jueves, 11 de octubre de 2012

IMPRECACIÓN

Elías Nandino fue médico y poeta. Vivió casi toda su vida con la muerte respirando sobre sus hombros, acusado por una leucemia que jamás se decidió a llevárselo. Premio Nacional de Literatura de México en 1979.

Represento el fantasma de mí mismo,
el habitante de mi propia ruina,
un cuerpo que deambula por inercia,
dos pupilas abiertas que no miran.
Soy el retrato de un desconocido,
el árbol seco que de pie medita,
el insomnio soltero, la experiencia
saturada de hombres y de olvidos.

Soy lo que resta de una brasa muerta,
el cóncavo delirio de un abrazo,
un inquemante asedio que no encuentra
dónde acampar su tímida lujuria:
simulada erección de carne enjuta
que ni busca, ni quiere, ni apetece.

Son el instinto sofrenado, todo
lo que sufre un impulso sin deseo,
santo laico, el huir que se consuma
con querer caminar sin dar un paso,
o el sediento que calma su sequía
con la humedad que bebe en espejismos.

La muerte, cuando tarda, es una inepta,
estira una existencia sin derecho,
prolonga una ansiedad que nada ansía,
se obtina en incendiar lo que no arde.

La existencia senil es un absurdo,
una intemperie de desolaciones,
un inútil acecho de recuerdos,
un impotente alucinado infierno...

Muerte indecisa, amago detenido:
entiende la obsesión con que te llamo
y apronta tu llegada.
Yo te pido
que acudas a salvame de la vida.