domingo, 17 de agosto de 2008

Teresita, la descuartizada

No sé a quién le escuché que un reportero es aquel que cuando tiembla, se olvida de su familia y sale a la calle a ver qué pasó con los demás. Aquí les va una crónica de Felipe González Toledo que hizo historia en el periodismo colombiano.

El domingo 13 de noviembre de 1949, la historia de la página roja se partió en dos con el hallazgo de un cadáver descuartizado, cuyos pedazos emergieron de las sucias aguas del río Fucha, en el sector de La Fragita, al occidente de Bogotá. El cadáver, pulcramente diseccionado , pertenece a una rozagante y otoñal mujer. Sus uñas y manos se ven cuidadas con esmero. No aparece ropa interior, pero sus piernas están cubiertas con medias de nylon, aseguradas con una liga por encima de la rodilla.

El detective 631 y un ex detective famoso por su increíble olfato, Mario Plinio, se encargaron de la investigación. Su difícil tarea se estrella contra dos imponderables. La justicia no les proporciona a los sabuesos un vehículo para sus desplazamientos, por lo que deben realizar sus diligencias en bus, y a las 7 de la noche deben suspender el trabajo y recogerse en casa, pues el riguroso toque de queda, que por esta época de violencia política impera en Bogotá, no excluye a nadie, ni siquiera a los investigadores del crimen de Teresita la descuartizada.

El cadáver pertenece a María Teresa Buitrago de Lamarca. Dama cuarentona, propietaria de algunos bienes en Bogotá, entre otros un negocio de tienda y café, situado en la calle 59, entre Caracas y carrera 15, sitio que compartió con su esposo, el italiano, Angelo Lamarca, de 30 años, durante los últimos 8 meses.

Una semana antes del hallazgo del cadáver, el mismo italiano había denunciado a las autoridades la desaparición de su mujercita. Según su versión, el 31 de octubre Teresa salió a oír la santa misa y jamás regresó. A tiempo que los investigadores solicitaban la detención del italiano, la prensa los secundaba especulando con imaginativas hipótesis, que sólo surgen de la mente de un reportero en lo judicial o de un detective en lo criminal.

La más famosa de las indagatorias hechas al italiano duró 12 horas. Lamarca se mantuvo sereno e inconmovible y manejó con seguridad todos los requerimientos de información y las preguntas cruzadas.

No cayó en una sola contradicción. Sus coartadas parecían perfectas. La fatigante indagatoria terminó con una lapidaria frase de Lamarca: Si yo maté a mi mujer, que Dios me quite la vida .

Los chicos de la prensa y los detectives identificaron tres posibles motivos del asesinato: El primero se basaba en un antecedente ocurrido tres años atrás en el mismo cafetín. Vecinos del establecimiento de Teresa eran los miembros de la familia Ballesteros. Uno de ellos, Pedro, de 22 años, se convirtió en asiduo cliente, logró que le fiaran y nunca pagó. Teresa le cerró, no sólo el crédito, sino la puerta en las narices. El 21 de diciembre de 1946, regresó Pedro borracho a la tienda, insultó a los clientes, atacó a Teresa y ella, ni corta ni perezosa, le descerrajó un disparo en medio de las cejas. La muerte de Pedro enardeció a los vecinos, quienes juraron vengarse. Serían los Ballesteros agentes del asesinato? La segunda hipótesis vinculaba al ex amante de Teresita, Francisco Díaz. Este hombre no había podido desatar los hilos de la pasión que lo ligaron a la cuarentona durante ocho años. En alguna ocasión le escucharon la amenaza: Teresita, si usted se casa, la mato. Sería Pacho Díaz, acosado por los celos, el autor del crimen? La tercera y última reflexión de los investigadores vinculaba el asesinato a turbios negocios en los que Teresita estaría involucrada.

En la inspección ocular de su casa, dos libros que descansaban sobre la mesa de noche revelaban su personalidad. El secreto de los amantes y una edición barata de Las poesías de Gabriel D Annunzio.

Igualmente, fueron hallados la bata de baño de Angelo, con un irritante olor a cadaverina, y unos zapatos lavados minuciosamente en los que aún se observaban manchas de sangre. No hallaron inexplicablemente ningún cuchillo en la casa, y la estufa de carbón apareció impecablemente limpia.

En el vecindario aparecieron testigos claves. Ana del Carmen, sirvienta de una casa vecina (gracias a que en esos tiempos no había telenovelas), vio a Lamarca, vestido de gris, dos días después de la desaparición de Teresa, cuando sacaba tres maletas de la vivienda y las colocaba en la parte trasera de un vehículo azul oscuro. Otro hombre, vestido de negro, acompañaba al italiano. Esta misma versión fue corroborada por su patrona y por otros curiosos vecinos.

En sucesivas indagatorias, Angelo Lamarca continuó fresco, sereno y seguro, hasta cuando sucedieron dos sucesos extraordinarios.

Primero, en los archivos judiciales aparecieron sus antecedentes. Por la época del 9 de abril del 48, Angelo fue acusado por otra madura mujer, esta vez casada, de haberla enamorado para obligarla a vender su casa. Con los 14.000 pesos producto de la venta, el chulo italiano se voló para Barranquilla.

Y, finalmente, al mes y medio del crimen aparecieron las maletas, aguas abajo del sitio donde se encontró el cadáver. Sí, esas maletas eran de Teresa, se las prestó a un amigo para viajar a Venezuela .

El crimen de La otoñal mujer de mucho mundo, Teresita la descuartizada , estaba resuelto, gracias al detective 631 y al fino olfato de los cronistas judiciales. Lamarca no era tan angelo como aparentaba ser.

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