martes, 26 de agosto de 2008

José Félix Fuenmayor

Dirigir un diario es mucho más extenuante de lo que alguna vez pensé. El acelere de los cierres a veces no da espacio para la reflexión. Aquí les regalo una crónica de Álvaro Cepeda Zamudia sobre José Félix Fuenmayor, soñando con que alguna vez logre ser como el viejo director de El Liberal.

Frente a don José Félix siempre tuve la sensación de que era más joven que yo. Más joven que todos nosotros: que García Márquez, que Alejandro Obregón, que Germán Vargas, que Juanbecito Fernández, que Quique Scopell, y más joven que su propio hijo Alfonso Fuenmayor.

Al principio fastidiaba un poco el salir a las cuatro y media del Colegio Americano, bajar hasta la Calle San Blas, tirar los textos de literatura sobre una mesa del Café Colombia, ver llegar a don José Félix con su papelera negra y su sombrero blando y descubrir, otra vez asombrado, otra vez desconcertado, que el viejo sabía más que yo, que era más liberal que yo, que sus ideas iban mucho más lejos que las mías y, sobre todo, que resultaba siempre más joven que yo.

Un día me regaló la colección de su periódico El Liberal, que dirigió en Barranquilla por el año 1900. Y lo que encontré allí ya no me sorprendió: El Liberal era, cincuenta años después, más moderno, más periodístico y más liberal que todo lo que se hacía en Colombia. Hoy he vuelto a hojear el tomo inmenso, gordo y marrón de la colección de El Liberal y sigo pensando lo mismo.

Don José Félix fue, antes que nada, un periodista. Un gran periodista. Y de allí salió el escritor, el gran escritor; de ser periodista, de la avidez constante por escarbar y descubrir lo que hay detrás del hecho diario, del constante contacto con esta cosa tan grandiosa y tonta que es el hombre viviendo su diaria vida; de ser periodista, totalmente periodista, le vino a don José Félix su gran capacidad de ser joven, que es lo mismo que entenderlo todo.

Una vez se lo dije: le espeté mi teoría sobre que para poder hacer algo bien, ya sea escribir un libro, plantar un árbol o tener un hijo, hay que ser primero un buen periodista. Se rió, con esa risa alegre y callada suya, y volviéndose no sé a quién, dijo: “Alvaro —porque nunca me quitó la tilde de la a— cree que yo soy periodista y no sabe que yo lo que soy es un viejo socarrón”.
Socarrón y periodista, digo yo.
1966.

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