viernes, 29 de mayo de 2009

Casus conscientiae


Un fragmento de Cantos del mal dolor. Una cosa rara de Juan José Arreola ahora que salgo de cama luego de una penosa enfermedad (me siento en mil ochocientos). A mis esporádicos lectores, mis disculpas por no haber podido alimentar estas historias.


" Tu sangre derramada está clamando venganza. Pero en mi desierto ya no caben espejismos. Soy un alienado. Todo lo que me acontece ahora en la vigilia y en el sueño se resuelve y cambia de aspecto bajo la luz ambigua que esparce la lámpara en el gabinete del psicoanalista. Yo soy el verdadero asesino. El otro ya está en la cárcel y disfruta todos los honores de la justicia mientras yo naufrago en libertad. Para consolarme, el analista me cuenta viejas historias de errores judiciales. Por ejemplo, la de que Caín no es culpable. Abel murió abrumado por su complejo edípico y el supuesto homicida asumió la quijada de burro con estas enigmáticas palabras: "¿Acaso soy yo el superego de mi hermano?" Así justificó un drama primitivo de celos familiares, lleno de reminiscencias infantiles, que la biblia encubre con el simple propósito de ejercitar la perspicacia de los exploradores del inconsciente. Para ellos, todos somos abeles y caínes que en alguna forma intercambian y enmascaran su culpa. Pero yo no me doy por vencido. No puedo expiar mi pecado de omisión y llevo este remordimiento agudo y limpio como una hoja de puñal: me fue transmitido literalmente, de generación en generación, el instrumento del crimen. Y no he sido yo quien derramó tu sangre.

viernes, 22 de mayo de 2009

Miedo

Aquí estoy, recordando los miedos de Raymond Calver, ese hombre marcado por la tragedia.

Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.
Miedo de quedarme dormido durante la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo de que el presente tome vuelo.
Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.
Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.
Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado tiempo.
Miedo a la muerte.
Ya dije eso.

lunes, 18 de mayo de 2009

Benedetti

No se a quién le escuché alguna vez que uno debía de enamorarse con Benedetti y de Benedetti antes de los 25 años, so pena de terminar odiándolo por dulzón y panfletario. Muchos años después entendí el consejo. Afortunadamente lo seguí a tiempo y terminé disfrutando el sabor dulce de sus versos. Hace un año, le di un libro del poeta a mi hija para que pudiera disfrutarlo antes de que le pareciera terrible. Lo hizo y hoy, como yo, se enamora con un poema de benedetti en la cabecera de su cama. El rey ha muerto. Viva el Rey.


Chau número tres
Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.


Corazón coraza
Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.


Hagamos un trato
Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo.
(de una canción de Carlos Puebla)


Compañera,
usted sabe
que puede contar conmigo,
no hasta dos ni hasta diez
sino contar conmigo.

Si algunas veces
advierte
que la miro a los ojos,
y una veta de amor
reconoce en los míos,
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro;
a pesar de la veta,
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo.

Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo,
no piense que es flojera
igual puede contar conmigo.

Pero hagamos un trato:
yo quisiera contar con usted,
es tan lindo
saber que usted existe,
uno se siente vivo;
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco.

No ya para que acuda
presurosa en mi auxilio,
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.


Pasatiempo
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque un océano
la muerte solamente
una palabra.

Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.


Rostro de vos
Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.

Tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto
y por sabor.

Sin temblor de más
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.

Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna
maldición.

Mis huéspedes concurren
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.

Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan su hambre
miran y miran
y apagan mi jornada.

Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van
no queda nada.

Ya mi rostro de vos
cierra los ojos
y es una soledad
tan desolada.


Síndrome
Todavía tengo casi todos mis dientes
casi todos mis cabellos y poquísimas canas
puedo hacer y deshacer el amor
trepar una escalera de dos en dos
y correr cuarenta metros detrás del ómnibus
o sea que no debería sentirme viejo
pero el grave problema es que antes
no me fijaba en estos detalles.


Viceversa
Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.

lunes, 11 de mayo de 2009

Buceo

Un texto de Fernando Abreu, el brasilero. Vale la pena.

El primer aviso fue un ruido, de mañana bien temprano, cuando él se inclinaba para escupir agua y pasta de dientes en el lavabo. Pensó que fuese el chorro de agua del grifo y no prestó mucha atención: siempre olvidaba puertas, ventanas y grifos abiertos por las casas y baños por donde andaba.
Entonces cerró el grifo para oír, como todos los días, el silencio medio azulado de las mañanas, con los periquitos cantando en el balcón y los rumores diluidos de los automóviles, pocos todavía. Pero el ruidito continuaba. Fuente chorreando: agua clara de cántaros, ánforas, grutas —y a él le pareció bonito y se acordó (sólo un poco, porque no había tiempo) remotos paseos, infancias, encantos y enamoradas.
Cuando se agachó para amarrar el cordón del zapato percibió que el ruidito venía del suelo y, más atentamente agachado, exactamente de dentro del propio pie izquierdo. Volvió a no prestar mucha atención; encontró hasta bonito poder sacudir de vez en cuando el pie para oír el ruidito trayendo mares, memorias. Cuando amarró el cordón del zapato del pie derecho, volvió a oír el mismo ruidito y sonrió para las obturaciones reflejadas en el espejo: dos pies, dos fuentes, dos alegrías.
Al abotonar el pantalón, sintió el ombligo saltar exactamente como una concha empujada por una ola más fuerte y, luego, el mismo ruidito, ahora más nítido, más alto. Se sentó en el excusado y encendió un cigarrillo, pensando en la feijoada del día anterior. Antes de dar la primera tragada, pasó la mano por el cuello, previniendo la áspera barba por hacer, y la nuez dio un salto, ombligo, concha, como si tragase aire seco, y no tragó nada, apenas esperaba, el cigarrillo parado en el aire.
Se irguió para mirar la propia cara en el espejo, los pantalones caídos sobre los zapatos desamarrados, y abrió la boca liberando una especie de eructo.
Fue entonces que el agua comenzó a chorrear boca afuera. Primero en gotas, después en flujos más fuertes, olas, mareas, hasta que un casi maremoto lo arrastró afuera del baño. Espantado, intentó aferrarse al pasamanos de la escalera, llegó a extender los dedos, pero no había dedos, sólo agua derramándose escalones abajo, atravesando el corredor, el despacho, la pequeña sala de helechos desmayados. Antes de llegar al zaguán él todavía pensó que sería bueno, ahora, no ser más riachuelo, ni fuente, ni lago, sino río harto, caminando en dirección a la calle, tal vez al mar.
Pero cuando las olas más fuertes reventaron la puerta de entrada para inundar el jardín, él se contrajo, se relajó y cesó, entero y vacío. No pasaba de una gota en la inmensa masa de agua que bajaba de las otras casas inundando las calles.

jueves, 7 de mayo de 2009

El péndulo de Focault

Un fragmento de este texto de Umberto Eco que tanto me maravilló hace algunos años

Habría bastado con que me detuviese allí. Con que escribiese un libro blanco, un grimoire bueno, para todos los adeptos de Isis Desvelada, donde explicara que no debían seguir buscando el secretum secretorum, que la lectura de la vida no ocultaba ningún sentido escondido, y que todo estaba allí, en las barrigas de todas las Lias del mundo, en las habitaciones de las clínicas, en los jergones, en las orillas pedregosas de los ríos, y que las piedras que vienen del cielo y el Santo Grial no son más que unos monitos que gritan mientras les cuelga el cordón umbilical y el doctor les da unas palmadas en el trasero

martes, 5 de mayo de 2009

De los veinte poemas...

Maldito usted don Neruda.

Para que tú me oigas,
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños a veces las tumban.
Escucha otras veces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Amame compañera. No me abandones, sígueme.
Sígueme compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo de amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

lunes, 4 de mayo de 2009

La poesía

Me encontré esto de Ana Nuño. No se... tiene algo de desencuentro con la palabra que me gusta.

Como a Marianne Moore, también a mí
me disgusta. Algo incivil hay en la idea
de forzar las palabras a decir
lo que, pudor o pereza, por dentro
llevan. Tomarse uno tan en serio
no es bueno, además, para la salud.

Como sabían curarse en salud,
los griegos se fabricaron la mímesis:
el único negocio serio
es la realidad. Esta sabia idea
les permitió asaltarla desde dentro,
forzar y saquearla (es un decir).

Un caballo de madera, es decir,
un vientre hueco lleno de saludables mercenarios:
entre el adentro
y el afuera, el amplio horizonte y mi
agazapada persona, la idea
de un ataque por sorpresa es, en serio,

genial. Así al menos se salva el serio
escollo de la arrogancia. Decir,
además, es decirse, y una idea,
la forma más antigua de salud
o sin tanta redundancia. De mí
se verá la sombra que doy afuera,

como un ombú, un bambú, lo que hacia afuera
tiende naturalmente, pero, en serio,
no me pidan que les presente mi
pereza torpe, enroscada, y qué decir
de mi incómodo elefante. La salud
de un poema está en omitir ideas

tanto como en expulsar de la idea
la excesiva interioridad. Afuera,
en la noche troyana, la salud
es lo que cuenta. Lo de antes, el serio
dudar de todo, el temor, el decir
se que nada vale el esfuerzo… mi

pereza cede ante la saludable idea:
decir el caballo que allá afuera
galopa serio y triste en mi cabeza.