el piso de la cocina y se acostó confiado, pero lo único que varió durante la noche fue el pasearse impaciente de la rata, y a la mañana siguiente, cuando leyó de nuevo la nota, Leoncio tuvo la impresión de que iba dirigida a él.
Desde hacía un mes la rata rondaba todas las noches por el apartamento. Leoncio la oía, dueña del lugar, y había ensayado deshacerse de ella instalando trampas y rociando veneno por el piso. También en vano obstruyó los agujeros de los rincones y se paró amenazante con una escoba detrás de las puertas. Al cabo del mes Leoncio se notó a sí mismo con el carácter cambiado, y escribió una nota: «Por favor, déjeme tranquilo». La colocó en el piso de la cocina y se acostó confiado, pero lo único que varió durante la noche fue el pasearse impaciente de la rata, y a la mañana siguiente, cuando leyó de nuevo la nota, Leoncio tuvo la impresión de que iba dirigida a él.
jueves, 19 de julio de 2007
El grito
Sólo cuando recordó que llevaba varios días sin pronunciar palabra, tuvo certeza de su soledad. Así que decidió lanzar un grito que la espantara de una vez por todas. Un grito que llenara la vieja casa y la calle y la ciudad entera. Un grito que le llevara al mundo su voz contenida desde hace tanto tiempo y que le hiciera sentir que su presencia, aunque inútil, aún hacía contestar a las piedras con el eco de sus palabras. Sin embargo, nadie lo escuchó. Ni los niños que corrían por el patio, ni la mujer que movía trastos en la cocina. Ni siquiera las paredes que hace quince años fueron testigos del disparo.
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Hugo Buitrago,
Pardo
jueves, 12 de julio de 2007
Exiliado
Hoy no sientes miedo. Crees dominar el mundo porque vienes de un país en guerra y porque has caminado cerca de asesinos y cuchillos blancos que desafían el aire y el silencio. Te hablan en una lengua que escasamente conoces. Te miran como extranjero y te huyen como a la peste porque traes el olor de la muerte entre la ropa, entre las axilas, en tus cabellos. Y sin embargo, no sientes miedo. Te correspondió la huída y perdiste la tierra, que es como si perdieras tu infancia y esa primera vez que caminaste con ella entre la lluvia y el olor a tierra mojada. Perdiste también el recuerdo de cuando la inocencia te dejó por primera vez y por segunda y por tercera hasta convertirse en una costumbre de abandono. Lo perdiste todo y sin embargo no hay tristeza en tus ojos, solo rabia... e impotencia... y una sensación de imperturbabilidad que todos notan mientras huyen de tu mirada de extranjero, de tu piel de extranjero, de tu boca de extranjero que te sabe a aguardiente y a muslos firmes de morena de ojos negros.
No soportas el exilio porque nadie te enseñó a morir en vida: te creías inmortal. Pero tuviste que aprender a cambiar tus rutas y tus horarios y a mirar por el rabillo del ojo a todo aquel que se te acercara, que te hablara, que te preguntara. No. No te enseñaron eso aunque a tu padre y al padre de tu padre los persiguieron igual, los desplazaron igual, los mataron igual. Hoy te toca callarlo todo y mentirlo todo y huir de todo.
Caminaste a una ciudad más grande que la tuya donde nadie te saluda. En tu maleta llevas tres fotos y una piedra que encontraste cuando saliste de casa. Nada más te dejaron sacar. Aunque tu padre y el padre de tu padre corrieron siempre, nadie te enseñó que la vida debía poder alojarse en cualquier maleta por si necesitabas salir corriendo, correr viviendo.
La música no te dice nada. Ni siquiera la que entonas con tu vieja guitarra desafinada que ya no alcanza a espantar soledades. Suena una balada vieja, a bolero y a jazz...y sin embargo, la emoción no se instala en tu cuerpo... solo la tristeza... y la rabia... y los no recuerdos, porque los que tenías te los robaron, te los torturaron y expulsaron de la pequeña patria que jamás pudiste liberar.
No siempre fue así, te repites. No alcanzaste a salir de pesca en las noches ni a dormir con las puertas y las ventanas abiertas pero pudiste enamorarte de cualquier desconocida sin que te miraran con desconfianza. Pudiste aprender a conducir el viejo coche de tu padre sin que te amenazaran por hacer un giro prohibido, y hasta conociste pueblos perdidos descubiertos solamente por el calor infernal del trópico. Ahora solo el encierro... una ciudad diferente a la tuya, una tierra diferente a la tuya, un alma diferente a la tuya.
Todos te ven un futuro promisorio pero te sientes triste. No importa dónde estés, te dicen, te va a ir bien, te dicen... pero te sientes triste y con rabia. Y caminas en medio de un tumulto de gente sin nombre que no imaginan que perdiste tu infancia... y tus recuerdos... que es como perder tu patria.
No soportas el exilio porque nadie te enseñó a morir en vida: te creías inmortal. Pero tuviste que aprender a cambiar tus rutas y tus horarios y a mirar por el rabillo del ojo a todo aquel que se te acercara, que te hablara, que te preguntara. No. No te enseñaron eso aunque a tu padre y al padre de tu padre los persiguieron igual, los desplazaron igual, los mataron igual. Hoy te toca callarlo todo y mentirlo todo y huir de todo.
Caminaste a una ciudad más grande que la tuya donde nadie te saluda. En tu maleta llevas tres fotos y una piedra que encontraste cuando saliste de casa. Nada más te dejaron sacar. Aunque tu padre y el padre de tu padre corrieron siempre, nadie te enseñó que la vida debía poder alojarse en cualquier maleta por si necesitabas salir corriendo, correr viviendo.
La música no te dice nada. Ni siquiera la que entonas con tu vieja guitarra desafinada que ya no alcanza a espantar soledades. Suena una balada vieja, a bolero y a jazz...y sin embargo, la emoción no se instala en tu cuerpo... solo la tristeza... y la rabia... y los no recuerdos, porque los que tenías te los robaron, te los torturaron y expulsaron de la pequeña patria que jamás pudiste liberar.
No siempre fue así, te repites. No alcanzaste a salir de pesca en las noches ni a dormir con las puertas y las ventanas abiertas pero pudiste enamorarte de cualquier desconocida sin que te miraran con desconfianza. Pudiste aprender a conducir el viejo coche de tu padre sin que te amenazaran por hacer un giro prohibido, y hasta conociste pueblos perdidos descubiertos solamente por el calor infernal del trópico. Ahora solo el encierro... una ciudad diferente a la tuya, una tierra diferente a la tuya, un alma diferente a la tuya.
Todos te ven un futuro promisorio pero te sientes triste. No importa dónde estés, te dicen, te va a ir bien, te dicen... pero te sientes triste y con rabia. Y caminas en medio de un tumulto de gente sin nombre que no imaginan que perdiste tu infancia... y tus recuerdos... que es como perder tu patria.
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Hugo Buitrago,
Pardo
Job
Negó la existencia de Dios hasta que su hija descansó en sus brazos con el corazón abierto por las balas. Dedicó una mirada al cielo e intentó encontrarlo para que con sus manos detuviera la sangre… nada apareció entre las nubes. Se levantó y sin ninguna prisa caminó hasta la iglesia rodeada por el humo de las explosiones y un olor a pólvora que le quemaba la garganta. Mientras miraba el atrio entonó por primera vez la larga retahíla de oraciones que desde niño aprendió mientras la maestra blandía una rama de guayabo: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…Creo en Dios padre omnipotente… Dios te salve María… nada sucedió. Cerró los ojos de su hija y corrió a casa, sin ella… tomó la escopeta que su padre siempre dejaba en el marco de la puerta. No había venganza en sus ojos: sólo lágrimas. Salió del pueblo y corrió por el camino real buscando la senda de los armados pero los helicópteros ya se los habían llevado. Comprendió que de las nubes sólo llegaba la muerte y supo que Dios no era más que eso. Un nuevo disparo se escuchó en el pueblo… el cura se echó encima una bendición y agradeció el nuevo adepto… llamó a misa con las campanas medio rotas. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. La gracia del señor este con todos vosotros… Y volvieron las explosiones.
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Hugo Buitrago,
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miércoles, 11 de julio de 2007
A mamá le gusta reír en los entierros
A mamá le gusta reír en los entierros. Cada vez que hay muerto en la familia, los primos, los sobrinos y hasta los más viejos, la rodean para oírle la lengua. No sé cuando empezó pero desde pequeño, cuando llegaba a esas salas de velación, llenas de murmullos, vestidos negros y ese olor a flores y a café impregnado en las paredes, la veía de lejos, sin ninguna solemnidad, fumando un cigarrillo y echando cuentos, muchas veces del mismo muerto. Es que a mi mamá le jarta la solemnidad. No había amigo que llevara a casa en una de esas invitaciones a comer que tanto acostumbramos, al que ella no abordara con toda clase de bromas. A uno, alto ejecutivo con el que tuve negocios en algún momento de mi vida, lo puso a oír la pared con la oreja pegada a ella, sólo para hacerlo constatar que todo el día, la pared era así, silenciosa. A otro, le regaló una colombina de chocolate para que sirviera de postre a un sancocho trifásico que nos había hecho sudar hasta el cansancio, solo para verlo irse acabando el chocolate y quedándose con un palillo en forma de pene que mi amigo siguió disfrutando sin comprender las carcajadas de mamá. Creo que el cuentito lo aprendió del abuelo quien se entretenía comprando bromas en los almacenes de Bogotá para hacerlas una y otra vez a los vecinos del barrio. Pero mamá no se hizo famosa por las bromas ni por los chistes ni por esas salidas inteligentes y rápidas que nos hacían reír a todos. Mamá es famosa por que le gusta reír en los entierros. Últimamente ha habido muchos y la fila, como dice mi padre, se ha ido corriendo lentamente.
A papá, sus amigos lo fueron abandonando sin que él lo notara. Creo que sólo se dio cuenta, ese viernes en la tarde cuando descubrió que no tenía a quien llamar y que la fiesta, esa que había mantenido en jornada continua, se había acabado. Dejó el trago, el cigarrillo y el café, en un intento por derrotar todo aquello que mató a sus amigos. La llamada matinal con Darío, el viejo, las sustituyó por una semanal con Darío, el joven; el café de la tarde con Hugo, por un té helado y sin azúcar con Jacky; la tertulia, por el silencio. Navegando en medio de un montón de libros, insiste en hacerse cargo de la memoria de la tierra como una manera de recordar a sus amigos muertos. Papá se pasea por la casa con un eterno cigarrillo en sus labios y sus manos acariciando un inmenso vientre conseguido a base de mucho esfuerzo, comida y licor y cada vez que un nuevo amigo entra a la clínica, la mayoría con cáncer, enfisema pulmonar, o alguna de esas vainas que dan de tanto trago y cigarrillo alrededor de la literatura, la música y las mujeres, papá establece guardias más rígidas que las de los médicos de turno. Habla con la familia, llama a los amigos más cercanos para que se hagan presentes y camina de un lado llorando por el amigo pero sin temor a la muerte, esa palabra que no existe en su danza interminable de lances al destino.
Papá y mamá casi no se hablan. Cuando lo hacen, hay respeto y hasta amor en sus voces, pero dejaron de contarse las mañanas y las tardes, quizá porque cada vez hay menos para contar. Eso sí. Cuando alguien de la familia muere, mi papá llega religiosamente, con su corbata negra, a recogerla. Inician el viaje a la sala de velación con la seguridad que afuera están todos esperando su llegada. Siempre que llego, cuando llego, ella está rodeada de los deudos que olvidan por un rato el dolor para darle rienda suelta a la risa, y todo porque a mamá le gusta reír en los entierros.
A papá, sus amigos lo fueron abandonando sin que él lo notara. Creo que sólo se dio cuenta, ese viernes en la tarde cuando descubrió que no tenía a quien llamar y que la fiesta, esa que había mantenido en jornada continua, se había acabado. Dejó el trago, el cigarrillo y el café, en un intento por derrotar todo aquello que mató a sus amigos. La llamada matinal con Darío, el viejo, las sustituyó por una semanal con Darío, el joven; el café de la tarde con Hugo, por un té helado y sin azúcar con Jacky; la tertulia, por el silencio. Navegando en medio de un montón de libros, insiste en hacerse cargo de la memoria de la tierra como una manera de recordar a sus amigos muertos. Papá se pasea por la casa con un eterno cigarrillo en sus labios y sus manos acariciando un inmenso vientre conseguido a base de mucho esfuerzo, comida y licor y cada vez que un nuevo amigo entra a la clínica, la mayoría con cáncer, enfisema pulmonar, o alguna de esas vainas que dan de tanto trago y cigarrillo alrededor de la literatura, la música y las mujeres, papá establece guardias más rígidas que las de los médicos de turno. Habla con la familia, llama a los amigos más cercanos para que se hagan presentes y camina de un lado llorando por el amigo pero sin temor a la muerte, esa palabra que no existe en su danza interminable de lances al destino.
Papá y mamá casi no se hablan. Cuando lo hacen, hay respeto y hasta amor en sus voces, pero dejaron de contarse las mañanas y las tardes, quizá porque cada vez hay menos para contar. Eso sí. Cuando alguien de la familia muere, mi papá llega religiosamente, con su corbata negra, a recogerla. Inician el viaje a la sala de velación con la seguridad que afuera están todos esperando su llegada. Siempre que llego, cuando llego, ella está rodeada de los deudos que olvidan por un rato el dolor para darle rienda suelta a la risa, y todo porque a mamá le gusta reír en los entierros.
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Hugo Buitrago,
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martes, 10 de julio de 2007
La cosa no es así
El próximo viernes sí tomaré mi maleta y saldré sin ningún remordimiento… ya no habrá disculpa… también tengo mi orgullo… qué carajo… siempre piensan que pueden hacer con uno lo que se les da la gana y la cosa no es así. El próximo viernes… y eso porque toca esperar que paguen… sin plata es muy jodido tener orgullo. Además el jueves llega tarde ¿y quién cuida el niño?. Ah… eso sí… porque el niño se queda… a ver que tan verraquito es… que me dé para el bus y no más… no recibiré ni un peso más de él… o de pronto lo del almuerzo… qué carajo… también es mi derecho… toda la vida cocinándole y no voy a tener para un almuerzo…. La cosa no es así. No señor… que me dé también lo del almuerzo… y aquí pensando… porqué le tengo que dejar al niño… no señor… que se joda… y que me pase la platica que le corresponde… y si me toca meterle abogado, pues le meto… eso sí… el próximo viernes si saco mis ropitas sin remordimiento… y los de mi chinito. Cojo para donde la vieja… qué carajo… Siempre piensan que pueden hacer con uno lo que se les da la gana y la cosa no es así… y si mi vieja no me deja meter mis corotos?… pues me largo pa otro lado… de pronto la tía Esther si me recibe… tampoco me voy a dejar morir sin él… el viernes… el próximo viernes… y eso porque toca esperar que le paguen…y si no me da plata? Pues pa la mierda… el viernes… el próximo viernes… y eso porque el jueves llega tarde y quién cuida al niño?… por qué me tenía que poner lo cachos con esa puta de barrio y pasearla por todas partes para que se burlaran de mi… lo hubiera hecho lejos… al fin y al cabo ojos que no ven corazón que no siente… y apuesto que esa puta si se le metía por los ojos… claro como es todo pintoso el jijuemadre… porque todo tendrá el desgraciado ese menos ser feo… o es que no lo ha visto a los ojos… mírelo y verá que se pierde… y cuando aprieta… viera como aprieta… a uno se le mueve todo el mundo… en el fondo yo se que es culpa de la puta esa… claro que ni me ha pedido perdón… aunque, supongo que él también tiene su orgullo… de pronto me espero al lunes para ver qué pasa… qué tal que me pida perdón… que carajo… uno no puede ir por el mundo haciendo lo que le da la gana…. La cosa no es así.
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Hugo Buitrago,
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viernes, 6 de julio de 2007
La historia de Camilo
Camilo entra a la casa y sabe que su mujer está viendo la tele, que sus dos hijos deben andar de rumba y que Mateo, el perro, muerde debajo de su cama uno de sus zapatos. Se siente derrotado. Los gestos amables y las miradas de cariño que esporádicamente le regalaban en casa, se fueron diluyendo en el tiempo hasta el punto de convertirse él, en un fantasma con comida, ropa y techo permanente. Todas las mañanas, después del baño, recoge las monedas que sobraron del día anterior y sale con un maletín de cuero cargado de proyectos inconclusos a los que nadie ha intentado siquiera apoyar por considerarlos no tanto irrealizables como inútiles. Como un antiguo colono de tierras, sigue soñando con fundar un pueblo en una época en que todos quieren vivir lejos del campo por miedo a la guerra; como un político en ciernes, sueña con crear cientos de empresas que generen empleo en una época en la que nadie quiere invertir en la gente por miedo a perder lo que han construido o heredado o encontrado en la mitad del camino rodeado por bandidos cubiertos de banderas y asaltantes arropados con el hambre. Y aún así, sale todas las mañanas con su maletín de cuero buscando encontrar el ataque del mundo sabiendo que las balas no matan a los hombres buenos sino que los enaltecen.
El día que rodó por las escaleras dejando su sangre en 8 de los escalones del pequeño edificio donde la fiesta había sembrado sus raíces esa noche, había bebido menos de lo usual y más de la cuenta. Se despidió entre balbuceos que sus amigos interpretaron como un chao, si te vi no me acuerdo y si me acuerdo que te olvide. Dos horas pasaron entre la despedida y el momento en que lo encontraron, con la mirada perdida, dos pisos más abajo. Estaban tan borrachos que no tuvieron alientos para levantarlo. Se conformaron con llamar a los bomberos, como si hubiera un incendio, y a su esposa, para provocarlo. Dos días más tarde, luego de que las lágrimas de sus hijos, que lo lloraron casi como si lo amaran, se detuvieran, Camilo se despertó. Tenía un fuerte dolor de cabeza, la garganta reseca, y la dignidad, rodada peldaño tras peldaño.
Camilo había prometido no volver a tomar cuando dos semanas atrás se había fracturado la clavícula. Su promesa era la reiteración de la que hizo un mes antes bajo la lluvia de los venados cuando intentó, con éxito, reconquistar a su esposa como lo hiciera cada semana luego de la última borrachera.
Camilo lleva papeles en su maletín, monedas en sus bolsillos y una ternura incomprendida en su alma. Pese a sus casi cincuenta años, sus hermanos lo siguen viendo como un niño sin ni siquiera intuir que su vida solo le pertenece a sus sueños mal entendidos por todos los que creen poseer el mundo entres sus manos aunque solo tengan la verdad a medias y las noches enteras para masticar desilusiones.
Lo veo pasar todas las mañanas con sus ilusiones a cuestas con una sonrisa y un abrazo para mí. Muchas veces he visto sus intenciones de llevarme con él para que juntos enfrentemos las balas del mundo. Desafortunadamente estoy demasiado cómodo en el sillón del mundo moderno, laptop, televisión cien canales, buen salario. Y sin embargo, cando lo veo cada mañana siento la necesidad imperiosa de seguirlo en sus sueños para ver qué nos tiene preparado el destino.
El día que rodó por las escaleras dejando su sangre en 8 de los escalones del pequeño edificio donde la fiesta había sembrado sus raíces esa noche, había bebido menos de lo usual y más de la cuenta. Se despidió entre balbuceos que sus amigos interpretaron como un chao, si te vi no me acuerdo y si me acuerdo que te olvide. Dos horas pasaron entre la despedida y el momento en que lo encontraron, con la mirada perdida, dos pisos más abajo. Estaban tan borrachos que no tuvieron alientos para levantarlo. Se conformaron con llamar a los bomberos, como si hubiera un incendio, y a su esposa, para provocarlo. Dos días más tarde, luego de que las lágrimas de sus hijos, que lo lloraron casi como si lo amaran, se detuvieran, Camilo se despertó. Tenía un fuerte dolor de cabeza, la garganta reseca, y la dignidad, rodada peldaño tras peldaño.
Camilo había prometido no volver a tomar cuando dos semanas atrás se había fracturado la clavícula. Su promesa era la reiteración de la que hizo un mes antes bajo la lluvia de los venados cuando intentó, con éxito, reconquistar a su esposa como lo hiciera cada semana luego de la última borrachera.
Camilo lleva papeles en su maletín, monedas en sus bolsillos y una ternura incomprendida en su alma. Pese a sus casi cincuenta años, sus hermanos lo siguen viendo como un niño sin ni siquiera intuir que su vida solo le pertenece a sus sueños mal entendidos por todos los que creen poseer el mundo entres sus manos aunque solo tengan la verdad a medias y las noches enteras para masticar desilusiones.
Lo veo pasar todas las mañanas con sus ilusiones a cuestas con una sonrisa y un abrazo para mí. Muchas veces he visto sus intenciones de llevarme con él para que juntos enfrentemos las balas del mundo. Desafortunadamente estoy demasiado cómodo en el sillón del mundo moderno, laptop, televisión cien canales, buen salario. Y sin embargo, cando lo veo cada mañana siento la necesidad imperiosa de seguirlo en sus sueños para ver qué nos tiene preparado el destino.
La corrida de Aranzazu
Esa tarde los carros hacían fila para entrar a un parqueadero improvisado en medio del lodo. Una llovizna constante había convertido el polvo en una gran piscina que ni los viejos Willix podían sortear. Afiches pegados en todas las paredes dejaban prever la tarde: “Espectacular corrida. Cuatro bravos toros de la ganadería de Gonzalo Mejía. Además, vaca para el público y cerdo embolado, el que lo coja se lo lleva”.
Las entradas, con el mismo diseño del afiche, se rompían por su línea punteada para dejarle al amante de la fiesta brava el recuerdo de una inolvidable tarde en el coliseo del pueblo. Pocas veces había visto una plaza de toros cubierta y rectangular. Nos acomodamos de la mejor manera posible y nos dispusimos, poncho en cuello y sombrero en mano a esperar el célebre paseillo que daría inicio a la corrida.
En medio de nosotros pasó una larga fila de niños con bombos, clarinetes y platillos. Todos tenían esa sonrisa que guardan los preludios. El del bombo iba encabezando la fila mientras miraba con cierto ingenuo desprecio a quienes estábamos sentados en los fríos muros del coliseo. La presidencia de la corrida tomó su lugar y con elegancia dio una señal a los niños dirigidos por un imberbe profesor que armado de una pequeña vara dirigió el primer pasodoble de la tarde.
Todo tenía esa majestuosidad del toreo que no podía olvidarse ni siquiera en este pueblo perdido entre las montañas cafeteras.
El paseíllo dio inicio mientras un niño de 12 años, en el centro de los toreros, saludaba a su madre que al borde del llanto le tomaba fotos. Era su primera corrida. Una vaquilla esperaba en los corrales por su capote. Todos los trajes de luces hicieron un simbólico saludo… en realidad ninguno tenía luces… eran sólo trajes negros ceñidos a sus no muy esbeltos cuerpos. Uno de ellos destacaba dentro del grupo y supe inmediatamente que abriría la corrida… hizo algunas verónicas mientras sus compañeros colocaban con no poco esfuerzo, su cuerpo en las barreras. Un toro de no más de 300 kilos hizo su aparición embistiendo el viento. Banderillas, toreo y muerte. En el primer intento, la espada rompió el corazón del toro mientras la muchedumbre que había cantado oles a todos y cada uno de los lances pedía a gritos oreja y rabo. La presidencia, cauta, le otorgó una vuelta al ruedo que el torero aceptó con dignidad.
Un sonido de trompetas retumbó el coliseo al tiempo que un grito de ajuuuuuua llamó las miradas de las 280 personas que asistíamos a la tarde de toros. El mariachi Tijuana inició su concierto. Quizá en la Santamaría de Bogotá o Cañaveralejo en Cali, las ensombreradas señoras hubieran hecho gestos de desprecio. Aquí, incluso a ellas se les oía seguir las “mujeres divinas” que sonaban desde el fondo de la presidencia.
El segundo toro salió a la arena terrosa del coliseo. Se le veía desinteresado por el capote de un torero gordo, ya entrado en años, que gritaba vaca mientras el público se impacientaba. El animal no fue noble ni manso ni bravo… obedeció solamente a dos lances del torero y el resto del tiempo la emprendió contra la barrera norte. El torero decidió matarlo. Fue por la espada con cierto aire de venganza en sus ojos, la tomó entre sus manos y caminó decidido hacia él. El toro estaba perfectamente cuadrado para la estocada. Patas firmes y rectas, a la misma altura la una de la otra. Un suspiro general inundó el coliseo al primer pinchazo. Un pequeño grupo aplaudía mientras le tomaba fotos al torero gordo. Segundo pinchazo y tercero y cuarto. El quinto ocurrió cuando sonaron los avisos de la presidencia, y el sexto y el séptimo. El intento de descabello fue igual de infortunado. La gente se olvidó del señorío y lanzó botellas plásticas de aguardiente al ruedo cuadrado de Aranzazu. Luego comenzó a escucharse un murmullo que fue convirtiéndose en grito: Chatarra… Chatarra… CHATARRA… CHATARRA… al principio no entendí, luego pensé que estaban insultando al torero gordo hasta que un muchacho albino salió del corral y la multitud aplaudió desenfrenadamente. Era el carnicero del pueblo y se había ganado el apodo desde niño cuando compraba chatarra para ir a venderla a Manizales. Chatarra, con un lazo entre sus manos, caminó sin miedo ante la mirada avergonzada del torero que se dirigía a la barrera limpiando el sudor de su rostro. Sin hacer el más mínimo amague, rodeo la cabeza del toro con el lazo, lo amarró a un poste, lo tomó del rabo y lo tumbó… en menos de lo que canta un gallo, maneo al animal y le enterró una gruesa puntilla en la base del cerebro. El animal murió casi instantáneamente mientras la multitud volvía a corear su nombre.
El tercero de la tarde era para Rosita, la mujer torera. Con mucho aspaviento el locutor anunció su entrada triunfal. Nunca entendí si estaba toreando o huyendo. Sus voluptuosas formas corrían hacia atrás y hacia al lado ante cada embestida. Cuando los niños de la banda dejaron oír el canto de la muerte, Rosita corrió por la espada. La presidencia permitió 12 pinchazos y tres intentos de descabello antes de que el público comenzara a pedir la presencia de Chatarra. El joven albino volvió a hacer su aparición en medio de las burlas de grueso calibre que un borracho regalaba a Rosita.
Un espontáneo salió entre el público y tomó uno de los cuchillos de chatarra. Se acercó al toro muerto y le cortó las dos orejas para entregarlas al albino en medio del júbilo del público. La policía no se inmutó. Otros más saltaron a la arena, lo tomaron en hombros, le dieron vuelta al ruedo y lo sacaron por la puerta grande del coliseo.
La noche acogió a Chatarra. Triunfador infinito de la tarde mientras el público de todas las tribunas se lanzaba al ruedo para salir coreando su nombre. El niño de 12 años lloraba en una barrera. No había espacio para la vaca regalada al público ni para el cerdo embolado. Todos querían saludar y tocar al único torero que había dado el pueblo en 125 años de existencia: Chatarra. Ya imaginaban los grandes carteles en las plazas de la ciudad, en las de verdad, anunciando la presencia del joven torero y hablando con su voz tímida ante las cámaras de televisión, diciendo que todo se lo debía a su pueblo y a su gente.
Los que no corrimos tras él para llevarlo a El Cabuyal a empaparlo en ron y coca cola salimos en medio del lodo a buscar cómo subir nuevamente al pueblo. Sentí el llanto del niño que tomado de la mano de su madre le gritaba volver por la vaquilla que aún esperaba en los corrales por su capote. Subí al viejo Willix de la finca donde me estaba hospedando y lentamente fui dejando la monumental plaza de Aranzazu, la improvisada plaza de toros de Aranzazu, un pueblo perdido en medio de los cafetales que vivió por primera y única vez en su historia la fiesta brava de la que tanto hablan las ensombreradas señoras de Manizales.
Las entradas, con el mismo diseño del afiche, se rompían por su línea punteada para dejarle al amante de la fiesta brava el recuerdo de una inolvidable tarde en el coliseo del pueblo. Pocas veces había visto una plaza de toros cubierta y rectangular. Nos acomodamos de la mejor manera posible y nos dispusimos, poncho en cuello y sombrero en mano a esperar el célebre paseillo que daría inicio a la corrida.
En medio de nosotros pasó una larga fila de niños con bombos, clarinetes y platillos. Todos tenían esa sonrisa que guardan los preludios. El del bombo iba encabezando la fila mientras miraba con cierto ingenuo desprecio a quienes estábamos sentados en los fríos muros del coliseo. La presidencia de la corrida tomó su lugar y con elegancia dio una señal a los niños dirigidos por un imberbe profesor que armado de una pequeña vara dirigió el primer pasodoble de la tarde.
Todo tenía esa majestuosidad del toreo que no podía olvidarse ni siquiera en este pueblo perdido entre las montañas cafeteras.
El paseíllo dio inicio mientras un niño de 12 años, en el centro de los toreros, saludaba a su madre que al borde del llanto le tomaba fotos. Era su primera corrida. Una vaquilla esperaba en los corrales por su capote. Todos los trajes de luces hicieron un simbólico saludo… en realidad ninguno tenía luces… eran sólo trajes negros ceñidos a sus no muy esbeltos cuerpos. Uno de ellos destacaba dentro del grupo y supe inmediatamente que abriría la corrida… hizo algunas verónicas mientras sus compañeros colocaban con no poco esfuerzo, su cuerpo en las barreras. Un toro de no más de 300 kilos hizo su aparición embistiendo el viento. Banderillas, toreo y muerte. En el primer intento, la espada rompió el corazón del toro mientras la muchedumbre que había cantado oles a todos y cada uno de los lances pedía a gritos oreja y rabo. La presidencia, cauta, le otorgó una vuelta al ruedo que el torero aceptó con dignidad.
Un sonido de trompetas retumbó el coliseo al tiempo que un grito de ajuuuuuua llamó las miradas de las 280 personas que asistíamos a la tarde de toros. El mariachi Tijuana inició su concierto. Quizá en la Santamaría de Bogotá o Cañaveralejo en Cali, las ensombreradas señoras hubieran hecho gestos de desprecio. Aquí, incluso a ellas se les oía seguir las “mujeres divinas” que sonaban desde el fondo de la presidencia.
El segundo toro salió a la arena terrosa del coliseo. Se le veía desinteresado por el capote de un torero gordo, ya entrado en años, que gritaba vaca mientras el público se impacientaba. El animal no fue noble ni manso ni bravo… obedeció solamente a dos lances del torero y el resto del tiempo la emprendió contra la barrera norte. El torero decidió matarlo. Fue por la espada con cierto aire de venganza en sus ojos, la tomó entre sus manos y caminó decidido hacia él. El toro estaba perfectamente cuadrado para la estocada. Patas firmes y rectas, a la misma altura la una de la otra. Un suspiro general inundó el coliseo al primer pinchazo. Un pequeño grupo aplaudía mientras le tomaba fotos al torero gordo. Segundo pinchazo y tercero y cuarto. El quinto ocurrió cuando sonaron los avisos de la presidencia, y el sexto y el séptimo. El intento de descabello fue igual de infortunado. La gente se olvidó del señorío y lanzó botellas plásticas de aguardiente al ruedo cuadrado de Aranzazu. Luego comenzó a escucharse un murmullo que fue convirtiéndose en grito: Chatarra… Chatarra… CHATARRA… CHATARRA… al principio no entendí, luego pensé que estaban insultando al torero gordo hasta que un muchacho albino salió del corral y la multitud aplaudió desenfrenadamente. Era el carnicero del pueblo y se había ganado el apodo desde niño cuando compraba chatarra para ir a venderla a Manizales. Chatarra, con un lazo entre sus manos, caminó sin miedo ante la mirada avergonzada del torero que se dirigía a la barrera limpiando el sudor de su rostro. Sin hacer el más mínimo amague, rodeo la cabeza del toro con el lazo, lo amarró a un poste, lo tomó del rabo y lo tumbó… en menos de lo que canta un gallo, maneo al animal y le enterró una gruesa puntilla en la base del cerebro. El animal murió casi instantáneamente mientras la multitud volvía a corear su nombre.
El tercero de la tarde era para Rosita, la mujer torera. Con mucho aspaviento el locutor anunció su entrada triunfal. Nunca entendí si estaba toreando o huyendo. Sus voluptuosas formas corrían hacia atrás y hacia al lado ante cada embestida. Cuando los niños de la banda dejaron oír el canto de la muerte, Rosita corrió por la espada. La presidencia permitió 12 pinchazos y tres intentos de descabello antes de que el público comenzara a pedir la presencia de Chatarra. El joven albino volvió a hacer su aparición en medio de las burlas de grueso calibre que un borracho regalaba a Rosita.
Un espontáneo salió entre el público y tomó uno de los cuchillos de chatarra. Se acercó al toro muerto y le cortó las dos orejas para entregarlas al albino en medio del júbilo del público. La policía no se inmutó. Otros más saltaron a la arena, lo tomaron en hombros, le dieron vuelta al ruedo y lo sacaron por la puerta grande del coliseo.
La noche acogió a Chatarra. Triunfador infinito de la tarde mientras el público de todas las tribunas se lanzaba al ruedo para salir coreando su nombre. El niño de 12 años lloraba en una barrera. No había espacio para la vaca regalada al público ni para el cerdo embolado. Todos querían saludar y tocar al único torero que había dado el pueblo en 125 años de existencia: Chatarra. Ya imaginaban los grandes carteles en las plazas de la ciudad, en las de verdad, anunciando la presencia del joven torero y hablando con su voz tímida ante las cámaras de televisión, diciendo que todo se lo debía a su pueblo y a su gente.
Los que no corrimos tras él para llevarlo a El Cabuyal a empaparlo en ron y coca cola salimos en medio del lodo a buscar cómo subir nuevamente al pueblo. Sentí el llanto del niño que tomado de la mano de su madre le gritaba volver por la vaquilla que aún esperaba en los corrales por su capote. Subí al viejo Willix de la finca donde me estaba hospedando y lentamente fui dejando la monumental plaza de Aranzazu, la improvisada plaza de toros de Aranzazu, un pueblo perdido en medio de los cafetales que vivió por primera y única vez en su historia la fiesta brava de la que tanto hablan las ensombreradas señoras de Manizales.
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