jueves, 12 de julio de 2007

Job

Negó la existencia de Dios hasta que su hija descansó en sus brazos con el corazón abierto por las balas. Dedicó una mirada al cielo e intentó encontrarlo para que con sus manos detuviera la sangre… nada apareció entre las nubes. Se levantó y sin ninguna prisa caminó hasta la iglesia rodeada por el humo de las explosiones y un olor a pólvora que le quemaba la garganta. Mientras miraba el atrio entonó por primera vez la larga retahíla de oraciones que desde niño aprendió mientras la maestra blandía una rama de guayabo: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…Creo en Dios padre omnipotente… Dios te salve María… nada sucedió. Cerró los ojos de su hija y corrió a casa, sin ella… tomó la escopeta que su padre siempre dejaba en el marco de la puerta. No había venganza en sus ojos: sólo lágrimas. Salió del pueblo y corrió por el camino real buscando la senda de los armados pero los helicópteros ya se los habían llevado. Comprendió que de las nubes sólo llegaba la muerte y supo que Dios no era más que eso. Un nuevo disparo se escuchó en el pueblo… el cura se echó encima una bendición y agradeció el nuevo adepto… llamó a misa con las campanas medio rotas. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. La gracia del señor este con todos vosotros… Y volvieron las explosiones.

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